El principio del fin

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¿Qué tan difícil era comenzar a relatar aquello? Mucho, exageradamente mucho. Sobre todo para él, un tipo más bien relajado y simple que ahora se veía encerrado en una serie de sucesos que lo llevaban a replantearse una cuestión: ¿Tantas muertes le habrían afectado el cerebro? Pues bien, suponiendo que no había perdido el juicio ( cosa que dudaba), se disponía a recapitular lo que el catalogaba de "tragedia de proporciones parecidas a las tetas caídas de la señorita Selastraga"

Todo comenzó con un sueño. Uno húmedo, siendo específico. Él solía sumirse en fantasías sexuales, orgías y todo cuanto su mente sexualmente activa podía crear en unas horas de sueño. Todo iba bien: él penetraba deliciosamente a una rubia de pequeña cintura y grandes pechos, cuando de repente el sueño se tornó en... Algo extraño, impensable. La chica debajo suyo se transformó de manera paulatina en un hombre de marcados omoplatos, cabello alocado y piel ligeramente más tostada. Reconoció a la persona de su sueño enseguida: nadie más podía temblar tanto como él y murmurar por lo bajo tantas incoherencias mientras se retorcía en gemidos y apretaba entre sus manos las sábanas con fuerza.

Debió despertar. Oh, sí, debió despertar y mandar todo aquello al diablo. Pero su mente pervertida y su toma de decisiones pésima lo orillaron a aprovecharse del ilusorio adicto al café, marcándolo con cada estocada como suyo, y disfrutando como en cualquier otro encuentro sexual el éxtasis que le provocaban los gemidos en contra su piel. Finalmente, al otro día, despertó con una erección tan dura y potente que tuvo que correrse dos veces seguidas para tener algo de calma. ¿Se sentía culpable o sucio? No. Él era conocido por ser el pervertido número uno de South Park, y siendo sincero, no era la primera vez que un chico se colaba en sus sueños para tener relaciones con él: ya le había pasado con Kyle por lo menos un centenar de veces, con Stan unas decenas, e incluso con Cartman un par más. Así que aquella vez que soñó que poseía por completo el cuerpo del tembloroso chico, no se alarmó. Era normal en él.

Lo que sí comenzó a alarmarlo era la frecuencia con la que Tweek se apoderaba de sus sueños. En un instante estaba en medio de un harem de prostitutas dispuestas a complacerlo, y al siguiente se encontraba enredado contra el cuerpo de paranoico, en un baile desenfrenado de cuerpos sudorosos que se golpeaban entre ellos buscando el punto exacto de placer. Todo avanzó tanto que, en un punto, se vio despertando cinco de siete días a la semana con una erección galopante entre las piernas.

Y por si no fuera poco, el problema continuó hasta hacerse aún más alarmante. En cierto modo, no era extraño en él guardar atracción sexual por hombres, dado que era pansexual. Ya antes había sufrido una especie de "obsesión/fetiche" con su pelirrojo amigo, Kyle. Por meses deseó tenerlo entre sus brazos y convertirlo en una especie de esclavo sexual. ¿Qué? No lo decía ni deseaba de un modo agresivo. Estaba seguro que de no ser por los repetitivos asesinatos que Kyle le causó de un solo derechazo, ambos hubieran disfrutado de varios encuentros sexuales. El punto era que no era nuevo soñar con frecuencia que mantenía relaciones homosexuales. Hasta ese límite, podía sentirse ligeramente tranquilo con su idiota subconsciente. Pero todo se fue al carajo cuando el sexo comenzó a desaparecer.

Sí, el principio del fin comenzó con cariñosos besos. En uno de sus tantos encuentros irreales, él no se resistió a la imagen sonrojada del muchacho delante de él, y le propició un suave beso en los labios. La reacción del Tweek de sus sueños le agradó de tal manera, que sin poder regularse o tomar consciencia de lo que hacía, comenzó a ser en extremo cariñoso con el adicto al café: primero se encontraban ambos en la habitación, luego él se acercaba hasta Tweek, posaba su palma en la mejilla del más bajo, y haciendo uso de un cariño y tacto que solo creyó poder demostrar con Karen, despojaba al paranoico de sus prendas con una suavidad y deseo que nunca antes se había percatado que poseía, y finalmente lo cargaba cual princesa para comenzar con el acto ya no tan salvaje de amarse sobre el destartalado colchón.

Por lo general era un amante un tanto directo: besos, mordidas, empujones y rasguños eran a lo que estaba acostumbrado. Pero con Tweek era distinto. Desde que se lo encontraba por las noches en su mundo de ensueños, besaba sus mejillas sonrojadas con paciencia y calma, acariciaba su cuerpo con devoción e incluso se encargaba de prepararlo con lujo de detalle para la penetración, siendo que normalmente solo lo habría tomado y ya. Cuando terminaban de "correrse", apretaba el menudo cuerpo del paranoico entre sus brazos y se embriagaba en la tarea de jugar con sus desordenados cabellos, sintiéndose extraño al verse correspondido con pequeñas risas inocentes. Los mimos llegaron a un límite en el cual nunca pensó verse envuelto.

¿Y se podía poner peor? ¡Claro que sí! ¡Para el, cuya suerte era una mierda, todo siempre podía empeorar! Y es que en las últimas semanas, sus sueños se basaban en él y Tweek tomados de las manos, besándose en algún callejón alejado de la gente, o compartiendo un helado en la rueda de la fortuna del parque de diversiones en Denver, entre otras situaciones bochornosas. Sí, como una jodida pareja de novios. Quizás y solo quizás no hubiera perdido la cabeza si, lo que había acontecido hace ya dos noches atrás, no hubiese sucedido.

Ambos se encontraban en aquella rueda de la fortuna, en medio de la noche. Al parecer su mente era muy fanática de los clichés, porque en el punto más alto del paseo, la rueda se detuvo, dejándolo en la situación tan incómoda de tener al paranoico delante suyo. Él estaba sentado en el sillón del frente, mientras que Tweek igualmente ocupaba el sillón delante de él. Ambos enfrentados, observándose en silencio. Las prendas invernales de Tweek le daban un toque más que tierno en esa fantasiosa escena: un suéter verde olivo de cuello alto que le cubría la boca y resaltaba sus sonrojadas mejillas, un par de jeans ajustados a sus hermosas piernas e incluso unas converses viejas de un negro gastado hacían del adicto del chico casi una pintura. En un mano derecha tenía el clásico vaso de café salido del Harbucks, y su mirada perdida en algún punto lejano de la ciudad le impulsaban a abrazarlo con todas sus fuerzas y tomarlo dentro de la cabina.

No supo porque, ni cómo, nada. No supo nada de nada. Antes de que pudiera tomar consciencia de lo que había dicho, aquellas dos palabras habían abandonado sus labios de manera natural, rompiendo estruendosamente el silencio en el cual la cabina se veía sumida.

"Te amo"

Su propia voz sonó ajena, cargada de una sinceridad que ni siquiera podía reconocer en sí mismo. Y lo dijo, sin más, pudiendo asegurar que en ese momento su sonrisa era tan putamente enorme que cualquiera pensaría que se había ganado un millón de dólares o algo por el estilo. Pero no, solo se había declarado a un chico en medio de un sueño marica. ¿Había acaso algo más desastroso? La respuesta de Tweek fue clavar sus hermosos ojos en él, provocándole cosquillas en el cuerpo. Él lo observó unos segundos fatídicos en silencio, para luego destapar su boca y susurrar su perdición.

"También te amo, Kenny..."

En fin. Su vida no podía ser más mierda.


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