Carta #2

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Cicatrices.
Ref. Una cicatriz es un parche de piel permanente que crece sobre una herida. Se forma cuando el cuerpo se cura después de una cortadura, un raspón, una quemadura o una llaga. Las cicatrices también pueden resultar tras una cirugía donde se corte la piel, infecciones como la varicela o afecciones de la piel, como el acné. E incluso durante los conflictos y otras situaciones de violencia, las personas se ven afectadas drásticamente. Su sufrimiento va más allá de las cicatrices que vemos a simple vista, las cicatrices emocionales.

Me hiciste tantas cicatrices, tanto físicas como emocionales, que perdí la cuenta. Me hiciste derramar lágrimas, más de las que puedes llegar a imaginar; una cantidad tan inmensa que llenaría un mar. Me hiciste sangrar, me hiciste odiarme y dañarme. Me hiciste cambiar. 

Me volví fría y distante, cambiaste mi forma de ver la vida, creí que nunca conseguiría nada por mí misma. Me hiciste sufrir como nadie. Estoy ahogada en los recuerdos, cada noche los revivo como si fueran parte de una película, la única que existe en el mundo.
Mi mente es como un océano interminable de palabras, por mucho que intente subir a respirar, tiran de mí hacia el fondo y no me dejan ver la salida. Vuelvo a caer al vacío y por mucho que intente levantarme, tiran de nuevo hacia abajo, y caigo. Es como un ciclo, el cual no puedo cambiar. Es triste la forma en la que sucedieron algunos hechos, de nada sirvió darte oportunidades de cambiar si no las quisiste aprovechar.
Recuerdo mi primera función de Navidad, estaba tan ilusionada y lo di exactamente todo de mí...pero tú no apareciste, ni esa vez, ni las siguientes.

Recuerdo las veces que intenté montar en bicicleta y tú no estuviste ahí para levantarme en cada caída. Nunca aprendí a montar, me rendí, como tú te rendiste hace años al dejar de querer a mamá, de querernos a nosotras.

Recuerdo cuando, en verano, ibas a enseñar volley-playa a un grupo de niños y niñas, estoy segura de que pasaste más tiempo con ellos en un verano que conmigo en dieciséis.

Recuerdo los días de verano en los cuales hacía mucho oleaje. Los niños iban agarrados a sus padres para saltar las olas y yo, sin embargo, estaba sola. Cuando creía que lo estaba consiguiendo te vi a lo tuyo, con tus amigos, sin que te importara nada más que tu propia felicidad y una ola me revolcó, caí hacia delante dándome en la cabeza con el rompeolas, casi me ahogo. Tú ni te inmutaste.

Recuerdo cuando estuve ingresada en el hospital, no viniste a verme hasta que tu agenda dejó de estar apretada. Sentí muchísimo no haber sido tan importante como tus amigos y tus comidas con ellos.

Recuerdo tantas acciones, palabras, promesas...todo lo que hiciste y dijiste, que tanto nos costó y nos cuesta superar. Lo recuerdo como si fuera ayer, aquellas veces que me pegabas incluso cuando ibas conduciendo, nunca tuve tanto miedo de ir en un coche como esos días en los que pensé que se te iría de las manos y chocaríamos.

Dicen que no hay que guardar rencor y que hay que saber perdonar por mucho daño que te hayan hecho pero, ¿cómo perdono la violencia, las mentiras o el dolor? ¿Cómo perdono tanto en tan poco tiempo? ¿Cómo hago para olvidar, si a cada paso que doy me viene un recuerdo y me hundo en el intento? ¿Qué hago? ¿Te perdono, o te sigo guardando rencor y rabia?

Gracias por nada, papá.

Cartas a papáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora