Capítulo 1.

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—Heidi, ¿puedo llevar esta muñeca? —pregunta, Amber, en su característico tono dulce.

Para ser una niña de seis años, articula cada palabra muy bien. Conmovida por su petición, miro el precio de la muñeca que tiene en sus manos y suspiro. Son casi treinta dólares. Treinta dólares que me encantaría poder darle, pero que tenemos que invertirlo en nuestra alimentación.

Me acerco a ella, con cada paso siento una profunda tristeza por la respuesta que le tendré que dar. Me agacho para estar a su altura y ajusto su bufanda para evitar que coja un resfriado y se enferme.

—Cariño, ¿qué tal si la agregamos a tu carta de Santa Claus y esperamos que él te la traiga?

Los ojitos de Amber se tornan brillantes y echándole un último vistazo a su muñeca, lentamente vuelve a ponerla en el estante.

—No creo que Santa me traiga la muñeca también.

—Oh, claro que sí. Has sido una niña muy buena y si le pides la muñeca posiblemente te la conceda.

—Entonces tendré que cambiar mis otros dos deseos.

Sonrío y ajusto su sombrero del reno Rodolfo.

—No tienes que cambiar tus deseos. Santa es bueno con todos y si pides uno más, no habrá problemas.

—Pero... —suspira tan dramáticamente que casi me hace reír—. Si pido un deseo más serían tres y son demasiados, no quiero quitarle la oportunidad a otro niño. No puedo ser egoísta.

Mi corazón se llena de ternura mientras que en mi garganta se forma un nudo.

—Claro que no eres egoísta —logro articular.

—No lo sé, Heidi, además, uno de mis grandes deseos es que podamos ver a papi y mami y si también le pido la muñeca no creo que Santa cumpla con todo.

Tan pronto como las palabras salen de su boquita tengo que dar un fuerte suspiro y tratar de poner una sonrisa en mis labios.

No voy a llorar delante de ella.

Es lo que siempre me repito.

La vida a veces es muy injusta, bueno, la muerte es la más injusta de todas. Poner sus oscuros ojos en unos padres que adoraban encarecidamente a su familia, llevándoselos sin el menor reparo, quitándole así la oportunidad a dos niñas de crecer de la mano de sus héroes es totalmente injusto. Muy injusto para dos niñas que se quedaron totalmente solas.

Intento abrazarla, y ella me devuelve el abrazo hasta que la escucho sollozar sobre mi hombro.

—Amber, cariño, no llores —le pido, intentando ver el rostro que ella cubre con todas sus pequeñas fuerzas—. Mamá y papá están siempre en nuestros corazones, no lo olvides.

Mi mayor deseo para Navidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora