2 Las caricias del sepulturero

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Mis necesidad físicas y emocionales me jugaron una mala pasada. Me hicieron creer que podía enfrentarme sola al neblinoso destino que alguien decidió que me debía de tocar. Ese alguien, claramente no fui yo. Fui, quizás en parte, artífice de mí destino. Como todos, ya que no somos seres autómatas que avanzamos ciegos y sordos hacia un abismo. Con mi forma de ser, mis actitudes y mis ganas de crecer, contribuí a guiar mis pasos hacia la trampa. Como el sepulturero que se pasa la vida cavando pozos y cubriendo cuerpos con tierra. Finalmente, su trabajo se convierte en su último destino. En su descanso final. Final, sin descanso, es el castigo para los pecadores. Aunque no sean más que victimas de un victimario que queda victimizado hasta el interior de la tierra. La tierra cubre su cuerpo muerto, pero también a mi alma que comienza su putrefacción en vida. Todo por no ser un ser autómata. O solo serlo cuando no lo debía ser.

Nati, tenés quince años, tu vida pasa más allá que adentro de ese celular. Mi mamá, desde hace tres años. Primero quince, luego dieciséis, hasta hace una semana diecisiete. Finalmente, cuando me liberé del automatismo del celular, la piel me comenzó a arder hasta sentir el fastidioso deseo de arrancármela. De vaciarme el cuerpo y las venas y volver a un estado de vigilia en que solamente era aire. O luz. O simplemente un ente para nada diferente de algo que no existía. Esos ojos, esa forma de sonreír... de sonreírme, porque así solo reía para mí. Y saber que yo lo sabía lo empujaba a hacerlo cada vez más y mejor. Y yo me perdí. El sueño volvía cada noche, hasta obtener el honorable grado de los sueños que se sueñan sin necesidad de estar durmiendo. De tan real que era todo lo que sentía, no me quedó otra que soñarlo cada día más. Él sabía que yo no avanzaría, yo sabía que el me esperaría, y así el tiempo pasaba y nada más que calor entre los dos se manifestaba.

La noche en que lo asesiné pensé que lo que había hecho era una locura, un echo digno del castigo supremo. Pero hoy, desde la oscuridad de mi sepulcro pre-mortuorio que como a un helado de menta comparto con él, las cosas no son tan trágicas ni impiadosas con mi pobre y desfalleciente alma. Cuando está escrito que una vida va a dejar de vivir, es cuestión actuar primero. Prefiero mil veces morir en vida, que hacerlo en la mismísima muerte.

Me enamoré perdidamente el día en el que me dijo que si mis ojos fueran el cielo él, definitiva y eternamente, sería aviador. Pero que como mis ojos simplemente eran ojos, no lo quedaba otra que quedarse cerca de mí y acosarme con la mirada. No me pareció romántico, más bien tonto. Y como siempre las cosas tontas me parecieron tiernas, me dejé llevar. Jamás pude darme cuenta de que la brisa suave de su sonrisa se convertiría en tempestad. Que sus palabras dulces se amargarían y echarían a perder la materia prima que algún día se convertiría en nuestro pastel de bodas. Por mi inconsciencia no hubo boda, ni pastel. Solo existe hoy un remordimiento que me ahoga, que me obliga a sentir la necesidad de desaparecer. Quizás de perderme entre los escombros de su risa, apoyar mi cabeza en su pecho, perdonarlo, pedirle perdón, y dormir juntos, para siempre, después de recibir las caricias del sepulturero. 

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⏰ Última atualização: Dec 28, 2017 ⏰

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