Capítulo único

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Otabek Altin tenía diecinueve años. Medía 1.68 cm, era de piel morena y maciza, con fuertes brazos y una espalda ancha. Tenía el pelo castaño oscuro con el estilo de corte Undercut, le gustaba vestir de negro, tenía una motocicleta Harley Davidson y solía ser callado cuando estaba cerca de extraños. No le agradaban mucho las redes sociales, pero me soportaba cada vez que nos tomábamos fotos y las subía a Instagram. Le gustaba a acariciar a mi gato, Potya, y sentarse conmigo a ver películas y series los domingos. En ocasiones disfrutaba haciéndome trenzas en mi cabello o simplemente acariciándome las hebras con suavidad hasta hacerme dormir.

Otabek Altin era, como podrán ver, un chico genial.

Y yo estaba malditamente enamorado de él.

El problema en cuestión era que yo, Yuri Plisetsky, campeón del Grand Prix Final, no tenía absoluta idea de cómo confesarme.

Había pensado en muchos métodos durante nuestro tiempo juntos. Desde cartas hasta mensajes de texto, incluso en escribirle en el hielo que me gustaba. Era estúpido, lo sabía.

Después de la GPF, habíamos pasado el rato muchas veces. Él había ido a Rusia a pasar las vacaciones conmigo y en ese transcurso de tiempo pude conocerlo mejor, y la verdad fue inevitable enamorarme.

Beka era el tipo de hombre que, sin pretenderlo siquiera, justamente era mi tipo. Nunca antes había pensado en esas babosadas del amor, de tan solo imaginarme en una relación me daban ganas de vomitar —preferiblemente encima del Katsudon y el calvo de Viktor, que insistían en mostrarse cariñosos frente mío—.

No obstante, ahora era diferente. Con Beka era diferente.

Estaba confundido para ser sincero. Cada vez que estábamos lado a lado, sentía que Beka me miraba más de lo usual y siempre sonreía con ternura cuando le hablaba. Esa sonrisa significaba que le gustaba, ¿no?

—¡Agh, ya no sé qué pensar! —grité apretando la almohada contra mi pecho. Percibí el calor en mi rostro, así que fui a lavarme el rostro en el baño de la habitación en la que me hospedaba.

Otabek había pensado que sería buena idea pasar Navidad en España. Fue donde todo comenzó para los dos. En las calles de Barcelona fue donde Beka me salvó de mis fans locas y después de eso confesó en el Parque Güell que nos habíamos conocido unos años antes en un campamento de entrenamiento del viejo Yakov, que sentía que teníamos mucho en común, y algo de que "tenía la mirada de un soldado".

Recuerdo haberme sentido abochornado, pero también feliz. Porque, después de estar rodeado de tantas personas desagradables como lo son el cerdo, el calvo y el idiota de JJ, sentía una especie de... apego con alguien que no era mi abuelo.

No me lo esperaba. No esperaba conocer a Otabek, estaba demasiado concentrado con la final que el encontrármelo y que me hiciera sentir miles de cosas que nunca antes había experimentado me descolocó por completo.

Pero me gustó. Me gustó tener dentro estas emociones incontrolables, esas ganas de verlo todos los días y de estar más cerca a él. Quería saber más de él, conocer su pasado, presente y futuro.

Mierda, Otabek Altin me había convertido en un cursi y debía hacerse responsable.

Me enjuagué la cara con agua, me mantuve un segundo con los ojos cerrados y levanté la cabeza para agarrar una toalla, pero una presencia a mis espaldas me hizo sobresaltar y soltar un grito agudo.

—¡Hola, Yurio! —exclamó Viktor Nikiforov, mostrándome una de sus estúpidas sonrisas de corazón que me sacaban de quicio.

—¡Maldito calvo, ¿qué haces aquí?! —grité volteándome con furia, dispuesto a jalarle los últimos mechones que le quedaban de su ridículo cabello.

Cómo confesarse a Otabek Altin y no morir en el intento |OtaYuri|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora