CAPÍTULO 16

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Manhattan.

—Puedo asegurarte que Dorothy ya se encuentra mejor —dijo Candy, al notar que la muchacha dormía tranquilamente—. Su temperatura ahora es normal, la fiebre por fin ha cedido. Tan solo mira cómo luce, está mucho más serena... duerme sin complicación —La rubia se sintió aliviada, pues, su amiga no había presentado más síntomas de cuidado.

Albert observó a Dorothy y estuvo de acuerdo con Candy, ella se veía tan tranquila, que parecía mentira que hubieran pasado gran parte de la noche preocupados.

—No sabes cuánto me alegro, es un gran alivio el verla así —contestó Albert, desviando su mirada, para posarla directamente en los ojos de Candy—. Son las cuatro de la mañana, ¿por qué no te vas a dormir? Yo me quedaré con Dorothy —propuso, decidido—. El peligro ha pasado. Es obvio que puedo encargarme de esto, así que, no te preocupes, ve a dormir con confianza.

—Pero... ¿Y cómo te sientes tú? —preguntó ella, un tanto preocupada.

—¿Yo?

—Tú también estuviste expuesto al agua, ¿no?

—Yo me siento bien, no te preocupes, ¿sabes? Todo esto ha sido mi culpa... —aceptó el rubio—. Yo no debí permitir que ella me ayudara. La verdad, fue una terrible idea, eso de destapar la tubería sin ayuda profesional, nos mojamos más de lo debido, lo lamento mucho.

—El sistema inmunológico de las personas, es distinto uno de otro. Dorothy debió tener las defensas muy bajas, quizá ya estaba a punto de enfermarse y tú no tenías modo de saberlo, así que no te culpes... —Candy bostezó escandalosamente y Albert le dijo:

—Irás a trabajar en unas cuantas horas, lo mejor es que te vayas a la cama y descanses, necesitas dormir, niña.

La muchacha asintió y después de observar por última vez a Dorothy, se dispuso a marcharse. Claro, lo hizo no sin antes lanzar la cuestión que toda la noche, rodó dentro de su cabeza.

—Antes de irme... ¿Puedo preguntarte algo más?

—Por supuesto —expresó, acomodándose en el pequeño sillón que Candy había dejado libre.

—¿Desde cuándo se aman Dorothy y tú? —preguntó ella sin darle más vuelta al asunto.

—¿Amarnos? —Albert no estaba seguro de eso—. Bueno, yo no usaría ese término...

—¿Por qué no?

—Porque estás hablando de un amor mutuo... —dijo Albert con tristeza—. Y Dorothy no me ama.

—¡No seas mentiroso! Hace rato, ella te dijo que te amaba. Lo escuché perfecto... —Candy sonrió pícaramente y Albert negó.

—Dorothy estaba delirando. Ya lo sabes, la fiebre hace que la gente diga cosas extrañas.

—Oh Albert, no seas necio... dime... ¿Por qué ella no va amarte?

—Es más simple de lo que tú crees —se dispuso a explicar, viendo a la muchacha que yacía sobre la cama—. Yo soy rico y ella es pobre. Dorothy lo dice todo el tiempo, no estamos al mismo nivel, no podemos estar juntos, porque ella es mi empleada.

—Santo Dios... ¿Eso dice ella?

—Sí.

—Y, el hecho de que ella sea pobre y sea tu empleada... quiero decir... ¿Eso te importa?

—¡Por supuesto que no! —respondió Albert, sintiéndose un tanto ofendido—. ¿Pero qué puedo hacer para que Dorothy deje esos pensamientos pesimistas?

—Eso es fácil —contestó la muchacha, tomando la mano de su amigo—. Solo tienes que lograr que ella se sienta igual que tú, debes hacer que a Dorothy tampoco le importen los convencionalismos.

InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora