Capítulo tres.

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—Es tres —doy el resultado al ejercicio que dictó el profesor Cristóbal.

—Muy bien, Josefa —me señala con uno de sus dedos, orgulloso—, ¿nadie más lo calculó?, hagan el intento al menos —niega con la cabeza.

—¿Cómo lo resolviste? —me pregunta un compañero que siempre ha estado en la sala del cual jamás me había percatado. Me pareció extraño que me hablara. El año pasado también estuvo conmigo en clases, pero nunca hemos hablado. Generalmente él siempre está callado y apartado de todos, y siempre sólo. Y lo más extraño es que no sentí esos deseos de alejarlo como lo hago con toda la gente que se me acerca. Que extraño.

—Sólo coloqué el signo menos aquí —le indico al chico de cabello largo y sedoso con mi dedo el cuaderno y miro sus ojos verdes a través de sus anteojos negros. Es increíble que su pelo sea tan lacio y el mío tan grueso. Qué envidia—. Todos cometen el mismo error de moverlo hacia el otro lado —le sonrío y él me mira sorprendido.

—Jamás hubiese podido resolver eso —se ríe y asiente—, tú si entiendes las matemáticas —comienza a anotar en su cuaderno el mismo resultado.

—Estudio más de lo habitual —me encojo de hombros—, supongo que es por eso.

—¿Cómo te llamas? —dice mirándome fijo. La intensidad que tiene su mirada, nunca la había notado ya que nunca lo había mirado tan de cerca y que no se sepa mi nombre siendo que el profesor lo dijo en frente de todos me descoloca.

—Josefa, pero todos me dicen Jo —lo miro fijo también. No sé por qué siempre me ha gustado ver a la gente directo a los ojos, siento que la mirada, muchas veces, habla más incluso que las mismas palabras.

—Un gusto, Jo —estrecha su mano hacia mí—. Soy Johan.

Qué lindo nombre, jamás había conocido a alguien que se llame así. Automáticamente se me vienen apodos a la cabeza.

—Igualmente —asiento y le ofrezco sentarse a mi lado—. Dime una cosa Johan —dudo si preguntarle, no sé cómo pueda reaccionar, sin embargo, lo hago de todas maneras—, ¿por qué nunca hablas con la gente?, digo, después de un año es primera vez que me hablas —pregunto curiosa. Tengo miedo de su reacción.

—Bueno, la gente me repugna. Es mentirosa y manipuladora —dice serio el castaño, sin expresión alguna, como si no le importara la humanidad.

—¿Y por qué te acercaste a mí? —pregunto curiosa. Quiero saber sus razones, aunque yo suponga algo. Es extraño que se me haya acercado, o bueno, al menos para mí es extraño.

—Para preguntarte sobre el ejercicio —dice serio. Se queda unos segundos así y luego me sonríe—. Es broma —comienza a agitar el lápiz que tiene en su mano—. Me acerqué a ti porque encuentro que eres muy parecida a mí.

—No veo el parecido —estoy confundida. ¿En qué me parezco a él?

—También te apartas. Buscas silencio —dice concentrado en sus manos—. Siempre te he observado, como cuando el año pasado venías al tercer piso a dibujar, o como siempre alejas a las personas. Vi como alejaste a Carolina de tu puesto.

—¿Carolina?, ¿quién es ella? —no sé de quién demonios está hablando, pero me sorprende que haya notado que el tercer piso era mi lugar de paz.

—La chica de cabello oscuro que se sentó en tu puesto a propósito —dice calmado—, el primer día de clases.

—¿Ella se llama Carolina?, no lo sabía, lo siento —me encojo de hombros. La verdad no me interesa su nombre—. Y, ¿por qué observabas esas cosas de mi? —me atrevo a preguntar. No sé dónde ha salido mi coraje.

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