La oración de los herejes

La última carta

Elisa escribió una carta luego de conocer a Juan Martínez de Rozas. Una carta para nadie, para el viento quizá, o para un destinatario inexistente...o aparentemente muerto. Nunca la envió. La escribió, la arrugó y la tiró lejos. Pero sus líneas, que nunca fueron leídas por nadie, quedaron en su memoria por siempre.

León, querido mío:

¿Es correcto decir que te he perdido para siempre? Ante esa duda que embarga mi ser por completo, no sé si me está permitido enamorarme de aquel hombre que, como tú, entiende de letras y de política y de mundo. Juan es una persona buena, yo lo sé. No sabría afirmar si se trata de un idealista, pero estoy segura de que, como tú, quiere un mundo mejor, y está intentando construirlo.

No sé si mancho tu memoria queriéndolo. Quizá me permitas que lo haga. Pero lo que está claro, León, querido mío, es que tú lo llenas todo en mi corazón y dejas apenas espacio para amar a otro. ¿Por qué, querido, por qué me causas semejante sufrimiento? ¿Por qué no te extingues de mis recuerdos, tal y como abandonaste este mundo?

Quisiera echarte a patadas, pero no puedo. Me duele. ¿Es posible de creer, aunque suene absurdo, que el amor cause tanto dolor y sufrimiento? No debería. Se supone que es algo bueno, algo divino... ¿Será el hombre quién pervierte algo tan santo? ¿Quién es, entonces, el culpable de mi sufrimiento? ¿Tú o yo? ¿El que decidió quitarse la vida, o la que no puede evitar seguir recordándolo, amándolo, ansiando en un deseo infantil que regreses, que todo haya sido una mentira, que vuelva yo a tus brazos y nos casemos? Claro que no. Eso no es posible.

Lo siento tanto, León. Pero debo olvidarte. Y si he de casarme con alguien, quizá con Juan Martínez, quizá con Marco Valencia, el administrador de los fundos de mi padre, a quién tú bien conocías y despreciabas, entonces, querido León, daré todo lo que pueda dar de mí para olvidarte.

Con un cariño entrañable, se despide por siempre

Elisa Domínguez.