POR LA MADRUGADA

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Contiene el impulso de sisearse a sí misma al sentir que los dientes del cerrojo de su puerta se escuchan tronar como fuegos artificiales cuando introduce la llave lentamente. A pesar de que la ciudad es ruidosa y se escucha el constante pasar de los autos, no quiere ser ella la causante del ruido que despierte a Lauren.

Tarda más en terminar de entrar y cerrar la puerta, de lo que se tardó en entrar al edificio y llegar a su departamento, con todo y lo que demoró en tomar el ascensor y subir los 3 pisos.

Deja con cuidado las botas que se quitó en el ascensor al pie de la cama. Se saca con torpeza la ropa que huele a humo de cigarro. Todavía siente el efecto del alcohol jugarle malas pasadas. No está ebria, definitivamente no lo está, sin embargo, está bastante atontada. No sólo es el alcohol, es el cansancio por bailar y esa música a un volumen que está terriblemente lejos de ser sano que aún le pica los oídos.

Saca del único cajón que está abierto en su closet una playera que le queda grande y la desliza por su cabeza con rapidez. Cuando se acerca a la cama y trata de descifrar el modo de meterse bajo las sábanas sin despertar a Lauren, ve cómo la chica sacude los hombros y un suave sollozo atraviesa el silencio de la habitación.

Camila se congela y pareciera que el efecto del alcohol se ha esfumado por completo en un segundo. Se ha esfumado o se ha intensificado. No está segura.

Se inclina ligeramente sobre la cama y descubre que Lauren tiene puestos los audífonos y los ojos cerrados, y sólo entonces se da cuenta de que la música que creyó que provenía de la calle, en realidad proviene del celular de la ojiverde.

Nuevamente la ve sacudirse y su atontado cerebro une todas las piezas que tiene enfrente. Mira el reloj en su mesita de noche y los luminosos números rojos marcan las 3:11 a.m. Se le encoge el corazón al pensar que Lauren ha estado llorando durante horas. Se reprende mentalmente por no haber vuelto más temprano.

Con suavidad se mete bajo las sábanas y la pesada cobija morada, se desliza sobre la fría tela hasta que choca con el cálido cuerpo de la ojiverde. Lauren se sobresalta de inmediato, se saca los audífonos e intenta girarse, pero Camila no se lo permite porque la abraza por la espalda, sujetando su cintura con fuerza.

La castaña hunde su rostro entre el cuello y el hombro de su ex novia. Suelta un suspiro cuando a Lauren la recorre un temblor involuntario, producto del llanto que intenta controlar. Aun puede escuchar la música salir amortiguada de los audífonos. Estira el brazo para sacar el celular de Lauren de debajo de su almohada.

― ¿Música triste, Jauregui? ― susurra con un toque de diversión en la voz.

Lauren suelta una risita que, por lo silencioso del ambiente, casi hace eco en la habitación. Comparado con el sollozo anterior, Camila piensa que es el mejor sonido del mundo.

― Para cuando se está triste ― afirma Lauren, Camila pausa la música y devuelve el aparato a su lugar. La castaña aprovecha su distracción para intentar girarse nuevamente ―. Es lógica universal, Cabello.

Camila sonríe ante el gesto de Lauren. La seriedad en su voz, su ceja levantada y la sonrisa que baila en la comisura de sus labios.

― ¿Una ley no escrita? ― pregunta Camila con diversión. Lauren asiente juguetona ―. ¿Como la siempre inexistente ensalada en nuestras comidas?

― Como la película de terror cada último fin de semana del mes ― afirma la ojiverde.

― Excepto en el mes de exámenes y evaluaciones ― Camila arruga la nariz, siente algo burbujeando en su pecho. Sospecha que el alcohol le provoca cierta euforia ante los recuerdos.

Con escala en L.A. [Camren]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora