Ser fantasma tenia tanto sus ventajas como sus desventajas.Podía vagar por cualquier lado o sitio que ella quisiera sin temor de ser descubierta.
Podría hacer travesuras si así lo deseaba si divertirse sin tener reprimendas.
También le encantaba, que aun después de irse de este mundo, pudo observar como el gremio que había creado crecía de gran forma.
Teniendo a grandes magos dentro de este y riendo de todas las locuras de estos.
Sin embargo, había algo dentro de esto que le dolía.
Aun siendo un fantasma le dolía.
Que aunque tenía total acceso a la diversión, ella ya no podía interactuar con nadie aparte de su gremio.
Ni tampoco podía caminar junto a alguien.
Pero lo que había hecho y que le estaba prohibido.
Era enamorarse.
Aunque al inicio no le dio tanta importancia, en verdad, ni siquiera en vida había experimentado esa clase de amor.
Creía que solo era un malestar, algo pasajero.
Un pequeño hormigueo que se originaba en su estomago, como mariposas revoloteando.
Pero pronto que aquello solo se producía en una situación en especial.
Cuando se encontraba con alguien concreto.
Era aquel sujeto.
Apodado Salamander por su magia, el campeón de los juegos mágicos, Natsu Dragneel era quien le provocaba aquello.
Pronto, no solo fue aquella sensación de mariposas, cada vez que lo veía, tan sonriente, lleno de vida siempre ayudando a sus compañeros, siempre que lo veía de sea forma se sonrojaba.
Pero cuando alquilen mas con él se encontraba, más si de una mujer era, la rabia y el enojo se hacían presentes en ella.
Aquello era sumamente frecuente, ya que él siempre se hallaba a lado de Erza "La Titania" y del resto de mujeres en aquel lugar.
Siempre que aquello pasaba, ella quería de celos explotar.
Sin embargo no podía, no podía ni expresar su enojo hacia ellas ni intentar acercarse a él.
Solo porque ya un fantasma era.
Ya no podía interferir con el ni ellas.
Era de otro mundo distinto solo siendo visitante de donde él estaba.
El dolor que sentía cuando lo veía con alguien más.
La alegría de cuando el divirtiéndose estaba.
Por fin se había dado cuenta.
Estaba enamorada.
Antes el visitar a su gremio era su mayor alegría.
Pero poco a poco fueron menos sus visitas.
A pesar de caminar por la ciudad ya no ponía un pie en aquel terreno.
Si no, caminaba hacia más allá.
Hacia las afueras, en un peñasco en una gran montaña al este.
Ahí solía reflexionar cuando aun con vida estaba.
Pero ahora no podía más que llorar.
"Porque, por que" se preguntaba.
¿Por qué cuando estoy muerta lo tengo que conocer?