00: destino o casualidad

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Conducía la dirección de mis pasos sin un rumbo concreto hacia algún lugar lejano cuyo nombre desconocía, lo único que quería en aquel momento era alejarme de mis problemas físicamente ya que emocionalmente no se iban ni aunque pusiera todas mis ganas en ello.

Ay, qué complicado es esto del amor. ¿Cuál ha sido el detalle que seguro cupido ha malinterpretado?

Bebiendo se ahogaban las penas, o eso decían. Un club de noche no estaría mal. Mi mejor amiga y yo nos esforzamos por tener carnets de identidad falso para que nos dejaran entrar en esos establecimientos, por lo que no tendría problema ninguno.

Iba completamente sola y las calles a aquellas horas de la noche estaban muy oscuras. Como si Los Ángeles no tuviera presupuesto para poner dos malditas farolas y alumbrar un poco el camino para que no pareciera que un zombie fuese a salir de un cubo de basura y me fuera a comer el cerebro. Vale, debía dejar de leer tantos libros de ficción. Pero perfectamente podía aparecer algún tarado y hacerme cosas que prefería no pensar.

Me estaba empezando a echar atrás. Estaba empezando a cagarme de miedo y estaba a punto de salir corriendo y volver a mi casa. Además, no había avisado ni a mi hermano ni a mis padres... Me iban a matar. Todo estaba completamente desierto pero no podía evitar sentir como el miedo iba incrementándose en cada poro de mi piel sin dejarme a penas pensar con claridad. Pero a pesar de que no había andado lo suficiente como para no recordar el camino de vuelta a casa, estaba más perdida que una aguja en un pajar. Y no solo porque fuera una miedica de mucho cuidado, sino porque también era descuidada y tenía el sentido de la orientación en el culo. Y estaba todo oscuro.

Una pequeña y fría gota de agua cayó justo en el medio de mi frente, por lo que miré hacia el cielo repleto de estrellas, y en cuestión de segundos la lluvia se intensificó hasta el punto en el que no tuve otra opción que ponerme a correr hacia el lugar cerrado más cercano donde poder resguardarme. Las tormentas que solía haber a principios de septiembre eran lo peor que te podía pasar.

Después de correr tanto, cansada, respire profundamente y conté hasta cinco, algo que me obligaba a hacer mi madre cuando era una niña pequeña y me ponía muy nerviosa o me enfadaba por cualquier tontería. Y mal que me pesase, funcionaba.

El frío se iba apoderando de mí de tal forma que la punta de mi nariz enrojeció junto a mis mofletes y mis manos a penas podían articular gesto alguno.

Si antes ya estaba perdida, ahora sí que no tenía ni la menor idea de donde me encontraba. Sin embargo, la lluvia me dio un poco de tregua— ya no caía con tanta fuerza pero no cesaba—, permitiéndome comenzar a andar de nuevo con la esperanza de encontrar alguien a quien pedir ayuda.

En menos de cinco minutos estaba situada en frente de la entrada de un club— lo que quería al principio— que se hallaba situado al pie de una carretera. Parecía abandonado pese a que había un cartel con letras muy cutres y descuidadas luciendo encima de la puerta. Quise acercarme, abrir la puerta, hacer algo con mi vida y poder sobrevivir del ataque de hipotermia que estaba a punto de darme, mas el miedo— o tal vez la vergüenza— me impedía entrar a aquel establecimiento tan extraño y que tan mala pinta me daba.

Expresé toda la frustración que sentía en voz alta, pues no había nadie más allí... O al menos eso creía hasta que alguien soltó una risita casi inaudible que pude reconocer como la de un chico, chico del que, hasta el momento, había ignorado por completo su existencia. Miré a mí alrededor y me di una palmada en la frente al ver que aquella persona estaba situada justo delante mía, a unos cinco pasos, sentado en unas escaleras cubiertas cercanas a la puerta de entrada.

Into it | Jackson WangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora