Calígine

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Arrastraba mis pies en cada andar. Mi cabello era revuelto por la fría brisa mañanera, cada día de un nuevo amanecer los amarillos y cálidos rayos del sol más un suave viento eran la combinación climática perfecta para dar inicio a un nuevo despertad en el caserío Santa Lucia. El sol era fuerte y por ello llevaba la mirada entre cerrada, me encontraba recorriendo la calle principal de Santa Lucia a los extremos de la larga calle se encontraban las pequeñas y coloridas casas hechas de bahareque y adobe, algo muy tradicional de los pequeños caseríos.

No me había fijado que deambulaba por el medio de la calle cuando por la acera de mi lado izquierdo caminaba en dirección contraria el señor Domingo Catarí, quien venía vestido de pantalón y camisa blanca, cinturón de cuero acompañado de un sombrero de paja que simulo quitarse en forma de saludo.

–Buen día joven. –pronuncio con la misma tranquila voz de siempre.

Le regale una sonrisa, respondí de la misma forma y continúe mi camino, era extraño verle tan joven.

El chasqueo de los dedos de Sebastián frente a mis ojos me trajo al presente, ahora me hallaba en medio de varias personas en frente del abasto del caserío, saldríamos a dar un pequeño recorrido a los alrededores. Había como unas doce personas de las cuales solo siete irían al paseo. Estaba el señor José y el conductor del jeep platicando sobre los nuevos repuestos para el vehículo además de comentarle que tuviera cuidado con algo en la carretera porque podía desgastar los nuevos neumáticos.

Los dos hijos del señor José ya tenían listo el vehículo y dieron señal para abordarlo, Daniela subió rápido por la emoción del recorrido mientras que las otras dos personas se adelantaron al jeep. No faltaba nada para marcharnos, Sebastián me dio la mano para ayudarme a subir al jeep cuando se escuchó gritos provenientes de la iglesia. Volteamos la mirada de inmediato y resulto ser lo que pudo a ver sido una fiel monja a la capilla del caserío, que ahora era un fantasma que deambulaba por estos caminos.

–No vayan por esos linderos, estas tierras están malditas. –gritaba la anciana. –No saben en donde se están metiendo, morirán, esta tierra está plagada por la miseria y el dolor, ustedes pecaron al venir aquí.

No entendía por qué la vieja monja decía eso, Sebastián me sujeto del brazo y me subió al jeep. Una vez el conductor encendió el motor el señor José nos deseó suerte y que tuviésemos cuidado, pero eso no explicaba el motivo de los gritos desesperados de la anciana. El fuerte rugido del motor fue señal de que habíamos arrancado a esta pequeña aventura, el señor José junto a sus dos hijos se despedían moviendo sus manos a lo cual nosotros respondimos de la misma forma.

En la parte trasera estaba una pareja mas Sebastián y yo ya que Daniela opto por ir en el puesto del copiloto, mi curioso amigo no dudo en entablar una conversación con los desconocidos quienes se llamaban Samuel y Lili. No podía olvidar lo que dijo la monja era extraño, desde hace un par de década el caserío Santa Lucia estaba decadente, me recordaba a un pueblo de una vieja novela que había leído hace mucho tiempo. El caserío se me hacía similar al pueblo de Ortiz, o bueno a lo que leí de el en esa vieja historia, como las personas emigran a las grandes ciudades dejan atrás los campos y deciden dar un cambio a sus vidas.

Pasábamos por una calle bastante estrecha, las ramas de los árboles tocaban al jeep mientras que el suelo estaba repleto de piedras y ramas, el andar se sentía casi parecido a estar en un sube y baja, el terreno no era muy apropiado, después de todo el señor José tenía razón con tener cuidado, no era muy estable el camino. No llevábamos ni a media hora pero para mí ya eran como dos horas, hubo un momento donde note que la estrecha calle era como una subida, tal vez estábamos en un atajo. A varios metros se notaban la parte traseras de todas las casitas del sector, me dio algo de nostalgia ya que lo que una vez fue un lugar que se llenaba de personas de todas partes por ser una carretera muy transcurrida por los conductores de los camiones de distintas industrias productoras del estado, ahora eran ruinas que enseñaban lo que una vez fue.

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