Era un día común, soleado y aburrido, como cualquier otro.
Yo me preparaba para salir de la casa a la escuela, que quedaba a unas ocho o nueve calles de distancia. La mochila iba casi vacía, que, comparada con días anteriores, solo llevaba un par de libros y una libreta.
El día de hoy entraríamos dos horas tarde a clases y saldríamos una hora antes, por un asunto en el colegio, cuyo motivo desconozco. Muchos incluso habíamos tenido planeado faltar a clases ese día, hasta que un maestro nos dijo que la asistencia sería obligatoria, porque ese día nos aplicaría el examen semestral, y quien no fuera sería dado de baja en su materia.
De forma que fuimos para allá.
-¡Geras!- Me saludó Cristian a un par de calles de la escuela. – ¿Ya listo para el semestral del profe Marín?
-Cris. Ni siquiera pienso que vaya a haber examen. Es probable que no venga ni el mismo maestro, que se le queden los exámenes y nos diga “arranquen una hoja de su libreta”, y se lo invente todo en ese rato, o bien nos lo pase para otro día. Y, ¿Por qué bienes a pie? Tus papás siempre te traen en carro, ¿No?
-Se reventó una llanta cuando faltaba poco para llegar. ¿Qué me cuentas?
-Nada, igual que siempre.
Duramos un rato caminando en silencio, y cuando llegamos frente a la escuela nos encontramos con una muchedumbre fuera de las puertas del colegio, que parecían estarse quejando con alguien.
-¿Qué pasa?- pregunté tratando de ver algo.
-Parece que hubo un accidente, ¿Vamos a ver?
Cristian se adelantó un poco mas a la escuela. No sabía si ir con el o no, pero, de todas formas, sentí como que no me podía mover libremente.
Miré en todas direcciones, y me percaté del silencio que se estaba formando.
Todos los presentes parecían notar lo mismo que yo; era una atmósfera pesada y sofocante que empezaba a causarme nauseas.
Empecé a respirar de manera bastante agitada, sudando, bastante mareado y algo dolorido, como si estando gravemente enfermo me hubiera dado por correr durante horas y horas sin beber una sola gota de agua.
De un momento a otro me encontraba de rodillas, aunque no recordaba haber hecho ninguna clase de movimiento. Miré hacia los lados, y me percaté de que no solo yo, sino que todos los hombres y mujeres a mi rededor se encontraban en situaciones similares. Algunos parecían a punto de desmayarse, otros, vomitando o a punto de vomitar, y unos cuantos más incluso se convulsionaban lentamente.
Me dolía mucho la cabeza, y sentía un ardor intenso en los ojos, en la garganta y en el estómago. Me faltaba aire, no podía respirar, escuchaba un intenso zumbido dentro de mi cabeza, zumbido que acallaba cualquier cosa que se encontrase cerca o lejos de mí (si realmente existía otro sonido en el mundo), me temblaban las manos y me dolían todos los músculos.
Me recosté sobre el piso, abrazándome las piernas hecho un ovillo, medio muerto de frío, medio muerto de fiebre. Duré así tirado unos instantes, como esperando a que el dolor terminara de forma milagrosa, pero me levanté después de un rato al darme cuenta de dos cosas: la primera, que las demás personas que estaban conmigo sufrían de situaciones similares, la segunda, que sentía como si algo se acercara hacia mí, una presencia amenazante tan intensa que me hizo olvidarme del dolor que sentía casi por completo.
Me levanté, presa del miedo, y empecé a buscar que o quien se acercaba, pero solo estábamos yo y el resto de las personas convalecientes.
En un principio creí que solo era obra de mi imaginación. Al no ver nada, me sentí aliviado, aunque confundido, pues aún sentía que la presencia se aproximaba.Casi podía escucharla.