Lo es. Definitivamente es un buen momento para recordar.
Ella se fue hace un año dejando mi vida vacía. Le suplique de todas las maneras posibles que no lo haga. Le dije en un llanto ahogado que había mejorado, que cambie, que deje de ser una carga insegura para ella, que esta vez si me quedaría a su lado, se lo demostré y aún así se fue.
Empacó y me dejó.
Sé que con el tiempo quizás hubiera roto esas promesas. Ya lo he hecho. Era yo quien se iba una y otra vez, pero siempre terminé regresando a ella, en cambio ahora es ella quien se ha marchado. Esta harta de esto, de mí y no planea volver.
Creía que podía sentir completa seguridad si vivíamos juntas. Esperaba tanto de mí con ese paso, incluso yo también espere dar todo de mí.
Que ilusa. Resultó lo contrario.
Mi cuestionamiento, mis inseguridades, mis miedos, me iban transformando en la peor versión de mi misma durante ese tiempo.
Definitivamente no la merezco y las cosas son mejor así, me lo digo diariamente sin embargo mis ojos lagrimosos y la agonía dominante con la que convivo ahora, no lo quieren aceptar.
El departamento esta amueblado, no hay ningún rincón que no contenga algún objeto que ha comprado, que he comprado o que nos han obsequiado. Tantas cosas palpables, fotografías, esos mismos marcos de nosotras cariñosas que más de una vez oculte de mis amigos o familiares, ese círculo que no pude romper, ni siquiera con mis fuertes sentimientos por ella.
En ese tiempo no creía poder. No pude tomar su mano y mirar al frente, no pude fingir no escuchar nada, ni hacer como si no fuéramos observadas... no era factible hasta que la perdí.
Tuve que perderla para ser valiente y transparente.
En cambio ella fue tan paciente, dedicada conmigo, pasando por alto algunas fallas, haciéndose la ciega antes mis errores, desplantes, ataques y salidas, citas programadas por mi madre.
La he perdido para siempre lo entiendo, lo sé, lo siento. Siento este vacío cada que ingreso al departamento, cada que camino por los pasillos, al subir las escaleras hasta el cuarto que ambas compartimos. Se siente desolado.
Inhalo fuego cada que respiro, mi pecho arde mientras voy caminando por clavos que se encostran en la suela de mi zapatos hasta la planta de mis pies y me acompañan incándome en todo mi camino de ida y de vuelta.
Es un buen momento para recordar.
Recordar la segunda oportunidad que creí tener una semana antes de su partida permanente.
Recordar lo que hice, lo que pasó esa noche llena de desespero, quería que se quedara junto a mí. Yo solo quería eso, no busque dañarla, nunca quise eso. Es lo que siempre evite hacer sin embargo mi doble moral estuvo presente en cada ocasión que la lastime.
Vi sus lágrimas, escuche sus gritos escondidos de reproches, tenía tanto que decirme esa fría y oscura noche.
No quería que cayera, solo quería detenerla. Las paredes, los escalones deben saberlo, deben recordar que no era mi propósito tirarla, fue un accidente... lo fue... no lo fue, la basura egoísta apareció en mi estado desmoralizado, quería detenerla a toda costa. No pensé, mi mente estaba nublada con sus maletas, sus palabras y sus lágrimas.
La empuje por la escalera y ella rodó al vacio quedando inconsciente.
¡Diablos!
Me arrepiento mil veces de eso por encima de los días que me fueron dados para remediarlo. No había manera que pudiera perdonarme cuando despertara el día siguiente. Imaginé que después de dejarla en el hospital no le veria nunca más porque su amiga la castaña que siempre está pendiente de ella, me echo, y posterior a ello, paso lo que no esperaba.