El sol me da en los ojos y me despierta. Me duele muchísimo la cabeza por culpa de la resaca, quiero vomitar y me sabe la boca a colillas. Anoche estuve bebiendo sola, podría haber estado con cualquier hombre, pero estaba sola. Desde que me prometí con Brian me paso las noches sola, los días sola... Hasta el sexo lo hago sola. Está demasiado pendiente de su trabajo que parece no darse cuenta de que yo también tengo necesidades. Me incorporo y le miro, está totalmente dormido. Su pelo negro está aplastado por la gomina y su cara está perfectamente afeitada. Tiene una tez bronceada, como si hubiese estado en la playa, aunque es imposible con este frío. Me levanto escapando de las sábanas de seda y me meto en el baño. Necesito un bote entero de pastillas, aun así tomo dos y me lavo los dientes. Echo mi flequillo largo hacia atrás para mirarme bien al espejo. Es increíble la de ojeras que tengo, y lo blanca que estoy, encima tengo pelo tan negro que seguramente en la edad media me hubiesen condenado por bruja. No estoy en mi mejor época. Tengo las piernas algo fofas y el estómago blando. Si sigo así me van a salir michelines. Arqueo las cejas sobre mis ojos negros, inexpresivos, y cojo aire para gruñir. No me gusta nada mi aspecto, no me gusta en lo que me estoy convirtiendo y me pregunto si empeorará una vez me case. He visto a mujeres pasar de ser preciosas a ser verdaderos horrores estirados con silicona y botox. No quiero acabar siendo de plástico. El problema es que muchas de esas mujeres lo hacen por sus maridos. ¿Y si en un futuro ya no le gusta mi cuerpo a los hombres? No, no puedo pensar en eso. ¿Qué más me da? Tengo dinero y fama, un prometido cañón y un armario solo para zapatos. No me puedo quejar. Salgo del baño con una sonrisa y miro a Brian. Duerme boca-arriba, con la mano en el estómago y la boca abierta, incluso se le escapa la baba por el lado derecho del labio. Me meto por debajo de las sábanas y le desabrocho los botones de los calzoncillos, no son los más bonitos que tiene, diría incluso que son los más simples. Quiero despertarlo de buen humor así que saco su miembro con cuidado y comienzo a lamer. Acto seguido lo muevo de arriba a abajo y lo meto en mi boca. Empieza a ponerse duro al instante, y mientras me concentro en él, Brian levanta la sábana blanca para poner agarrarme del pelo y lo enreda en su mano. Me tira un poco, pero no paro.
-Oh, sí, nena. Adoro que me despiertes.-Me guiña uno de sus ojos castaños y pega un pequeño gemido.
Me llevo las manos debajo de mis bragas y comienzo a acariciar mi clítoris al ritmo que se la chupo. Pero no me da tiempo a darme ni dos minutos de placer, noto como palpita y antes de tragarme todo su semen, aparto el cuerpo de él. Termino de quitarme las bragas y subo con cuidado, pasando mi pierna derecha por encima para poder poner mi sexo sobre el suyo. Ya no está duro así que muevo mi cadera, dejando las manos sobre su pecho.
-Caty, déjalo. Ya no se va a levantar, es muy pronto.-Me baja de encima suya y me deja sobre la cama mientras él se vuelve a colocar los calzoncillos-. Además, tengo trabajo.
"Tengo trabajo, tengo trabajo". Es la única frase que sabe decir. Iba a contestarle, pero se ha encerrado en el baño. Odio cuando me hace esto, me he puesto cachonda para nada. Abro el primer cajón de la mesilla y saco dos bolas chinas que introduzco dentro de mi. Me duele un poco pues no estaba lo suficientemente lubricada, pero es un dolor placentero. Me levanto, agarro la bata roja de seda que hay colgada en la puerta y salgo de la habitación. Ni si quiera he podido lavarme los dientes al acabar, me sabe la boca peor que cuando me levanté. Bajo las escaleras de caracol hasta el salón. Adoro estar en mi casa en este momento, porque en cuanto se vaya voy a aprovechar el rato sola. Camino a la cocina y le doy a la maquina del café para que se vaya haciendo mientras me siento en la encimera. Las bolas se mueven dentro de mi y me provocan un gemido que ahogo, al ver bajar a Brian por las escaleras. Cojo aire para poder fruncir el ceño y borrar mi cara de placer. Él se acerca a mi con una sonrisa mientras se coloca la corbata. Pone la taza en la maquina y me acaricia el muslo.
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Aquí y ahora.
ChickLitEsta es una historia erótica para mayores de 18. Catherine D. McCauley es la única hija del gran Elias McCauley, el jefe de una gran empresa de aviones. Su vida gira en entorno a pasarlo bien, a gastarse el dinero de su padre y a jugar con las perso...