Los jardines de la Guarida eran tan bellos como las historias contaban; rodeado por las piedras grises y frías de las murallas, en el centro bailaban pétalos de todos los colores del arcoíris, mecidos suavemente por el viento que se colaba por el techo abierto, y que caía y trepaba por el empedrado, acariciando las enredaderas de piel roja que asfixiaban los muros, con sus tibias lenguas translúcidas.
Era un día cálido, y entre la fría peña se estaba a gusto; con una pipa tallada en fina madera en su diestra, el Alto Arcano, cavilaba frente a un tablero de ajedrez. Junto a él, un reloj de arena. Luego de sopesar sus posibilidades, tomó un caballero tallado en ébano, y lo puso entre dos incautos e impotentes alfiles. Miró hacia adelante, y complacido, sonrió; acto seguido, empujó una palanca con la pipa, y la arena del reloj comenzó a volver a su polo original.
Con una mano sosteniendo la cabeza, el joven que le enfrentaba, cortó con la mirada cada cuadrante de la mesa, buscando el punto más débil de la formación enemiga. Pasados unos segundos, tomó con delicadeza la dama blanca, que se abalanzó sobre una torre descubierta. El reloj se detuvo por un momento, y cambió de posición. De manera casi inmediata, y con ojos brillantes, el maestro Greco devoró la pieza, y la agregó a su colección de cabezas, <<No deberías dejar desprotegida a tu dama por una pieza menor, Fisgredo>>, sus labios transmitieron al joven. Giró el reloj.
- Jaque Mate - una torre de alba figura amenazó al rey, mientras dos caballeros le cortaban cualquier escape, con sus lanzas de plata alzadas en espera. El rey negro cayó, y rodó sobre el monocromo un par de centímetros - con este serían veintiocho juegos. Doce a mi favor.
Unos ojos color cielo observaban como los últimos granos de arena se quedaban inmóviles, en la pequeña duna que dormía dentro del cristal. Atenta, Baleria, hija de Leta, espectó tres encuentros entre el maestro Greco y su aprendiz. La compañía de los académicos le era muy agradable; el hambre por conocer era algo innato en la princesa, y en Ádeliz era un deleite poder saciarla.
La biblioteca del castillo, guardada por el Alto Arcano, era enorme; poseía diez veces el tamaño de la que dormía en casa, y la cantidad de ejemplares ante ella era tal que a diario debían desempolvarse e incluso reacondicionarse entre diez y doce tomos distintos.
En los dos meses que llevaban en la Guarida con mamá y Lemis, había recorrido y devorado ocho tomos gruesos, que recopilaban la historia del reino. Había leído sobre el imperio dorado y su caída, conocía el nombre de cada uno de los príncipes malditos de Adros, y las campañas contra los pueblos flotantes y sus piratas ahora dormían en su memoria. Además, había estudiado por lo menos una veintena de obras escritas por antiguos maestros: había aprendido botánica y alquimia de la mano de Remo el Breve, y sentido el fuego de la forja a través de las palabras de Maes Numer; el bestiario del intrépido Maes Horas, y descifrado los ilegibles garabatos en anatomía de Delfino, el ejecutor. En ese sitio se sentía a gusto.
Por otro lado, Greco estaba impresionado de la muchacha; siempre había gustado enseñar, razón por la que había tomado a Fis como estudiante. Sin embargo, el arte del arcano no era enseñado a las mujeres del reino; eran contadas con los dedos aquellas que poseían tal conocimiento, y su presencia era repudiada por sus pares masculinos y temida por el pueblo llano. No era bueno que una princesa fuera vista de esas maneras, así que el académico era cuidadoso con el trato hacia la niña.
En la biblioteca, Greco pretendía que la princesa no existía: la dejaba robar libros de los estantes, y sentada en el rincón más iluminado de la sala, bajo un exquisito vitral de colores, los leía. Ella también estaba al tanto de este juego, y cuando el bibliotecario pasaba, se cubría el rostro con el libro que tuviera en sus manos. Ambos dejaban salir una discreta y breve risa, y el hombre seguía caminando. Otras veces, encontraba pergaminos con listas de libros escritas en ellas, marcados con el sello del Alto Arcano, un tordo, y dirigidos a <<Balí del Amanecer>>