—¡Pero mira que bella está nuestra casa, Heidi! —chilla Amber, sentándose frente al pequeño árbol de navidad que acabamos de terminar de adornar.
Esta época siempre es la mejor para ella, no para de hablar de Santa, los elfos, los renos y todo eso. Me hace ver toda clase de películas con esta temática, y por muy triste o nostálgica que me encuentre, deseando que la temporada pase lo más rápido posible, siempre terminamos sentadas en el sofá viendo alguna que otra película mientras tomamos una tasa de chocolate caliente llena de malvaviscos.
—¡Por supuesto! ¿Quiénes hicieron toda la decoración? —pregunto, arqueando mi ceja, sonriendo al ver su felicidad.
—¡Nosotras! —exclama, levantándose en el momento exacto en que tocan la puerta.
Le digo que yo abriré, pero una vez más se adelanta. Se apresura para abrir y ambas nos observamos extrañadas, ya que del otro lado no hay nadie.
—Seguramente se equivocaron —le digo—. Ven y ayúdame a colocar estas luces en la pared.
—Pero han dejado esto —dice al tiempo en que se agacha a recoger un papel blanco. Se encarga de cerrar la puerta y se aproxima al lugar en el cual estoy.
Frunzo mi ceño y con curiosidad abro lo que a simple vista parece ser una carta. Sé que es para mí porque mi nombre se encuentra escrito en la parte derecha del papel con una caligrafía clara y elegante.
Inspiración.
No importa cuántas veces me quedé mirando a la nada,
acompañado por una silenciosa serenata que hablaba de caminos
que desaparecían entre las turbias palabras acompañadas
de sollozos que se perdían bajo mis miradas.
Ahora las luces de las calles intentan iluminar el camino,
aunque todo lo que en él hay es neblina
cruzando sin medida, bajo el manto que recubre la ciudad,
donde yacen corazones y decepciones, esperando ver la luz de la felicidad.
¡Oh, señor!
tan solo ruego por una chispa para encender de nuevo mi tenacidad,
pero, al parecer no importa cuánto tiempo espere,
o no importa cuántas veces grite,
todo acaba siendo gris.
No hay luz, no hay esperanza...
hasta que miré tu piel blanca.
Tus ojos me sonrieron
y me devolviste la ilusión que se empezaba a disipar,
me libraste del encierro.
Pasé muchas noches detrás de un papel y un tintero
tratando de crear miles de aventuras
que se desvanecían mientras las escribía.
Tardé mucho en darme cuenta de que no se desvanecían,
florecían para convertirse en una nueva travesía,
que encendería la luz del día
y alejaría los tonos grises,
devolviéndome la inspiración y la alegría.
Harry Snyder.
—¡No lo puedo creer! —murmuro, dándole vuelta a la hoja, donde está engrapada una pequeña nota.
"Como puedes leer, de alguna manera las palabras han vuelto a mí y todo es gracias a ti. Tú inspiraste este pequeño poema, por lo tanto, es tuyo"
¡Dios mío! Ni siquiera podría decir cómo me siento en este momento, lo único que sé decir con certeza es que me hace muy feliz que otra vez esté haciendo lo que ama y pueda ser capaz de escribir lo que él quiera.
—¿Qué es? —pregunta Amber con impaciencia, brincando para tratar de quitarme el papel de las manos—. ¿Es alguna carta perdida de un niño para Santa Claus?
—Es una factura —miento.
—¿Factura? Muéstramela —hago lo que me pide y ella rueda sus ojitos—. Solo lo haces porque sabes que todavía no sé leer muy bien.
No puedo evitar soltar una risotada por su reacción. Se marcha molesta y yo vuelvo a enfocarme en el poema.
De repente, una enorme sonrisa se apodera de mis labios, y es inevitable tratar de ocultarla.
ESTÁS LEYENDO
Mi mayor deseo para Navidad.
Short StoryLa vida para Heidi Baker ya no tiene el mismo sentido desde que su familia quedó marcada por un accidente, sin embargo, sabía que la única opción que tenía era ser fuerte, por su hermanita Amber, por sus papás y quizás también por ella. Ha sabido s...