Es como un fuego inminente y diminuto allí en el centro, viviendo tranquilo y en calma, que de la nada tan solo se expande, arrasando con todo sin dejar un solo espacio, un solo rincón sin quemar, sin derretir, sin entibiar.
Invadiendo de repente todo tu pecho, trepando hasta tu garganta. Como si toda esa emoción quisiera salir, quisiera hacerte gritarla, porque simplemente es demasiado grande e infinita, es inmensa como para vivir dentro de ti. Y no puedes soportarla.Así que esta solo volaría, escaparía de ti para poder ser libre y acomodarse fuera de la pequeñez de tu cuerpo y su diminuto pecho. Pero sin embargo no puede, y se mantiene arraigada a ti, por lo que intentas reprimirla de alguna manera, aliviarla. Así que aprietas los puños y los dientes, tensando la mandíbula y los músculos hasta el punto de molestia. Estiras tus piernas y respiras hondo en un último intento de hacerle un, al menos, pequeño espacio, mordiéndote los labios con fuerza para no dejarla irse mientras aprietas los párpados cerrándolos con fervor y bobamente se te escapa una sonrisa.
Así cantas su canción de cuna.
Así la duermes.
Hasta que por capricho o por inercia vuelves a pensar y te urge repetir la canción.
Lenta, suavemente y con tantísimo amor que eres capaz de llorar con solo sentirlo vagamente.
Y aún lleno de aquella pura sensación de necesidad y devoción que siquiera entiendes, te preguntas cómo algo así, tan nimio y tan pequeño como un pensamiento sin siquiera forma o cuerpo pueda desatar tal fuego en tu interior, y con él, tanta sed.