I
Tras unos minutos de rápida carrera, la boca del daelacanto se abrió de nuevo y Goldinaz entró deslizándose por su garganta. Nos comunicó que ya no había peligro, pero era mejor que siguiéramos dentro del animal. Fuera nos exponíamos a golpearnos la cabeza con los picos rocosos, ya que los pasadizos estaban en total oscuridad. Además, a veces el animal tenía que sumergirse para salvar tramos completamente cubiertos por el agua y hubiéramos tenido que aguantar la respiración durante largos períodos. Rondal fue el único que siguió en el lomo del daelacanto como precaución, turnándose cada hora con mi hermana adoptiva.
La tercera vez que Goldinaz entró en el vientre de la bestia, vimos su cara sonriente. Nos hizo salir por la garganta, inclinada para ayudarnos en la extraña maniobra. Agotados, hambrientos y cansados del húmedo olor a pescado, vimos con alegría la orilla de una amplia bahía, iluminada por las últimas luces del día. Comparada con la oscuridad que nos había acompañado durante el último día, aquella tenue claridad me pareció más brillante que el sol de Vikatee.
Respiré a bocanadas el aire fresco. La vista del tranquilo horizonte me llenó de paz tras sufrir tantas jornadas los altibajos de la meseta. Con la ayuda de Goldinaz, Sidin y yo nos instalamos también en el lomo del daelacanto. Aunque no tan grande como Vliror, se trataba de un ejemplar de buen tamaño que no tenía dificultad en cargar con cuatro pasajeros mientras nadaba a toda velocidad. Sidin desconectó el modo de seguimiento de la esfera, que se quedó –como la primera Zarayan– en el interior del daelacanto. Nos amarramos con cuerda para no caernos de nuestra montura. Fue una buena idea, porque tras comer los pocos alimentos que quedaban, caímos dormidos profundamente sobre las escamas.
Durante tres días y noches navegamos sobre el animal, dejándole descansar de tanto en tanto para que cazara a su antojo mientras flotábamos sobre las olas. Por precaución mantuvimos la distancia a la costa durante las travesías, salvo cuando paramos para recoger agua y comprar alimentos. En esa ocasión Sidin y yo permanecimos escondidos en un bosquecillo mientras Goldinaz y Rondal iban a la aldea. Tanto el viejo consejero como yo hubiéramos llamado demasiado la atención. A estas alturas los tintes que aclaraban mi pelo y mi piel habían desaparecido.
Tras bordear los altos acantilados de Roseda Quea llegamos frente a la Gran Bahía de Viter. Levantándonos sobre la coraza del daelacanto oteamos con temor hacia el este, pero aparte de algunos barcos que evitamos fácilmente no apareció ninguna nave sobre el horizonte. Solamente cuando íbamos a girar más allá del promontorio que marcaba el borde sur me pareció ver una sombra negra que descendía al fondo de la bahía, justo donde se encontraba Vitera. Pero la ciudad estaba demasiado lejos para poder verla. ¿Seguirían los invasores ocupando el cerro? ¿Tomarían represalias contra la ciudad y el reino tras habernos perdido? ¿Habría llegado ya el temible Almirante con su sed de sangre? Era imposible saber las respuestas desde nuestra posición mar adentro.
Siguiendo hacia el sur, avistamos con impaciencia y ansiedad la familiar costa de Fasela Quea. Reconocí desde la distancia las calas donde tantas veces había entrenado mis habilidades. Estábamos siguiendo a la inversa el mismo camino que me había llevado con Vliror hasta Vitera. La felicidad por volver a mi hogar adoptivo se mezclaba con la incertidumbre sobre la situación de mis amigos de la aldea. Me preocupaba que los hrtar la hubieran tomado con ellos por mi culpa. ¿Qué pensaría de mí ahora mi familia de la Laguna? ¿Se arrepentirían de haberme acogido? Podía imaginarme las caras redondeadas de Thuregi y mamá Amalea, más serios que nunca, regañándome por mi desobediencia. Pero sobre todo me preocupaba lo que le podía suceder a Jilai, prisionera de los hrtar en el Palacio. Me aterraba que hubiera sido entregada ya al Almirante Kautrk, ese monstruo alto como diez demonios, que se alimentaba de sus enemigos. No quería pensar en ello. No me atrevía.
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La ciudad de las esferas (Trilogía de las esferas 1)
Science FictionNadir vive en Vikatee, la ciudad que vuela sobre las nubes perpetuas del planeta Mekham. Los habitantes de este pequeño mundo han mantenido durante mil años el precario equilibrio necesario para sobrevivir, pero el muchacho y sus amigos descubren un...