Con la cabeza gacha, detuve mi andar. Pequeñas gotas de lluvia caían y recorrían mi piel descubierta, erizándola a su paso. El olor petricor que producía el chubasco casi conseguía calmarme, pero mi corazón no parecía dispuesto a desacelerar su ritmo.
Levanté la mirada y la centré en la persona que, a pesar del clima, se encontraba sentada en una banca vieja de un parque de muchos de la zona.
Aunque una parte de mi deseó volver por donde había llegado colmado de miedo, mis piernas dieron pasos titubeantes hacia ella. El sonido de mis zapatos contra el barro consiguió advertirle de mi presencia e inmediatamente abrió sus ojos, alerta.
Su piel etérea se hallaba surcada de gotas pequeñas que caían una tras otra, pero eso no fue lo único que consiguió llamar mi atención, aquellos cristales recorriendo sus mejillas no solo procedían de aquel día oscuro y triste.
Me senté junto a ella, bajo la atenta mirada de sus ojos irritados por el llanto, mas no hablé.
Ambos miramos al frente, donde la lluvia caía perenne. Entreabrí la boca, pero las palabras murieron antes de salir cuando reposó su cabeza en mi hombro. Su cabello mojado inmediatamente se pegó a mi cuello, pero poco me importó. Rodeé su cuerpo tembloroso con mis brazos y dejé un beso en su cabeza.
Cuando sintió mis labios, se alejó con un jadeo leve. Me miró y su llanto suave, que en algún momento precedente se detuvo, regresó. Las lágrimas surgieron nuevamente y con más intensidad.
Por un efímero momento sus dedos rozaron mi mejilla en una caricia delicada y suave, pero me sentí inconmensurablemente afortunado cuando sus brazos me rodearon con necesidad.
Su voz meliflua susurró mi nombre en un sollozo bajo y escondió su rostro en mi pecho. Cerré los ojos con fuerza al percibir el olor a chocolate que tanto le caracterizaba, que tanto extrañaba.
Sentí un estremecimiento recorrer mi cuerpo entero cuando sacó la cabeza de su escondite y juntó nuestras frentes y narices. Su respiración chocaba con la mía y sus ojos y los míos parecían incapaces de dejar de verse. Sus manos heladas acunaron mi rostro con desesperación en lo que el chubasco parecía menguar.
Quería hablar, quería explicarle todo. Quería poder olvidar el inquietante sentimiento que me ahogaba por dentro y tenerla por siempre.
Pero el tiempo se acababa.
Sus ojos brillantes jamás se apartaron de mi rostro mientras sus labios fríos se posaban sobre los míos en un fugaz beso melancólico, dulce y tan... tan triste.
Ese... se trataba de esos momentos que no tenía testigo alguno más que las personas que lo compartían, de esos que, entre tantos otros, se perdían con los vientos fuertes de los días grises, llevando consigo un poco de ti sin piedad alguna. Arrancando tus ilusiones y rompiendo tus ideales.
Miré su rostro, queriendo atesorarlo en mi memoria por toda la eternidad. Oí su voz ahogada llamándome, y no pude hacer más que cerrar los ojos con fuerza, oliendo una vez más su dulce olor, aferrándome a ella, memorizando lo que se sentía su cuerpo contra el mío.
Su llanto jamás paró, y su voz pedía a gritos desesperados que me quedara, que no la dejara.
"Te amo", repetí una y otra vez en su oído, mientras de a poco desaparecía. Una lágrima caliente y salada resbaló por mi mejilla antes de que el reloj de arena indicara el final. Mi final.
Ya no sentí su piel, ya no vi sus ojos, ya no aspiré su aroma.
Simplemente me convertí en el recuerdo de una noche lluviosa y desgarradora que se perdió con el viento fuerte de un día gris, dejándolo todo atrás. Muriendo al fin, con el alma en pedazos que quedaron en una banca vieja y mojada en un parque de muchos, con una chica desconsolada y abatida que no recordaba nuestro momento y que jamás lo haría.
Me convertí en un recuerdo que se perdió con el viento fuerte de una noche lluviosa y desgarradora, pero que nunca sería recordado, ella nunca lo haría.
ESTÁS LEYENDO
Relatos olvidados en el cajón.
Thơ caEscapándote de la oscuridad... o fundiéndote en ella.