Era un día como cualquiera en la vida de Whitney, un día de esos en los que se levantaba temprano por la mañana para ir a estudiar.
Whitney era esa típica chica callada, la que se sentaba al fondo, tranquila, y por más que intentase, no podía atender en clase. Tan solo el hecho de pensar que al llegar a su casa, allí la esperaba aquella situación de cada día. Al llegar, Whitney solía ir derecho a su habitación muy silenciosamente y sin emitir ni un gesto. Ella acostumbraba llegar muy triste, teniendo en cuenta lo que le esperaba cuando David, su padre llegara. Whitney se encontraba en su pieza, en completo silencio, mientras pequeñas lágrimas recorrían su mejilla. Fue entonces que llegó, llegó ese momento tan indeseado de cada uno de los días de su vida. Su padre entró a la habitación ebrio, Whitney acostada en su cama, solo esperaba que todo pasara de una vez con mucho temor. En ese mismo momento todo comenzó. Comenzaron los gritos, los gritos y los golpes, en verdad ella se llevaba los golpes sin razón alguna, ya que era una chica que no expresaba mucho sus pensamientos y era muy tranquila.
En el instante en que las manos de David rosaban el rostro de Whitney muy bruscamente se sintió el ruido de la puerta, pero a él no le importó. Quien entraba era Perrie, la madre de Whitney ya sintiendo los gritos, entró corriendo a la habitación.
Déjala -grito con rabia Perrie, mientras lágrimas corrían por su rostro.
¡Claro que no! -Respondió David, pegándole una cachetada.
¡Que la dejes te he dicho!
Ya basta mamá, déjalo que siga, pero que no te haga daño -insistió Whitney
No dejaré que te siga lastimando, ¡ya basta David! -Contestó Perrie
David las miro con una cara aterradora, y continúo, ya que lo que dijo Perrie no le afectó para nada. Golpeó a su esposa con sus manos en la cara y el tórax, hasta lastimarla. A su hija le siguió golpeando también hasta lastimarla y llenarla de sangre. Cuando David creyó que ya se había terminado, se marchó de la habitación. Whitney y Perrie apenas podían mirarse. Ese día había sido el peor de todos, no habían sido unos pocos golpes como siempre, sino que había sido la peor golpiza que recibieron en sus vidas.
En cuanto pudieron se levantaron del suelo y fueron a quitarse toda la sangre que seguía recorriendo el exterior de sus cuerpos.
Whitney se duchaba, y sentada en la bañera pensaba... Ella pensaba: "¿Cómo es que una chica de tan solo 14 años aguanta todo esto?" "¿Cómo?", "¿Cómo puede ser que una adolescente llegue a su instituto de estudio llena de marcas?" "¿Cómo puede ser que un padre lastime tanto a su familia?"...
Mientras tanto tomaba la navaja. Cuando comenzaba a rosar suavemente su piel, y la sangre caía en la bañera, Whitney lo único que hacía era derramar lágrimas, lágrimas las cuales ya no tenían sentido ni sentimiento alguno, ella ya ni comprendía el porque de sus lágrimas. No tenía un sentimiento exacto para expresarlo, sino que era una mezcla de impotencia con un dolor tremendo, ese dolor que solo pasaba por su pecho. Ese dolor que ella sentía no era por los tantos cortes que llevaba en sus brazos o piernas, solo lo sentía por dentro, muy por dentro, lo sentía en su corazón, tan lastimado, destrozado...
Whitney empezaba a sentirse cada vez peor, y con menos fuerzas.
Perrie la llamaba, pero ella ya no respondía. Al notar que su hija no respondía, Perrie decidió entrar al baño a ver que le sucedía. Cuando abrió la cortina de la ducha se encontró con Whitney tirada en la bañera inundada en sangre, el llanto de Perrie era muy fuerte al notar que su hija ya no tenía vida. Cuando de repente levantó su cabeza y notó que en la pared decía "Éste cuento no es eterno, debes salir, ponerle un fin..."
Perrie tomó la navaja y dijo: "Mi vida ya no será vida sin ti, ahora podremos estar juntas"
Hasta que escuchó una voz que le dijo "No lo hagas, siempre estaremos juntas, te amo mamá"
Perrie, notó que quien lo dijo había sido su hija Whitney, entonces decidió hacerle caso y terminar con todo eso.
