Capítulo 1. El iniciador

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 Era un pasillo blanco, en un extremo se podía observar un ventanal y en el otro unas puertas grandes y bien cerradas, al lado de las puertas se podía ver un aparato con 9 dígitos lo que daba a pensar que para abrir las puertas había que meter un código, en el lado izquierdo del pasillo solo se podía ver una puerta con una ventana redonda y en el lado derecho dos ascensores, una puerta blanca y lisa y un hombre sentado en una de las 7 sillas que había.

El hombre parecía nervioso y preocupado, era un tipo alto y muy delgado, de unos 35 años, tenía un gran bigote y un tic nervioso en la pierna derecha. No dejaba de pasarse la mano por el pelo y su vista alternaba continuamente de la ventana de la puerta al suelo.

−Por los inmortales, que alguien me diga algo –dijo el hombre en un susurro mientras se tapaba la cara con las manos.

Cansado de esperar el hombre se levantó de la silla para coger un cubo que tenía debajo de esta. El cubo estaba lleno de piedras del tamaño de bolas de villar. Se volvió a sentar y cogió una de las piedras con la mano izquierda y como si lo hiciera todos los días la apretó hasta convertirla en polvillo muy fino. Durante una hora completa no hizo otra cosa y por cada piedra que convertía en polvo el tic de la pierna se iba haciendo más pequeño, de alguna forma aplastar piedras era su bolita anti estrés.

Cuando apenas quedaban dos piedras, un hombre salió de la puerta con la ventana redonda, iba vestido con una bata blanca, miró al señor del bigote y con una sonrisa dijo.

−Todo ha salido de maravilla, ya puede entrar a ver a su esposa.

El hombre del bigote, con una gran sonrisa en la cara atravesó la puerta con la ventana redonda y llegó a un gran pasillo lleno de puertas.

−Está en la habitación 8 –dijo el hombre de la bata mientras cerraba la puerta detrás de ellos.

El hombre fue caminando muy deprisa, mirando todas las puertas hasta que vio la puerta en que se veía un gran 8. Abrió la puerta y encontró a su mujer tumbada en ella con un bebé posando en su pecho y al igual que el hombre con una gran sonrisa.

−¿Ves cariño? Te dije que todo iría bien, lo soñé.

−Ya veo mi amor –dijo el hombre acercándose a la cama, entonces miró al niño y con lagrimas en los ojos le habló –Eric Castillo, vas a ser un niño con un gran don, estoy seguro.

−Enseguida la sanadora vendrá a sacarle sangre para hacerle la prueba –comentó la mujer al escuchar lo que su marido dijo de un gran don.

−Estoy deseando saber qué maravilla hará nuestro hijo, espero que volar, es lo que me hubiera gustado tener yo.

−¿No te quejarás de tu don cariño? Al menos tú puedes tener un trabajo activo.

−No me quejo –dijo el hombre entre risas –solo digo que podría ser volar.

En ese momento una mujer de aspecto muy anciano entró en la habitación, llevaba una bata blanca que le venía un poco grande y tenía cara de ser una persona muy entrañable.

−Hola Adela y Héctor, voy a sacar sangre a Eric para la prueba, os prometo que no le dolerá.

Entonces la Sanadora se acercó a Eric y sacó una aguja muy corta y fina, cogió el pie del niño y pinchó en el talón, recogió la sangre con un capilar pequeño y lo guardó en una pequeña bolsa donde ponía el nombre del niño. Lo esperado hubiera sido que apretara con una gasa la zona en la que había puncionado, pero en vez de eso apretó la zona con el dedo índice, se vio una pequeña luz salir de él y cuando retiró el dedo ya no había ninguna marca en el talón, nadie podría decir que a ese niño le acababan de puncionar.

Homo HerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora