La epilepsia de nuestro hijo Daniel fue evolucionado lentamente. Primero tuvo las llamadas crisis focales sensoriales (constantemente decía oler o escuchar cosas que nosotros no percibíamos); más tarde aparecieron las "ausencias" del mal (periodos breves de poca duración en los que el pequeño fijaba la mirada, suspendía la actividad que venia realizando y permanecía quieto como estatua, sin conocimiento y sin capacidad para responder a estímulos externos). Finalmente, después de un periodo bastante largo en el que no sufrió ataque alguno, apareció la primera crisis convulsiva tónico-clónica del gran mal. (1)
Esa noche también sobrevino el caos familiar.
Estábamos en la casa después de un día común de trabajo. Nos disponíamos a dormir cuando escuchamos la voz del pequeño llamándonos desde su recámara. Mi esposa acudió de inmediato. Yo seguí con toda calma colgando mi traje y mi corbata.
-David, ven rápido. Por favor...
Detuve mis movimientos en señal de alerta. La voz de Shaden sonó verdaderamente alarmada. Reaccioné y asustado corrí al cuarto del niño.
-Tiene alucinaciones... Otra vez.Me hinqué frente a mi hijo que, llorando, levantaba la mano derecha y señalaba un ente monstruo que sólo él veía. Su mirada estaba desencajada y sus palabras eran incongruentes, muestra inequívoca de la actividad eléctrica desordenada de su corteza cerebral.
- Cálmate, mi vida- le decía tratando de abrazarlo-. No es nada... Cierra los ojos...
Pero Daniel seguía gritando presa de un terror indecible, con el rostro rígido y contraído en un rictus de pánico...
-No quiero que se vayan... - articulaba entre gemidos.
-¿Qué dices? Nadie se va a ir...
En ese momento se tranquilizó y tuvo un periodo de franca lucidez...
-Siento el aura -balbuceó-, los brazos me cosquillean, tengo mucho miedo, papá...
-No va a pasar nada... -le dije al momento en que lo recostaba en su cama previniendo lo que sí podría pasar...
-Los quiero a los dos... Juntos...Fue lo último que dijo antes de lanzar un grito sordo y paralizarse. Entonces comenzaron las convulsiones.
Shaden y yo habiamos leído mucho respecto a las diferentes manifestaciones de la epilepsia, pero nunca, hasta esa noche, presenciamos de cerca la fuerza de un ataque espasmodico del gran mal. Mi esposa se mordió el puño llorando y yo, con torpeza, aflojé la ropa del pequeño para ayudarlo a respirar y puse almohadas en sus costados. La impotencia de no poder hacer otra cosa era tanto más terrible cuando más violentas las contracciones. Se recomendaba no tratar de inmovilizarlo, ni introducir objetos a su boca, ni darle medicamentos o remedios... Sólo esperar... (2)
A los pocos minutos las sacudidas se hicieron más suaves, hasta que fueron desapareciendo por completo. El niño recobró parcialmente el conocimiento moviendo la cabeza y quejándose.
Las lágrimas me llenaron los párpados. Lo abracé susurrándole al oído que lo amabamos.
Shaden también se acerco a acariciarlo. Era un extremo doloroso enfrentar el sufrimiento de un hijo y no poder hacer nada para ayudarlo.
-Los quiero a los dos... juntos - articuló pastosamente, como si su mente se hubiese detenido en la misma idea anterior a la crisis.
-Aquí estamos, mi vida - le dije con un nudo en la garganta - Los dos juntos. No te preocupes... Trata de descansar... Todo está bien.
Ignoro cuánto tiempo pasamos contemplándolo. Ya estaba muy avanzada la noche cuando me incorporé y le indiqué a mi esposa que debíamos irnos a nuestra recámara. No me contestó. Me encogí de hombros. Últimamente habiamos tenido serios problemas conyugales. Si quería pasarse la noche dándose de topes contra el entresijo era asunto suyo.
Salí del cuarto de mi hijo y me metí a la gélida cama matrimonial. Durante un largo rato estuve recostado con los ojos fijos en el techo. Los cerré simulando dormir cuando mi esposa entró a la recámara. Encendió la luz y se detuvo de pie junto a mi para observarme.
-Sé que estas despierto.
Permanecí inmóvil. ¡Qué honda depresión me ahogaba! ¡Cuán infame se presentaba ante mi mente la cadena de preocupaciones! Después del acceso de Daan, sentía especialmente deseos de salir corriendo. ¿Cuánto hacía que no compartía con nadie mis sentimientos?
Shaden comenzó a desvestirse. No entreabrí los párpados para admirar sus esbeltas formas, como lo hacia antaño. Se acercó y en gesto de caricia puso una mano sobre mi frente para decirme:
-Nos necesita unidos, ahora. ¿Qué nos esta pasando, David? Me siento muy sola.
Quise contestar "yo también", pero mi boca permaneció cerrada. Trató de sentarse a mi lado y, como no halló espacio, se incorporó confundida y triste.
Abrí los ojos. En la habitación se respiraba un ambiente nostálgico, como si el aire hubiese multiplicado su densidad y tratara de aplastarnos...
-¿Qué es lo que te ocurre? ¿Estas enojado conmigo? ¿Te hice algo? ¡Dímelo! ¡Ya me cansé de tu silencio!
-Déjame en paz-espeté-. Estoy afligido por lo que acaba de suceder. ¿No te das cuenta?
-¿Y tú crees que yo estoy feliz? ¿Por qué no podemos compartir nuestras ideas ni siquiera en momentos como éste?
-Van a dar las tres de la mañana. Yo tengo que levantarme a las seis. No es momento de compartir nada.
-Siempre debes levantarte temprano... Ahora trabajas más y lo curioso es que tenemos menos dinero. ¿A qué se debe? ¿Por qué ya no vienes a comer? ¿Por qué llegas cada vez más tarde a casa?
-¡Ya basta...! - le grité con fuerza-. ¡Déjame en paz!
-No, no basta. Por favor, David. Explícame qué rayos está pasando. ¿Acaso hay otra mujer?
-Bueno seria...
Shaden se quedó quieta frente a mí tratando de recuperar el aplomo. Un abismo infranqueable nos separaba.
Recordé haber leído que cuando le preguntaron a 400 psiquiatras por qué realmente fracasaban los matrimonios, 45 por ciento contestaron que uno de los factores principales era la incapacidad de los maridos para expresar sus sentimientos. (3)
-Si tú y yo nos entendiéramos mejor, el más beneficiado sería nuestro hijo...
Su último recurso me aplastó. Yo era capaz de hacer cualquier cosa por mi niño... Siempre lo había dicho. Además esto no podía seguir: era un martirio vivir así.
Me senté al borde de la cama frotándome la cabeza. ¡Cómo necesitaba dar escape a tanta presión interna, expulsar las penas, vomitar las toxinas de mi conciencia! Ya no era posible llevar a cuestas la carga de preocupaciones, miedos y conflictos irresolutos. Esa máscara encrespada era un mecanismo de defensa para ocultar mi naturaleza vulnerable, pero en el mundo competitivo de los negocios y la política sólo se sobrevive siendo manipulador, desconfiado y frío, y resulta muy difícil desahogarse cuando se está acostumbrado a callar...
-Hace tiempo que dejaste de luchar por nuestro matrimonio- remarcó mi esposa al verme enmudecido-, y Daan no se merece eso.
-Otra vez lo mismo... -contesté cayendo en la cuenta de que intentaba chantajearme-. ¿Quieres apartarte de mi vista?
-Mira, David: yo también me estoy cansando de ti... He hablado mucho con otras personas y todos están de acuerdo en que no puedo permitir que me sigas tratando de esa forma.
-¿Todos están de acuerdo? ¡Vaya! Y seguramente tu madre es la primera... ¿Cuándo aprenderá esa Señora a no meterse en lo que no le importa?
-Pues, independientemente de los que otros opinen, me estoy cansando, y debo decirte que si las cosas no cambian vas a perderlo todo...
Me puse de pie sintiendo cómo la ira comenzaba a calentarme las manos.
-¿Estás amenazándome?
Tardó en contestar. Le costó trabajo cruzar ese puente y sincerarse, pero finalmente lo hizo.
-No es amenaza. Sólo quiero hacerte saber que ya no estoy dispuesta a vivir con alguien que me trata como si fuese basura... Así que he comenzado a pedir asesoría a unos abogados.
La miré con los ojos muy abiertos.
-¿De modo que planeas divorciarte?
-Si tú no cambias, sí.
-Pues vamos a poner manos a la obra. Ve con tus abogados mañana y me mandas los papeles del divorcio a la oficina. Yo me voy de una vez y para siempre.
Caminé hasta el armario y comencé a arrojar mi ropa al suelo sin ton ni son. En realidad no deseaba irme ni divorciarme, pero tampoco podía mostrarme doblegado ante su desafío. Comencé a hacer mi maleta en espera de que se retractara. Eso solía ocurrir: podíamos alegar durante horas sin llegar a ningún lado pero en el momento en que yo usaba el recurso de esfumarme ella cambiaba de actitud, se ponía enmedio, me pedía que no me fuera, y yo aprovechaba para lanzar blasfemias, gritos e insultos superlativos. Era una forma de recuperar mi autoridad. No era la mejor, pero cuando estaba con mi familia me sentía tan infeliz y devaluado que precisaba echar mano de cualquier recurso para lograr respeto. En la empresa, la gente me trataba con gran deferencia: los empleados me adulaban, las secretarías me brindaban un trato delicado, los proveedores me llevaban regalos y nadie podía entrar a mi oficina sin previa cita.
En mi hogar, en cambio, yo era "el viejo", "el ogro", "el gruñón", "el ruco"; cuando llegaba, las risas se apagaban y las conversaciones entusiastas entre mi esposa y mi hijo se desvanecían. Era tan notorio el contraste que, en mi casa, sólo siendo duro lograba comedimiento.
-Tú debiste ser hombre- dije metiendo la ropa sin cuidado la valija- Quieres llevar las riendas, pero a mí no me vas a manejar.
-Claro que me hubiera venido bien ser hombre para tener derecho a gritar, igual que tú.
-De todas formas lo haces. ¿O es que no te has oído, bruja histérica? Te gusta mandar y disponer, pero lo absurdo es que también quieres que te mantengan.
-¡Lárgate de esta casa!
-Claro que me voy. Ese siempre fue tu deseo, ¿verdad? ¿Por qué no lo dijiste antes?
-Porque te tenía miedo, pero ya no, ¿me oyes?
-Así que ése es tu plan. ¿Y desde cuándo? ¿Las feministas te lavaron el cerebro? ¿Te dijeron que debes estar en la onda de la liberación? Mira que si salgo por la puerta ahora no me volverás a ver, te lo advierto...
-Ya no me amenaces que me das lástima. Vete. Te estás tardando.
Me volví de espaldas y seguí haciendo mi maleta.
-Quiero que cuando estés lejos recuerdes la enfermedad de tu hijo -remató-. Ya viste cómo le afectó la idea de nuestra separación.
-¿Ya le dijiste que estás viendo abogados?
-Sí, para prevenirlo.
Pateé el equipaje y comencé a dar vueltas por el cuarto. Recordé que, antes de la crisis, el niño había gritado una y otra vez "no se vayan", y después del ataque remarcó la frase "los quiero a los dos... juntos".
-¡Maldición...! -mascullé-. ¿Sabes que haberle dicho eso pudo ser la gota que derramó el vaso de su sistema nervioso? ¡Maldición, maldición! -repetí dando dos, tres, cuatro puñetazos con todas mis fuerzas en la pared, hasta que un intenso dolor en los nudillos me detuvo.
Salí del cuarto. Mi esposa me siguió hasta la sala.
-Las cosas no se pueden ocultar. ¿Crees que Daniel es tarado? Él se da cuenta de todo. Además no fue por eso que sufrió el ataque. Tiene más de un año que los síntomas desaparecieron y creímos que se había curado, así que hace dos semanas le suspendimos el medicamento, ¿Ya no te acuerdas? Por eso pasó lo que pasó.
-¿Le suspendimos...? ¿Dejaste de darle la etosuximida?- me aproximé con los ojos muy abiertos y respirando agitadamente.
Mi esposa dio un paso atrás. Había detectado que el fantasma asesino de la ira se había apoderado de mí.
-Sí. Acuérdate de que te lo comenté.
-Nunca me dijiste nada.
-Lo hice, pero tú no sueles escucharme. Cuando hablo, piensas en otras cosas y me contestas a todo que sí.
La ira me cegó. El organismo de los animales ante el enojo o el miedo deja de irrigar sangre al cerebro para tonificar los músculos y disponerse a huir o atacar. Algo parecido me ocurrió.
-Eres una estúpida. ¡Angustiar al niño diciéndole que sus padres posiblemente se divorcien y suspenderle bruscamente la medicina...! No cabe duda que eres una real y reverenda estúpida.
-Y tú... un cobarde, puerco. Como marido dejas mucho que desear.
-¡Cállate, infeliz!
-¡Nunca has madurado! ¡Te crees muy listo, pero la verdad es que eres un cobarde que se escuda en el trabajo para no cumplir como marido...!
Tuve deseos de echarme sobre ella y matarla, pero la ira me paralizó. Detrás de mí estaba el ventanal de cristal filtrasol; me volví y lo golpeé fuertemente haciéndolo añicos, por lo que sufrí algunas cortadas con el vidrio.
-¿Para qué discutimos tanto por tener lo que tenemos? - reclamé -¿Qué caso tiene todo esto si tú estás planeando divorciarte?- caminé batiendo muebles, rompiendo floreros y estatuillas-. Nos divorciaremos- bufé acercándome a ella-, pero tarde o temprano me quedaré con el niño. Me iré de tu vida y me llevaré a Daan.
-¡Estás loco! -gritó-. Vales más muerto que vivo. Desaparécete. Eres un maldito psicópa...
No la dejé terminar. Alcé la mano derecha y con todas mis fuerzas la impacté sobre su rostro. La potencia de tan tremenda bofetada la hizo rodar por el piso.
Shaden reptó hacia atrás observandome aterrada, al tiempo que se soltaba a llorar limpiándose la sangre que se le escurría por la boca. Concluí que todo era inútil, que mi matrimonio se había ido al demonio definitivamente. Miré mi rostro desencajado en el espejo: parecía una bestia sin control. Sentí lástima y rabia. Esta vez mi vida parecía dispuesta a dar un vuelvo radical. Nunca imaginé a qué grado.
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La Última Oportunidad
Storie d'amoreSi alguna vez ha cruzado por su mente la idea de disolver su matrimonio, si siente que no vale la pena seguir luchando por ese trabajo o esas personas que lo han despreciado; haga un alto y dese la última oportunidad leyendo este libro. Usted tiene...