Volver a latir

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—Aún en los días lluviosos, con las ventanas cerradas, la luz se desborda de mi corazón y brota hacia el cielo

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Aún en los días lluviosos, con las ventanas cerradas, la luz se desborda de mi corazón y brota hacia el cielo.

Lo ideal para Yuuri Katsuki era cantar la canción de cuna de su pequeño hijo con ayuda de la cajita musical que tenía en su habitación. La activaba siempre que pensaba en acostar a Akemi, y comenzaba a entonar la letra en su idioma natal para que el bebé se relajara hasta quedarse dormido.

Sin embargo, en la realidad, el sonido que hacía el nebulizador opacaba un poco su voz, algo tímida, mientras acariciaba la cara de su hijo cuando éste cerraba sus ojitos de vez en cuando por el cansancio.

Aunque exista tristeza o felicidad, cargaré ambas y caminaré derecho.

El pelinegro apagó la máquina para volver a colocarle el respirador a su hijo. Éste ni siquiera puso su clásica resistencia al estar agotado. Acomodándose perfectamente en el pecho de Yuuri una vez que su madre le acurrucó entre sus brazos, se quedó dormido con su manita aferrándose al sueter de lana que el japonés traía puesto.

Los suaves toques en la espalda de su bebé hacían que el niño suspirara de gusto, pegando aún más su rostro a su pecho, buscando inevitablemente el punto mejor ubicado donde pudiera oír el corazón de su madre latir.

Yuuri sonrió al ver las intenciones de su cachorrito, alzándolo un poco para que lograra su cometido. Cuando el bebé localizó aquel punto en su costado izquierdo, relajó su expresión, mostrando una tranquilidad en su semblante que, en esos momentos, Yuuri era incapaz de compartir con su retoño.

Victor se había dormido en el sillón con el que contaba la habitación. Él, al igual que su hijo, tenían la misma expresión cuando dormían. Sin embargo, en la cara de Victor predominaban algunas zonas tensas esparcidas por su rostro, a comparación de la tersa piel de su bebé.

Yuuri se agachó hacia el alfa para verlo más de cerca, todavía con su hijo en brazos. A esa distancia, el omega pudo apreciar algunas arrugas que juraba no recordar que estuvieran allí algunos años atrás, incluso podía apostar por no recordar algunas de hace unos meses. Sin duda, todo el asunto de ser padres primerizos estaba afectando a Victor, y ni se quería imaginar que él también estaba envejeciendo a paso veloz, con todos aquellos sustos y sorpresas que se había llevado desde que Akemi llegó al mundo.

Recuerda cómo fueron las primeras semanas, donde Victor y Yuuri ya no sabían qué hacer para callar a la pequeña criatura que sufría de cólicos por las noches. Una vez, Yuuri leyó en un libro para padres que algunas personas se ponían a llorar cuando sus hijos lloraban. No lo creyó hasta vivirlo en carne propia, donde tanto él como Victor terminaban hipeando frente a la cámara de la computadora a las 4 de la madrugada, en busca de la ayuda de Hiroko, la madre de Yuuri. La mujer siempre se vio contenta de ayudar, pues era una oportunidad de ver a su nieto más seguido, debido a que los padres de Yuuri no podían viajar hasta Rusia por el trabajo que se les acumulaba en el onsen.

Ideal- Victuuri Short StoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora