Me abrocho el cinturón de seguridad del asiento copiloto mientras mi padre arranca el motor de su nuevo coche. La radio no suena y las ventanas permanecen cerradas pese al calor de la llegada del verano que se cuela en el interior del vehículo. Aquí huele a ambientador de pino, a coche nuevo, a Argentina, a soledad.
Miro a mi padre de reojo y veo como maneja el volante serio, sin apartar la mirada de la carretera y con la mandíbula apretada. Si no le conociera diría que es un chico serio, pero sé que algo le pasa, y tiene que ver conmigo.
Cada vez conduce más rápido, pendiente del reloj también, y sin darme cuenta frena apretando hasta dentro el pedal. A mi derecha veo un rascacielos alto, blanco y con un jardín inmenso.
- ¿Es aquí? –Pregunto mirando por la ventana.
-Si, a la noche trabajo, vendrá tu madre a buscarte.
Que típico… ¿él trabajando? No me lo creo…
-Vale –Digo dando paso al silencio- creo que debo marchar, no quiero llegar la última a esta cosa.
Sin despedirme de él salgo del coche y camino hasta la puerta central que sin temor abro. Justo al lado veo unas pequeñas flechas con indicaciones y cuando estoy a punto de ponerme a leer, un hombre con gafas se me acerca con una pelota.
- Priscila, ¿verdad?
-S…Si, pero….
-Ven –Dice lanzándome una pelota.
Le sigo y juntos pasamos una puerta. Me dice que coja asiento, pero yo sigo de pie.
-Veras, es que… yo no tengo que estar aquí.
-Ya… Ni yo tampoco… -Dice una chica que tiene los pies encima de la mesa.
-Camila los pies –Le dice el hombre con el que entré- Eres Priscila Pérez ¿no?
-Sí, pero imagino que vosotros tenéis vuestros asuntos, yo no voy a hablar de nada porque no tengo nada que contaros a vosotros y… mejor me voy a mi casa –Digo dando la vuelta.
-Te has mudado aquí y tienes tu vida un poco cambiada.
-No me he mudado, no tengo ningún cambio y no tengo nada que contaros.
-Oye, Priscila, ¿Vas al gimnasio o es genética? –Pregunta la misma chica de antes.
Yo la miro sin saber si debo contestarla o no. Quiero irme, largarme de aquí y encerrarme en mi habitación.
-Hola –Dicen a mi espalda.
-Llegas tarde… -Le contesta el psicólogo o lo que quiera que sea.
El chico pasa por delante de mi clavándome su mirada. Yo me aparto un poco y me doy cuenta de que es el mismo chico con el que me crucé esta misma tarde patinando.
¿Casualidad o destino? Menuda chorrada… Pero bueno, será mejor que me siente y que esto acabe lo antes posible.Me siento en una mesa, yo sola, y miro a los otros compañeros. Está la chica que no calla, el chico entrometido, otro chico más y otra chica. En total somos cinco. Como los cinco fantásticos.
-Bueno vamos a jugar a un juego –Dice el hombre despertándome- Empieza Priscila ya que ella tiene la pelota. Tienes que elegir a un compañero, tirarle la pelota y decir un objetivo sobre él o ella.
-Pero si no sé cómo son, es la primera vez que les veo en toda mi vida.
-Mejor, así podremos hablar sobre los prejuicios. La persona que elijas también dirá algo sobre ti. ¿lista?
Suspirando miro a mi alrededor. Todos me observan, por un momento yo soy el centro de atención. Mis ojos se topan con el chico patinete y le lanzo la pelota, total, es al que más “conozco”.
-Amable –Digo tímida al tiempo que la chica de los pies se ríe.
-Perdida.
Él me mira y yo sonrío.
-Vamos Dylan, te toca, elige a alguien.
Sin decir nada lanza la pelota contra el otro chico al que pilla desprevenido y esta se estampa en su cara.
-Débil.
-Chulo –contesta el otro, quien le tira la pelota a la chica que aún no ha hablado- Sobresaliente.
-Víctima.
-A ver, no sé porque todos pensáis eso de mi si no es así.
-Chsss… -Dice el hombre- Sigamos, después hablamos sobre eso. ¿Martina?
-Es que no quiero ofender –Dice mirando a la chica de los pies.
-Oh… que mona eres… -Dice ella con sarcasmo.
-No te preocupes, además los prejuicios no tienen porque ser verdad ¿no?
-Claro… -Dice Camila incitándola- Venga…
- ¡Fresca!
- ¡Egocéntrica! –Ella me mira y me lanza la pelota- Valiente… que ya era hora de que alguien le bajara los humos a la imbécil de Estefanía.
¿Qué? Pero si yo no conozco a esa chica.
-A sí que tú eres de la que me habló mi novia… Quieres quitarle el puesto en la pista ¿Qué tal si cambio lo de perdida por presumida?
-Yo no soy presumida –Digo tirando la pelota- No sé quién es tu novia y solo estaba patinando a mi aire.
-Pero si tiene razón –Dice Camila riendo- Si esa chica es una payasa.
-Ya y lo dice tu ¿no? –comenta ahora Martina.
Todos comienzan a gritar, a insultarse entre unos y otros y pasando desapercibida cojo mis cosas y marcho corriendo de allí.
Camino rápida por el pasillo dispuesta a salir de aquí y encerrarme en mi casa. No sé cuándo es la siguiente sesión, pero tampoco quiero saberlo. De pronto noto unos pasos a mi espalda.
-A ver, no te pienses que siempre es así, algunos días alguien no grita.
- ¿Me puedes olvidar?
-Mira, esta ciudad se divide entre la gente que son imbéciles de nacimiento y la gente especial, tengo un ojo que no veas para esas cosas… y tú eres especial muchacha.
- ¿Y quién es quién?
-Sencillo… Tu y yo somos especiales. El resto no.
La miro y deshaciéndome de sus brazos salgo del sitio este.
Donde antes me dejó mi padre, ahora se encuentra el coche de mi madre. Corro y me subo en él.- ¡Pris encontré a boo! –Dice mi hermana nada más verme- Estaba en una caja de la mudanza.
-Cuanto me alegro pequeñaja.
Ella se ríe y mi madre me da un beso. Arranca y nos vamos a casa.
Mientras mi madre conduce yo miro el perfil público de Instagram de Dylan. Sin darme cuenta de que estamos en un semáforo mi madre mira la pantalla y ríe.
-Que mono… ¿Le has conocido allí?
-Mamá, no te metas en esto también.
- ¿Qué tal la reunión?
- ¿La reunión? Muy interesante…
- ¿Si? Si van más como él voy yo por ti.
La miro mal. Muy mal.
-Por favor…
- ¿Qué pasa? Si tu padre no me hace caso… -Dice riendo.
Decido ignorarla. Le doy al botón de seguir y bloqueo el móvil justo cuando llegamos a casa. Argentina… ¿Qué es lo que me deparas?
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En las botas de Priscila
Ficção AdolescentePriscila Pérez tiene una gran capacidad de discutir con sus padres debido a su carácter. Dylan Oliveros, tiene una gran capacidad para lograr lo que se propone. Priscila no se asusta por los prejuicios pero no tiene ni idea de lo que le puede llega...