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Me dejé caer en sofá de la oficina de la tía Grace. Estaba exhausta. Había pasado toda mi mañana de viernes dándomelas de tutora de un grupo de veinte niñas novatas y era una tarea difícil. La tía Grace no había llegado aún y lo agradecía, no quería que me viera con esa cara de fastidio que de seguro tenía, porque habría insistido en invitarme el almuerzo y no me gustaba rechazar sus invitaciones, pero no tenía nada de hambre. Además la tía Grace siempre me llevaba a comer a lugares geniales, donde servían comida espectacular y calorías era lo que menos necesitaba en esos momentos, porque estaba a un solo paso de firmar una de las mejores oportunidades de mi vida, un contrato para la semana de moda en Nueva York, como modelo de Kalle & Mutt. 
Luego de despejar mi mente unos segundos me puse de pie porque mi entrenamiento empezaba en menos de diez minutos. Y aunque no tenía ganas de ir a hacer ejercicio ese día en específico, debía hacerlo, porque esa era la vida que llevaba, una llena de dietas estrictas, ejercicio hasta morir, maquillaje y miles de fotografías. Y me gustaba aunque me había pasado miles de noches llorando porque era realmente duro… 

Abrí la puerta del despacho y me encontré de frente con Hans, el fotógrafo. Me miró unos segundos y luego habló. 

- Buscaba a Grace. 
- Madame Parkhill, para ti – corregí. – Así le gusta que la llamen. 
- Me dijo que podía llamarla Grace – respondió con su voz grave y arrastrada. Tomé aire. 
- En cualquier caso, no se encuentra. Llega a las tres. – pasé por su lado y cerré la puerta con llave. 
- La necesito ahora, ¿Tienes su número? – preguntó con una expresión levemente aburrida. 
- Trabajas aquí, deberías tenerlo también – fruncí el ceño. – Pero no importa, porque nunca está disponible para nadie antes de las tres. Si hay algo que necesites, puedes decírmelo a mí. 

Lo vi pensárselo unos segundos, hizo una mueca y me miró a los ojos otra vez. Tenía los ojos muy grandes, de un marrón muy intenso. Parecían ojos de cachorrito. Y creo que eso era efecto de sus lentes. 

- Debo salir antes hoy. 
- Tu turno no termina hasta las cinco, Hans. 
- Pero es importante y no se repetirá. 
- Es tu primer día de trabajo, ¿Y pides permiso para salir? – alcé una ceja y solté una carcajada. – ¿Estás hablando enserio? 
- Sí, es importante. – no cambió su expresión seria. 
- ¿Y a qué hora tienes que irte? 
- Ahora – miró su reloj. Me mordí el interior del labio. Si él le hubiese dicho eso a la tía Grace, ella habría aceptado sin chistar, porque es la persona más dulce y comprensiva del universo. Pero yo no era ella, y me provocaba jaqueca ese chico, por su mirada aburrida, su pose desinteresada, la manera en la que arrastraba las palabras y su completa ignorancia sobre mi persona… era irritable. 
- Bien, ve. Pero tendrás que reponer tu falta con horas extra. Mañana. 
- Mañana es sábado. – frunció el ceño. 
- Mañana necesito que alguien me ayude a organizar las sesiones de fotos, porque Harry tiene un evento importante. ¿Quieres salir ahora? Ven mañana a las nueve. 
- De acuerdo… 
- Bella. 
- Sí, de acuerdo Bella – asintió. – Hasta mañana. 
- Hasta mañana – respondí con la voz llena de fastidio. Él era tan… extraño. 

Esa noche llegué realmente agotada a casa, eran cerca de las nueve y mi día aún no acababa por completo. Tenía que arreglarme en tiempo récord para asistir a la inauguración de un nuevo antro.

- ¿No vas a cenar? – preguntó Harry, haciendo que me detuviera a mitad de escalera. Me volteé a verle. – Becca ha preparado pasta. 
- No, debo salir. 
- ¿Pero y qué vas a cenar? 
- Comeré algo en el camino – me encogí de hombros. Me miró con desconfianza. 
- Estás demasiado delgada. 
- Estoy igual que siempre, Harry. – rodé los ojos al tiempo que se abría la puerta principal, y mi madre entraba cargada de bolsas de compras. 
- Hola familia. – sonrió en grande y cerró la puerta tras de sí. Mamá tenía el cabello corto y rubio, y grandes ojos azules. Harry era igual a ella, en cambio yo era como mi padre, a quien no conocí, porque se divorciaron cuando yo apenas tenía unos meses de vida. 
- Hola mamá – dijimos a coro con Harry. 
- ¿Cómo estuvo su día bebés? – preguntó ella besando la mejilla de Harry. 
- El mío estuvo bien – contestó él. 
- El mío aún no termina. Así que con permiso, debo ir a arreglarme. 
- ¿Dónde vas corazón? – canturrea mamá. – ¿Fiesta, evento…?
- Inauguración – grité mientras subía los últimos escalones. 

Al llegar a mi habitación comenzó a rugirme el estómago. No había comido nada más que una barra energética, y cientos de botellas de agua en todo el día. 
Revolví ropa en el armario y cogí un vestido ceñido al cuerpo de color negro. Mi estómago volvió a rugir y hasta me mareé cuando fui en busca de mis tacones preferidos. 
Con un resoplido de frustración abrí la gaveta del baño y tomé un par de pastillas vitamínicas para no morir por falta de nutrientes. Esperaba que eso fuera suficiente. 

Mi teléfono comenzó a sonar mientras me maquillaba, así que lo puse en altavoz, porque jamás dejaría de responder las llamadas de Kate. 

- Pasaré por ti en diez minutos, Bella, más te vale estar lista y fabulosa. – rió mi amiga tras la línea. 
- ¿No pueden ser quince? – pregunté al tiempo que aplicaba el rímel. 
- ¿No estás lista?
- Aún no decido qué hacer con mi cabello. 
- Llévalo al natural – soltó una carcajada. – Sabes que es precioso hasta por las mañanas. Además Alan quiere quedar contigo luego de la inauguración, me llegó el rumor de que le ha pedido tu número a Harry. 
- ¿Y por qué Harry no me dice nada? – exclamé. – Digo, es ¡ALAN GREEN! – grité de emoción. Alan Green era entrenador personal de varias celebridades, y había hablado con él en un par de ocasiones. Era guapo, listo, poseía el cuerpo perfecto, y era totalmente digno de salir con Bella Summers, yo. 
- ¡Y TÚ ERES BELLA! – rió Kate. – ¡Harían la pareja más chula de todas! ¿Te imaginas? Ya decía yo que te hace falta un novio bueno, no como el tonto de Wren. – podría apostar a que Kate rodó los ojos al pronunciar el nombre de mi ex novio. Solté una risa y apliqué el lápiz labial mientras Kate seguía con su parloteo. – ¡Ay mierda! La policía está haciendo chequeo, te dejo, estaré en tu casa en unos minutos. 
- De acuerdo, te veo. 
- Te veo. 

Terminé por hacerme una coleta alta en el cabello, porque no tenía tiempo de alisarlo. Eché un vistazo rápido a mi organizador. 

Tenía que estar a las nueve de la mañana en la academia, lo que significaba que debía llegar a casa antes de las dos de la madrugada para poder dormir un poco, levantarme a las seis, entrenar y correr a organizar las sesiones. Me relamí el labio al recordar que para colmo tendría que trabajar con Hans White, el ñoño odioso. 

El claxon del carro de Kate resonó y bajé corriendo las escaleras. Mamá lanzó un beso al aire y cerré la puerta tras de mí. 

Resaca. Wikipedia la define como: “Un cuadro de malestar general que se padece tras un consumo excesivo de bebidas alcohólicas, aunque no lo suficiente para llegar al coma profundo y a la subsiguiente muerte por depresión respiratoria.”
Y a pesar de eso, me sentí como si fuese a llegar al coma en cualquier momento. La cabeza me martilleaba y todo me daba vueltas, pero eran las seis y tenía que entrenar. 

La noche anterior había sido asombrosa. La prensa llegó justo a tiempo para verme entrar al nuevo antro para celebridades, y me fotografiaron con Alan Green, quien en realidad no me invitaba a salir aún, no quedamos ni nada, solo charlamos un rato y me invitó un trago… bueno, varios tragos. Pero no pasó de eso, y se me hacía algo extraño, porque la mayoría de los chicos me invitaba a salir antes de siquiera presentarse. Pero mi consuelo era que los rumores aumentaban respecto a que me pediría salir con él, porque no habló con ninguna otra chica y se fue de la inauguración muy temprano. 

En fin, mi día continuaba y luego de hacer ejercicios de cardio por una hora y doscientos abdominales, tomé una ducha rápida y salí disparada a la academia porque iba bastante tarde a mi reunión con Hans, el fotógrafo. 
Me bajé del taxi y corrí hasta la puerta principal. Por ser día sábado, la academia estaba cerrada, pero yo tenía las llaves así que podía entrar y salir cuando quisiera. Esas eran las ventajas de ser la sobrina de la dueña. 

Hans estaba sentado en el piso a un lado de la puerta, escuchando música. No pareció percatarse de mi llegada, y me daba algo de vergüenza hablarle porque estaba retrasada por veinte minutos. Se iba a reír de mí, por cómo me había comportado el día anterior con su retraso, porque ahora era yo la que iba tarde. 

Me aclaré la garganta para llamar su atención pero no escuchó. Caminé hasta estar frente a él, y subió su vista, con una expresión de fastidio en el rostro. 
Se quitó los audífonos y se puso de pie muy lentamente. Me miró con el mentón alzado, era muy alto, casi una cabeza más grande que yo. Me sentí absurdamente intimidada bajo su mirada de completo desprecio. 

- Llegas tarde – miró su reloj de pulsera. – Por veinte minutos. 
- Lo sé – respondí desviando la mirada. Me volteé hacia la puerta y abrí con mi llave, entré haciendo sonar mis tacones en el piso de cerámica. Él entró tras de mí y se quedó ahí parado esperándome a que cerrara otra vez. 
- ¿Dónde vamos a trabajar? – preguntó. 
- En mi salón – le hice una seña para que me siguiera por el corredor desierto hasta la última puerta doble a la derecha. 

Amaba mi salón. 

- ¿Qué haces aquí, exactamente? – preguntó mientras entraba, con el ceño fruncido. 
- ¿Disculpa? – alcé una ceja. 
- Digo, eres modelo. ¿Por qué tienes un salón propio? – metió ambas manos en los bolsillos y me miró muy tranquilo. Él era muy desconcertante. 
- Porque a veces necesito trabajar sola en algunos proyectos – respondí cerrando la puerta con llave. 
- ¿Para qué pones llave? 
- Costumbre – me puse roja, no quería que pensara que quería encerrarlo ahí conmigo, eso estaba muy lejos de mis intenciones. – La quitaré…
- Está bien así – se encogió de hombros. De igual modo quité el seguro y dejé mi bolso sobre la gran mesa de reunión que había ahí. Abrí uno de los muebles y cogí una laptop, la encendí y la dejé sobre la mesa. – Tengo algunas ideas que me gustaría compartir contigo. – alzó un poco la voz mientras yo revolvía algunas carpetas, buscando patrones para diseñar el fondo de la sesión. – He traído algunas fotos, que yo mismo tomé y…
- Hans – le interrumpí con una sonrisa condescendiente. – Eres un ayudante. Yo tengo las ideas, tú haces lo que yo te digo y así funciona esto. 
Me miró fijamente unos segundos, luego se sentó en silencio y esperó a que yo recogiera todos los archivos. 
Debo reconocer que el silencio entre ambos era incómodo y había mucha tensión, no sé exactamente por qué, pero tenía la impresión de que se había ofendido demasiado con mi aclaración. ¡Para qué se tomaba eso personal! No era culpa mía. 

Me senté frente a él y comencé a analizar algunos papeles. 

- Toma la laptop – pedí. – Necesito que hagas el horario de las sesiones, y luego un cuadro con estos nombres, para decidir qué haremos con cada chica. 
- De acuerdo – asintió con la cabeza y puso la laptop frente a él, comenzando a escribir muy rápido. 

Le di varias indicaciones, y él se mantuvo en absoluto silencio durante toda la mañana. Cerca de medio día ya habíamos terminado con la planificación de al menos siete sesiones fotográficas. 

- ¿Has traído tu cámara? – pregunté quebrando la enorme muralla de hielo que había entre nosotros. Él me ignoró por completo. Tragué saliva sonoramente. – Hans. Te he hecho una pregunta. 
- Ha sido una pregunta tonta. – respondió sin siquiera mirarme mientras escribía lo que le había pedido en la laptop. Me puse roja por la cólera. 
- Supongo que eso quiere decir que sí. – me limité a decir. 
- Soy fotógrafo profesional. Salir de casa sin mi cámara eso como que tú salieras de la tuya sin maquillaje y tacones de quince centímetros. 
- ¿Disculpa? – me tembló la barbilla por el tono que usaba al hablarme, como si yo fuese… cualquier persona. 
- Olvídalo – levantó la vista. – ¿Para qué necesitas la cámara? – seguía teniendo esa expresión aburrida en el rostro, cosa que solo me hacía enojar más y más. 
- Quiero verla. – respondí. – ¿Cuántos megapíxeles tiene?

Me quedó mirando sin decir nada, como si yo le hubiese insultado o algo. 

- ¿Qué? – pregunté. – Dame tu cámara, quiero verla. – repetí. 
- No voy a darte mi cámara. Nadie toca mi cámara. – repuso como si yo hubiese perdido la cabeza al pedirle la cámara. Fruncí el ceño. 
- Hans, creo que no entiendes quién manda aquí…
- ¡Tú no entiendes quién manda aquí! – levantó un poco la voz. – No eres la jefa, eres solo una niñita mimada que si no fuera por Grace no estarías donde estás, y crees que tienes algún poder por ser su sobrina, ¡Adivina qué! Mi contrato dice que ella es mi jefa, no tú. 
- ¡NO VUELVAS A HABLARME ASÍ! – me puse de pie inmediatamente, mientras me temblaban los puños y le lanzaba una mirada de odio profundo a Hans. 
- ¡No vuelvas a tratarme como si fuese tu empleado! – se puso de pie también. – Y nadie toca mi cámara. ¿Quedó eso claro? 

Alzó una ceja con altanería y desvíe la mirada.

- Vale – gruñí volviendo a tomar asiento. No quería ponerme a discutir con él por una tontería, no tenía caso, él era un insolente e ignorante y era obvio que aunque le repitiera miles de veces mi posición de autoridad él no iba a entenderlo. – De todos modos saca tu cámara. 
- ¿Para qué? – se dejó caer otra vez en el asiento y me miró fijamente. Tenía una mirada fría y despectiva. 
- ¡No voy a tocarla! 
- ¡Vale! – rodó los ojos y abrió su mochila. De ella tomó un estuche para cámara. 
- Solo quiero saber si es lo suficientemente buena, sino la academia te proporcionará una de última tecnología. 
- ¿Me ves cara de tener una cámara mediocre? – soltó. No quise responder, era más que evidente que solo quería buscar una discusión y no le iba a dar el gusto. – ¿Qué quieres que fotografíe? – alzó una ceja y me mostró la cámara. Era último modelo. 
- Lo que sea. 

Se puso de pie y caminó a lo largo del salón. 

- No hay nada aquí… – se mordió el labio. Luego posó su vista en una maceta con orquídeas que había en la ventana, y tomó varias fotografías desde distintos ángulos. Siguió caminando mientras yo le observaba. Parecía muy sumergido en lo que hacía, era casi pasional la manera en la que fotografiaba las macetas de la ventana. Se acercó a mí y me mostró las fotos una por una. 
- Muy buena resolución. Me gusta cómo capturaste la vida de esa flor. El ángulo, la luz y…– quitó la cámara de mi vista y de inmediato me puse roja de la vergüenza, estaba listo para fotografiarme a mí. 
- De perfil – dijo acercando la cámara a su rostro.
- ¿Qué cosa…?
- ¡Qué te pongas de perfil! – gruñó mientras se ponía en cuclillas. Di vuelta el rostro como me indicó y esperé hasta que se puso de pie. Me mostró la foto y abrí levemente la boca. Esa no era yo… ¿O sí? Lo forma en la que capturó toda mi esencia fue impresionante, la luz y el ángulo. 
- Es… es excelente. – balbuceé. Se alejó de mí sin decir nada. Tomó su lugar frente a mí y guardó la cámara. – ¿No vas a eliminar la fotografía? 
- ¿Crees que la venderé en internet o algo? – dijo sin mirarme, con un tono de voz igual de odioso que hacía un rato. 
- ¿Para qué la ibas a querer si no? – dije rodando los ojos. 
- Jamás elimino las fotografías que tomo, no importa cómo hayan salido. 
- ¿Y qué haces con ellas? – preguntó. 
- ¿Estamos en un interrogatorio? – torció el gesto, sin siquiera mirarme a la cara. – No te incumbe. 
- Claro que me incumbe. Tienes una foto mía ahí. 
- Maldita sea, qué odiosa eres – dijo entre dientes. – Hay fotos tuyas en todas partes y te preocupa la que yo tomé. – rodó los ojos levemente.

Yo fruncí el ceño tardíamente, comprendiendo lo que acababa de decir. ¿Me dijo odiosa? 

Con el ego herido por su comentario, decidí guardar silencio en lo que quedaba de trabajo. Hablar con él era la cosa más desagradable de todas.
---♥
Kalle & Mutt es una marca inventada por mí xd

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LovelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora