Problemas de homosexuales

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—Oh, Kenny. ¿Vienes a ver a Kyle? Está en su habitación, ve a verlo.—Sheila se encargó de abrirle la puerta con toda la cordialidad que podía. Kenny entró en la casa un tanto nervioso y cohibido, siendo interceptado por la mirada fugaz de Ike, quien se veía muy bien vestido de traje y en compañía de su padre.—Nosotros iremos a un congreso de escritores. Nuestro bebé es un gran genio escritor, y quiere enriquecerse con la sabiduría de otros — explicó la mujer.

El canadiense agudizó la mirada sobre el rubio. Kenny sospechó, por unos segundos, que Ike ya sabía lo que había ocurrido aquel día en la biblioteca. Apretó la caja decorada entre sus manos con nerviosismo, y se hizo el tonto observando un punto cualquiera del lugar.

—Oh, cariño, será mejor que nos apuremos, o llegaremos tarde.—habló el marido, mirando su reloj de muñeca. Sheila asintió y tomó de la mano a un molesto Ike, que reticente fue llevado a rastras al auto, sin despegar los ojos de aquel intruso en su casa.

Una vez la puerta se cerró, Kenny respiró con algo más de calma. Miró las escaleras y comenzó a subirlas sin mucho problema hasta llegar a la puerta que, sabía de memoria, era de Kyle. Pensó en tocar, sin embargo razonó rápidamente que no sería la mejor opción. El pelirrojo debía seguir totalmente ofendido con él, así que lo mejor era encararlo por sorpresa. Entró bastante tenso, sosteniendo la caja con fuerza.

Kyle se encontraba recostado en su cama boca arriba, mirando el celular con desinterés y con las ropas un tanto desacomodadas. Su ushanka verde se encontraba encima de la mesa de luz a un costado, por lo cual los rizos rojizos que tanto le encantaban observar se encontrabas libres a la vista, algunos conformando una hermosa suerte de flequillo que caía estéticamente por el lado derecho de su rostro.

—Llegaste muy temprano, aun no hice las palomitas. ¿No quedamos en que vendrías a las cuatro?— habló calmado, sorprendiendo a Kenny. Al haber un silencio y falta de movimiento, el dueño de casa dejó su teléfono y chocó de lleno con la imagen del chico de la parka naranja sosteniendo una caja adornada con un moño encima. Enseguida frunció el ceño y gruñó.—¿Qué mierda haces aquí, Kenny?

—Mmmf mmmpf mmmffp—murmuró algo cohibido el rubio.

—¡Disculpas mis pelotas!—reaccionó el judío.— ¡Estas loco si piensas que con un regalo me vas a comprar, idiota! ¡Me la chupaste, hijo de puta!

—¡Mmmfp!

—¡No lo disfruté! ¡Es imposible no correrse con algo así!

—¿¡Mmmpf mmmfffg!?

—¡Nada, no tienes que hacer nada! ¡Porque no voy a perdonarte, pervertido de cuarta! ¡Debí saber que pondrías algo en mi soda!

—¡Mmmrff!

—¡Me drogaste, Kenny! ¡Me pusiste una mierda en la soda y luego te aprovechaste! ¡Vete a la mierda!

Hubo un silencio. Kyle pareció muy dispuesto a levantarse y sacar a patadas al rubio de su casa, mientras que éste último solo estaba clavado en el suelo, tieso, mientras sostenía el regalo que había comprado para su amigo a manera de disculpa. Sí, era cierto. Había sido un gran hijo de puta al poner viagra en la bebida de Kyle, y aun más infeliz al aprovecharse de eso. Nada justificaba lo sucedido, y de cierto modo se reprochaba a sí mismo el haber actuado así. Pero otra (gran) parte de sí no se arrepentía, y sabía que de poder hacerlo de nuevo, seguramente cometería el error con todo gusto. Porque, desgraciadamente, Kyle no solo le gustaba. No, le encantaba, lo adoraba, soñaba con él y sus botellas estúpidas de coca cola zero sin azúcar. No había sido fácil asimilar que le gustaba de aquel modo romántico su nerd amigo pendejo que se la pasaba peleando con Cartman: desde noches masturbándose con revistas pornográficas, hasta días enteros tirado en el piso de algún departamento en Denver rodeado de chicas de pequeña cintura y exuberantes senos, algunas drogas y alcohol. ¿Todo para qué? Para sentir la misma presión y felicidad al ver al pelirrojo de lejos, con su aburrida mochila y la ushanka de siempre. Trató por todos los medios quitarse a Kyle de la mente, incluso llegando a acostarse con tipos, para ver si lo que sentía no era más que una simple curiosidad hacia el sexo gay. Se murió unas quinientas veces a causa de sida, gonorrea, sífilis, hepatitis b y demás ETS, y al revivir... El tonto sentimiento seguía allí. Lo aguantó por espacio de unos seis meses, hasta que un día finalmente cedió ante el sentimiento, comenzando, con indirectas, a decirle a Kyle cuando lo "ponía".

Imposible, mi amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora