Capítulo 4. El don del ladrón.

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Era viernes y Eric no tenía clase de control, el profesor Maroto no podía ir ese día, quería contarle a Sebas lo que había pasado pero con tiempo para contárselo y esa semana solo lo veía unos pocos minutos pero ya habían quedado para contárselo el sábado. Acababa de llegar a casa de su abuela ya que últimamente no había ido mucho por allí.

−Hola yaya –dijo cuándo Effimía abrió la puerta −¿me invitas a comer?

−Hola mi niño –le abrazó su abuela –claro que te invito.

A Eric siempre le gustó la casa de su abuela, a ella le encantaba cocinar y siempre olía muy bien a comida, tenía la casa llena de fotos, de sus padres, sus tíos, sus primos y de sus hermanos y suyas.

Eric no sabía si contarle lo ocurrido a su abuela y a sus padres, de momento no quería que el mundo supiera lo que era capaz de hacer, tenía miedo del don del ladrón y de que el mundo considerara peligroso ya que los tripuissance eran vistos como psicópatas y no quería que a él lo consideraran un psicópata.

Tras pasar unas horas allí donde comió un riquísimo guiso y lo tuvo toda la tarde ofreciéndole pasteles. Ese era uno de los motivos por el que no iba más a menudo a ver a su abuela, no quería llegar a los 100 kilogramos a base de pasteles, decidió contarle a su abuela lo que podía hacer y que fuera ella la que le diera consejo de cómo llevar el tema.

−Yaya... −empezó a decir Eric tímidamente.

−¿Hum? –expresó mientras miraba fijamente un documento que leía.

−Bueno... ya sabes que todo el lío que hay con mi poder y que la evolución de este ha sido poder desactivarlo y poder empatizar a más distancia.

−Si claro –dijo distraída –por cierto, me alegro mucho de que ahora puedas elegir cuando empatizar, no tiene que ser fácil sentir las locuras de la gente todo el rato.

−Sí, la verdad es que estoy muy contento –susurró –pero esta semana he descubierto que hay algo más... −en ese momento su abuela lo miró, algo más interesada –es algo que no se si contarlo o no y en caso de hacerlo si hacerlo ya o no.

−¿Qué es? –preguntó muy curiosa.

−Mejor te lo enseño.

Entonces Eric se levantó y se dirigió hacia la tele, la cogió y la tiró con fuerza al suelo, dejándola hecha añicos. Effimía miró a su nieto con los ojos salidos de las órbitas y pensó que sentir emociones de todo el mundo durante tanto tiempo lo había vuelto loco, pero entonces su nieto sonrió mientras se agachaba, puso sus manos a unos centímetros de los trozos de la tele y cerró los ojos para concentrarse. En ese momento de las manos de Eric salió una especie de rayos blancos y brillantes que provocaron que los trozos de la televisión se unieran, reconstruyéndose y quedando como nueva, nadie diría que la acababan de estampar contra el suelo. Effimía se levantó muy sorprendida con la boca completamente abierta.

−Pero ¿cómo? –dijo señalando a la televisión –¿también eres tecnópata como yo? ¡No me digas que eres un tripuissance!

−No yaya, de verdad –dijo a modo de tranquilizarla –solo soy empático, pero ahora que mi poder ha evolucionado puedo empatizar los poderes de los demás, simplemente estoy empatizando el tuyo.

−Esto es increíble –comentó perpleja –claro que por otra parte tiene sentido, para controlar nuestros poderes tenemos que aprender a controlar nuestros sentimientos, por lo que se puede decir que los poderes es una forma de sentir, pero mi niño ¿te das cuenta lo que esto significa?

Homo HerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora