Prólogo

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"Es algo que jamás se había visto. Parece algo sacado de una película de terror y ficción".

"Se declaró abiertamente que a quienes conocemos como la amenaza extrema, está en el primer puesto en acabar con la humanidad, quitándole el lugar a las bombas atómicas y a las guerras".

"Las autoridades afirman que esto es a causa de un virus y que si miras a uno de estos, por favor, no te acerques. ¡Debes correr! Y si te atrapa ¡defiéndete! ¡Pero que no te muerda!".

"Explotó otra bomba en la calle Avellanas que promete matar a la amenaza ¡Corran que el infierno se expande!".

Esas habían sido varias de las palabras de los reporteros en los noticieros hace siete meses atrás. Y ahora, nada. Pareciera que el mundo se había detenido, pero no, seguía dando vueltas alegremente.

Todo comenzó cuando se le inyectó una nueva vacuna a un paciente enfermo, que prometía curar enfermedades mortales tales como el SIDA y el cáncer. Pero algo salió mal y "sin querer" inventaron algo mucho peor que aquellas crueles enfermedades. Habían creado un virus, peor que la rabia, pero con síntomas similares. Aquel paciente se levantó de la camilla y atacó a quienes tenía enfrente. Al doctor le mordió el cuello, arrancándole gran parte de la carne y lo dejó sangrando en el suelo, por lo tanto se abalanzó a las enfermeras perplejas y las atacó sin piedad. Los disfrutó como si de un manjar se tratase.

Esto comenzó a expandirse rápidamente en todo el Estado. A quienes aquellos seres no se comían y solo mordían, se levantaban después de la muerte y mordían o comían a los demás vivos. Todo era un caos, el virus/enfermedad ya se había expandido en todo el país y sin saberlo, pronto se expandería por todo el mundo. La histeria ya había tomado lugar, y la población saqueaba tiendas, bancos, supermercados, farmacias, armerías e incluso Palacios municipales. Había gente mala, que en vez de ayudar y ofrecer una mano a quien la necesitara, le quitaban lo que tenían y después los mataban cruelmente. Fue por esa misma razón que la gente ya no confiaba en nadie más que no fueran ellos mismos y a la gente que amaban.

Se lanzaron alertas a nivel mundial. El virus ya había llegado a lugares como Europa, Latinoamérica y gran parte de Asia. Nuevamente, los saqueos volvieron a aparecer. Había gente que creaba sus propios refugios bajo tierra, algunos otros en sitios escondidos o simplemente en sus casas. Hasta que los zombies también invadieron ese tipo de lugares. Algo que quedaría en la memoria de las personas que seguían con vida sería aquel terrible día, en donde una larga fila de automóviles creaban un tráfico terrible por las carreteras. Los cláxones de los autos no dejaban de soñar una y otra vez; la gente quería irse rápido, como si el virus no estuviera ya en todo el mundo... De un momento a otro aquellos seres aparecieron en una multitud gigantesca, eran miles de ellos y se acercaban cada vez más al infinito trágico. La cosa terminó horrible.

Ya nadie estaba a salvo.

Los grupos de supervivencia no se hicieron esperar. Se anunciaban en carteles que se llevaba el viento frío que aún existía la esperanza de que la humanidad volviera a renacer. Pero ni aquellas personas que creaban tales carteles tenían la llama de la esperanza encendida. Era ridículo de tan solo pensarlo. Y vaya que lo fue, porque había muy poca gente viva ya. De hecho, los que seguían con vida, pensaban que eran los únicos en el mundo...

—Bien, veamos qué hay por aquí.

Kurt Hummel, un chico de cabellera castaña y ojos azules entraba lentamente a una tienda deportiva. Sí, ya había revisado las armerías y estaban casi vacías pero aún así se llevó lo que había encontrado, pero creía que un bate podría servirle de mucho. Lo sacaría de muchos apuros si se encontraba con un grupo de dos zombies y no llevaba balas consigo.

Matar o Morir. [Klaine] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora