Caminaban tan pegados que Claire sentía su aliento en el cuello. -¿Dónde has aparcado? -En el aparcamiento -respondió ella. -Yo en la calle. -Le dio sus llaves -. Llévate tú mi coche. -No, vamos juntos. -Ven aquí. -Tiró de ella hacia un callejón y la apretó de espaldas contra la pared. Claire abrió la boca para preguntar qué mosca le había picado, pero él comenzó a besarla. Deslizó la mano bajo su falda. Ella sofocó un gemido, no porque la hubiera dejado sin respiración, sino porque el callejón no
estaba a oscuras, ni la calle vacía. Veía a hombres trajeados pasar cerca de ellos: volvían la cabeza, observaban la escena hasta el último instante. Así era como la gente acababa saliendo en Internet. -Paul... -Le puso la mano en el pecho, preguntándose qué había sido de su marido, siempre tan formal, al que le parecía una extravagancia hacerlo en la habitación de invitados-. La gente nos está mirando. -Vamos ahí detrás. -La tomó de la mano y se adentró en el callejón. Claire lo siguió, pisando una alfombra de colillas. El callejón tenía forma de T: se cruzaba con otro que
servía de salida trasera a varias tiendas y restaurantes. La situación no mejoró mucho. Claire se imaginó a los pinches de cocina apostados en las puertas abiertas con un cigarrillo en una mano y un iPhone en la otra. Y, aunque no hubiera espectadores, había multitud de razones por las que no debía hacer aquello. Aunque, por otro lado, a nadie le gustaba que le dijeran lo que tenía que hacer. Paul la condujo al otro lado de una esquina. Claire dispuso de un momento para echar un vistazo al callejón desierto antes de sentir la espalda apretada contra otra pared. La boca de
Paul cubrió la suya. La agarró por el culo. Lo deseaba tanto que ella también comenzó a desearlo. Cerró los ojos y se dejó llevar. Sus besos se hicieron más ansiosos. Él le bajó las bragas. Claire lo ayudó, estremeciéndose porque hacía frío y era peligroso, pero estaba tan excitada que ya nada le importaba. -Claire... -le susurró él al oído -. Dime que te gusta. -Me gusta. -Dímelo otra vez. Sin previo aviso, le dio la vuelta. La pared de ladrillo raspó la mejilla de Claire. Paul la apretaba contra el muro. Ella empujó hacia atrás. Él gruñó creyendo que le estaba provocando,
pero Claire apenas podía respirar. -Paul... -No os mováis. Claire entendió las palabras, pero su cerebro tardó unos segundos en darse cuenta de que no procedían de su marido. -Date la vuelta. Paul comenzó a girarse. -Tú no, gilipollas. Ella. Se refería a ella. Claire no podía moverse. Le temblaban las piernas. Apenas podía sostenerse en pie. -He dicho que te des la vuelta de una puta vez. Paul la agarró suavemente de los brazos. Ella se tambaleó cuando le dio
la vuelta lentamente. Había un hombre justo detrás de Paul. Llevaba una sudadera con capucha negra, con la cremallera subida hasta justo por debajo del cuello grueso y tatuado. Una siniestra serpiente de cascabel se curvaba sobre su nuez, enseñando los colmillos en una sonrisa malévola. -Las manos arriba -dijo el desconocido, haciendo oscilar la boca de la serpiente. -No queremos problemas. -Paul había levantado las manos. Estaba muy quieto. Claire lo miró. Él asintió una vez con la cabeza para darle a entender que todo saldría bien, cuando saltaba a la
vista que no sería así-. Tengo la cartera en el bolsillo de atrás. El hombre sacó la cartera con una sola mano. Claire supuso que en la otra sostenía una pistola. Lo vio con el ojo de la imaginación: una pistola negra y reluciente, apretada contra la espalda de Paul. -Toma. -Paul se quitó el anillo de boda, el de la universidad y el reloj. Un Patek Philippe. Se lo había regalado ella hacía cinco años. Llevaba sus iniciales grabadas en la parte de atrás-. Claire -dijo él con voz forzada-, dale tu cartera. Claire miró a su marido. Sentía en el cuello el latido insistente de su arteria
carótida. Paul tenía una pistola apretada contra la espalda. Los estaban atracando. Eso era lo que estaba pasando. Era real, estaba ocurriendo de verdad. Se miró la mano, moviéndola lentamente porque estaba aterrorizada y en estado de shock y no sabía qué hacer. Sus dedos aferraban aún las llaves del coche de Paul. Las había tenido en la mano todo el tiempo. ¿Cómo iba a hacer el amor con Paul sosteniendo todavía las llaves del coche? -Claire -repitió Paul-, saca tu cartera. Ella dejó caer las llaves en su bolso. Sacó su cartera y se la dio al hombre. Él se la metió en el bolsillo y volvió
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Flores Cortadas
Mystery / ThrillerUna preciosa joven iba caminando por la calle cuando de repente...Julia Carroll sabe que muchas historias comienzan así. Bella e inteligente, a sus diecinueve años, recién llegada a la universidad, debería vivir des preocupadamente. Pero tiene miedo...