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Harry se admira a sí mismo en el alargado espejo de su cuarto. Luce sus nuevos panties de un suave tono rosado que combinaban perfectamente con su pálida piel. Desliza con la mayor delicadeza posible unas finas medias del mismo tono que la prenda ya puesta, acabadas con una tira de encaje. Se siente bien, realmente bien. Se siente él mismo. Le sonríe a la imagen reflejada acomodando los caracoles que comienzan a caer largos sobre su frente y mueren en su cuello. Asegurándose de que el pestillo de la puerta sigue cerrado alcanza un pequeño estuche que se halla escondido bajo su cama. De él saca un pequeño frasco de un tono claro y rosado también. Sentándose en su lecho cubierto por una pesada colcha de tonos azules comienza a pintar sus uñas con gran precisión y esfuerzo, retirando el exceso de pintura con su pulgar y sacando la lengua como gesto de concentración. Se siente brillar en ese cuarto oscuro y estereotipado.

Las paredes visten un color celeste a juego con los muebles de esta misma gama pero en un tono mucho más oscuro. Colgados hay algún que otro poster de chicas que en realidad admira por sus voces o hazañas y no por que lo haría cualquier otro adolescente hormonado. Los que de verdad le apasionan y excitan se encuentran ocultos en su armario, repleto de prendas oscuras. En el lugar más alto e inaccesible de este, escondidas en una caja, se hallan todas sus vergonzosas prendas femeninas. En la intimidad de su cuarto es otro, alguien delicado, con sentimientos y deseos, no esa fachada que mantiene tras esa puerta ahora cerrada.

Deja sus uñas secar, están perfectas. Ahora es hermoso. Vuelve al espejo girando sobre si mismo, deteniéndose a ver su abultado trasero en esa preciosa y detallada prenda. Pasea por el cuarto y modela para un público imaginario que lo acepta tal y como es. Su mano pasando por el tabique del color tan odiado. Se detiene en la desigualdad que hay a la derecha de la horrible cómoda. Su puño encaja a la perfección en aquel hueco. Recuerda con amargura como la ira le consumiera, rechazando aquello que tanto deseaba mostrar, negándolo, odiandose a sí mismo por ser como es. A continuación sus dedos dibagan por el cerrojo que le oculta ante el mundo. Enseguida se aparta, es imposible simplemente pensar en hacerlo, ¿qué sería de él? Del respeto que imponía, de su posición que aportaba aquella actitud ruda e inaprensible. De su madre y de su hermana. No le gusta ser así, que le temieran, que siempre tuviera que ser el fuerte, cuando en realidad deseaba encerrarse para llorar. Pero es un mal necesario, jamás aceptarían al verdadero Harry. Aún así disfruta de pequeños momentos de absoluta intimidad en los que puede ser él mismo, aunque sean ínfimos, le llegan por ahora para satisfacer a su yo interior que ruega por salir, aún sin ser escuchado.

El golpeteo de la puerta acaba con su pequeña burbuja. Y de repente lo odia. Se odia. ¿Por qué tiene que hacer esas cosas? Él es un chico. ¡Los chicos no se pintan la uñas! ¡No se ponen estas estúpidas prendas de niña! ¿Qué está haciendo? Siente furia, furia por ser así. Diferente. Se deshace de la delicada lencería desgarrando uno de los costados de la media. Está enfadado y lo único que quiere es ser normal, no le importa que sus preciosas medias se echen a perder. Sus dedos duelen. Araña el esmalte finamente colocado. Sus cutículas sangran. Acaba con él, empuja todo en el armario, se seca las lágrimas. Se viste su aura oscura, su caracter fuerte, y coloca la dureza. En ocasiones no da distinguido cual es ya el verdadero Harry, si el inocente y timido ha sido ya consumido por el pequeño criminal que arrasa con lo que se interpone en su camino. ¿Quién eres? ¿Cómo te ven? ¿Cómo actuas?

¿Actuas según cómo eres realmente, tu esencia pura, o es producto de una fachada adaptada a las conveniencias del mundo que te rodea?

Secret - l.s.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora