Lisa Manoban.

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Lisa Manoban era la abeja en el polen. En mi polen para ser precisos. Absorbía todo y no dejaba siquiera una gota. Llevaba gafas y constantemente se quejaba de la pecas en sus mejillas. Ella solía decir que la vida y lo que complementan a ella, era como comerse las uñas: desagradable y asqueroso de ver.

Cuando los maestros le entregaban las notas de las pruebas, lo primero que ella hacía al salir del aula, era arrojarlo al basurero al lado de la puerta, luego sacudirse las manos y cargarse la mochila en la espalda.

A diferencia de cualquier adolescente normal en esa escuela, el interior de su casillero estaba vacío. El color verde militar era lo que ella llamaba su inspiración. No entendía, porque hasta yo tenía una pequeña caricatura de Iron Man junto al lado de la foto de Robert Downey Jr.

Al acabarse las clases salía a paso lento de la escuela y se apoyaba en un árbol en el patio delantero, un gran Alcanforero que llevaba muchos años luciéndose cerca de la puerta de entrada. Lisa lo usaba como punto para observar a los demás alumnos salir, luego se iba y extrañamente lo hacía con una sonrisa en el rostro.

Por las tardes ella se colocaba en su ventana y con unos pequeños binoculares observaba las plantas de mi jardín, esas que me tocaban regar todos los domingos. Quiero creer hasta ahora que las contaba o algo así, porque después de un rato ella escribiría con esmero en una pequeña libreta.

Hubo una vez en que casi muero del susto, fue cuando su mirada chocó con la mía y me descubrió viéndola. Sus ojos marrones fueron tan fríos y aterradores que nunca más volví a ver por la ventana. Después de esa vez, ella nunca volvió a observar mi jardín desde su ventana, si no que lo hacía desde la entrada de su casa, sentada en esos pequeños escalones.

Una vez la escuché decir que de más cerca, más secretos parecían haber. Empecé a cuestionarme la seguridad de las pobres petunias que mi madre plantaba.

Ella usaba muchos polerones y camisetas a rayas, podías verla todos los días con uno de diferente color. Dijo que ponían orden a su día. Yo me reí. Supongo que valió la pena, porque al final terminé teniendo una de esas.

En los almuerzos ella llevaba una cajita de jugo naranja y galletas con el mismo sabor. Comentó qué tal vez una día tendría una granja de naranjos y yo un siembradero de fresas, solo porque aquella vez yo tenía ensalada y la fresas estaban por doquier en mi almuerzo.

También solía maldecir mucho a los profesores, a los adultos en general. Lo hacía con sus padres y lo hizo hasta con los míos. No me quejé.

Cuando ella dijo, una tarde del viernes, que ya no me vería nunca más. Creí que se refería a mudarse. Esa noche terminé preguntándole a mi madre sobre aquello, pero en su desinterés me dijo que la señora Manoban nunca le mencionó planes de mudarse o tal vez de sacar a Lisa de la escuela.

Tuve tranquilidad y en mi inocente cabeza todo iba bien.

Lisa siempre solía estar sola en la escuela. Dice que le gustaba así. No le gustaba que las personas hablaran demasiado. No entendí porqué me mantenía a su lado entonces. Yo solía ser muy callado pero aún así, lograba sacarme largas oraciones durante ratos.

Ahora que lo pienso, tal vez era uno de sus pasatiempos. No me molestaba.

Nunca conocí completamente su habitación, lo poco que pude notar antes desde mi ventana, porque nunca más volví asomarme por ahí, fue póster de películas sobre zombis y carteles pegados en la pared con nombres como: revólver calibre 38.

Quería pensar que Lisa Manoban era para mi un chicle en el zapato, pero tal vez yo lo era para ella.



Estaba obligado a ordenar la casa aquel día. No había clase y era un Lunes con intenso frío. La época de invierno llegaba, empezábamos la primera semana de diciembre. Mi madre había salido a hacer las compras, me dejó a cargo de la casa y de regar el jardín. Estaba frustrado, era mi día libre y me encontraba quitando el polvo del carísimo jarrón francés de mi madre.

Sharp mind.  ↯ LIZKOOK. O.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora