Haru

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Sachi Onodera era dueña de una pequeña librería en el centro de la aldea desde hace quince años. De figura delgada y facciones maduras, la mujer no aparentaba los cuarenta años que tenía, algo que la hacía inmensamente feliz. Todas las noches la señora Onodera usaba mascarillas para corregir las arrugas y, además, tenía la pésima costumbre del ir al hospital una vez a la semana.

Todos los doctores del Hospital General conocían a la señora Onodera y sus recurrentes visitas, siempre con síntomas imaginarios de una enfermedad inexistente. Cuando Sakura llegó al complejo médico, el doctor Arata, quien probablemente era el más asediado por Sachi Onodera, vio en ella la oportunidad perfecta para deshacerse de una vez de los arranques de hipocondriasis de la mujer que llegaban cada semana a su consultorio.

Ese día, la señora Onodera venía con una nueva preocupación agobiándola: un pequeño hematoma en la coyuntura del brazo. Esta era la segunda vez que Sakura la atendía desde que empezó en el hospital y ya podía vislumbrar que el problema de la mujer no era más que un temor infundado a enfermar y envejecer.

A pesar de saber eso, Sakura se había tomado la molestia de revisar su presión y checar signos vitales sin prestar atención a la perorata de otros malestares que la señora Onodera afirmaba se trataba del inicio de algo más grave. La mente de Sakura estaba volando lejos de ahí, divagando en otras cuestiones mucho más interesantes que aldeanos enfermos. Su desconcentración ese día la había llevado ya a cometer varias torpezas; desde tirar una pila de medicamentos hasta confundir unos expedientes médicos, estaba claro que ese no era su mejor día.

ㅡEntonces decidí investigar un poco en algunos libros ㅡcontinuó hablando con preocupaciónㅡ, y encontré que a veces el cuerpo deja de coagular la sangre y puedes morir por una hemorragia. Señorita, ¿usted cree que me esté pasando eso?

Los pasillos del tercer piso se dibujaban en la mente de Sakura cuando captó el tono de pregunta de su paciente, pero no el contenido de ésta. Se retiró el estetoscopio de los oídos y murmuró un leve ajá que deformó el rostro de la señora Onodera en una mueca de terror absoluto.

ㅡ¡Oh, Dios mío! ㅡprofirió un grito ahogadoㅡ, ¡sabía que algo grave me pasaba!

Pronto el pequeño consultorio se vio inundado por los resuellos de angustia de Sachi Onodera, quien se lamentaba de no haber disfrutado más su vida mientras estaba sana. Sakura cerró los ojos con pesar cuando se dio cuenta de su error.

ㅡSeñorita, ¿cree que tenga suficiente tiempo de vida para hacer un viaje? ㅡinquirió con preocupaciónㅡ. Siempre quise ir al País del Té y recorrer las calles...

ㅡSeñora Onodera ㅡinterrumpió Sakuraㅡ, usted está sana.

La aludida la miró confundida.

ㅡPero usted dijo...

ㅡPerdóneme, estoy algo distraída.

Sachi Onodera la miró escéptica, claramente aún convencida de estar enferma. Sakura suspiró con exasperación y, sin pensarlo detenidamente, decidió terminar con aquello de una vez.

No sin un poco de brusquedad, Sakura tomó la mano de la señora Onodera entre las suyas y de un movimiento le pinchó el dedo con la aguja de una jeringa. La mujer soltó un grito de alarma ante tan inesperada acción, mientras una gota de sangre brotaba de la yema de su dedo medio.

ㅡ¡¿Por qué fue eso?!

ㅡSolo espere ㅡdemandó.

Tras unos momentos, el sangrado se detuvo y Sakura le sonrió satisfecha, pero la mujer seguía confundida.

ㅡSu coagulación es perfectamente normal ㅡexplicóㅡ. Ya puede irse, señora Onodera.

La mujer la miró ceñuda mientras abandonaba la habitación refunfuñando entre dientes. Cuando estuvo sola, Sakura masajeó sus sienes con evidente cansancio y, mirando su reflejo en la superficie metálica de una bandeja, se preguntó a sí misma si sería capaz de aguantar todo aquel estrés.

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