Atardecer de una desilusión

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Lo miró nerviosa. Sabía de sobras lo que debía decirle, le había dado más de mil vueltas la noche anterior, a la idea y al cuerpo: No había podido dormir bien pensando en aquella situación que tanto temor le producía pero debía afrontarla de una vez, o las inmensas dudas que tenía desde hace meses la consumirían más de lo que ya estaba.
Y es que sabía que no debía interferir en lo que el destino había puesto en su sitio, estaba todo tal y como todos querían; pero los deseos de ella habían cambiado.
Habían cambiado desde que lo vio como su amiga no quería que lo viesen.
Desde que vio lo adorable en esa sonrisa que antes le parecía corriente,
desde que vio el brillo de sus ojos como algo cautivador en vez de pasar desapercibido como siempre lo había hecho.
Quería negar la realidad; pero no podía. No tenía más excusas baratas que ofrecer al mundo, no tenía más escudos en los que refugiarse, porque él había roto todas sus barreras.
Sólo quedaba una barrera entre ellos, y eran todos los obstáculos que había para Mia: el fin de su amistad, la timidez que le impedía decirle tantas cosas, la culpabilidad, y el miedo de que su corazón ya estuviese ocupado por otra persona: por la amistad que tanto había cultivado y que ahora tambaleaba, en peligro de convertirse en tan sólo antiguas ruinas de tantos hermosos recuerdos, que ahora tenían un amargo sabor a mentiras y traición.
Pero debía hacerlo, no podía continuar con falsedades y noches sin sueño, con lágrimas escondidas tras la almohada y celos que la rompían cada vez más. Si su amistad se rompía tendría que asumirlo, no podía seguir rompiéndose a sí misma.
Era el momento perfecto: la rutinaria caminata después de clases hacia sus respectivas casas. Iba todo el grupo de amigos, pero había un tramo que cruzaban solos hasta que sus caminos se separaban y, en ocasiones, hasta se sentaban antes de continuar su camino para hablar sobre cómo les había ido el día.
La duda era si él lo hacía por estar con ella o para retrasar su llegada a casa, que Mia sabía que tanto lo agobiaba; pero al fin y al cabo, es imposible retrasar lo inevitable, y tenían que separar sus caminos tarde o temprano:
Quizás esto era otro aplazo de lo inevitable, otro retraso para que su amistad no se rompiese y sus caminos no se separasen.
Estaban sentados en el borde de la acera con los pies suspendidos en el aire debido al desnivel que había al lado del camino. Delante de ellos sólo se divisaban lejanos edificios que habían dejado atrás por el camino para volver a sus casas. Estaban alejadas del ajetreado que inundaba el centro de la ciudad, justo en el lugar perfecto para estar próximos a los establecimientos de interés sin tener la contaminación acústica y ambiental urbana.
Hablaban de temas trascendentales, cómo había ido el día, preocupaciones sobre los próximos exámenes y cualquier anécdota curiosa que valiese la pena compartir para avivar la conversación; pero todo cambió de rumbo cuando Mia, tras hallarse en un largo silencio mientras contemplaban en atardecer, dio un vuelco a aquella habitual parada. Sin despegar los ojos de lo que quedaba visible del sol, retomó la conversación que había desaparecido hace rato:
-Lucas...
-¿Sí?
-A ti si te gustase alguien me lo contarías, ¿no?-preguntó la chica.
El chico hizo un amago de interrumpir pero ella no le dejó.
-Ya lo sé. Sé que no hay nadie, que no quieres tener nada, que eres así de raro desde hace años ya... Pero vamos, todos hemos visto como miras a Delia y cómo estáis cuando habláis a solas.-dijo notando la mirada de su mejor amigo, pero ella no pensaba despegarla del cielo. Sabía que si lo hacía, no podría continuar.
-¡Eso no es ciert...!-exclamó Lucas, pero Mia volvió a interrumpirle.
-Vamos Lucas, soy tu mejor amiga, no te hagas el tonto.-contestó, haciendo un amago de que no se le quebrase la voz. Lucas volvió la vista al horizonte.
-¿Quieres saber la verdad? ¿Enserio?-dijo Lucas, con tono cansado. Siempre le insistía en lo mismo. Año tras año, chica tras chica... Parece que ni sus propios amigos lo podían creer cuando hablaba, aunque quizás por eso lo eran: por conocerlo tan bien como para no creer sus huidizas mentiras.
-Sí-afirmó Mia. Tenía los ojos llorosos, pero la luz empezaba a cesar, y esa suave oscuridad ocultaba cualquier signo de tristeza.
-Me gusta. ¿Vale? Desde hace meses. Nunca supe verla de otra manera que no fuese como a una amiga, pero este año todo ha cambiado y no puedo verla de otra forma: Sus tonterías y sonrisas me vuelven loco, cuando cruzamos miradas no puedo apartar la mía: porque no puedo dejar de mirarla, a ella y a esos ojos que tanto me encantan. Porque...-confesó Lucas, pero se detuvo ante el hundido sollozo de su acompañante.
-¿Mia?-dijo extrañado, girándola para poder verla.
Y allí estaba ella. Tapando su rostro con las manos para contener las lágrimas y los sollozos, que no debían descubrirse mientras se volvían más intensos.
-¿Qué te pasa?-preguntó Lucas, abrazándola.
-Nada... Nunca me pasa nada, y nunca me pasará.-Lucas la observaba en silencio, no entendía sus palabras. Sus buenas notas no eran acompañadas por un gran ingenio-Déjalo, son cosas mías-concluyó.
Y el chico, sin saber que hacer, tan sólo pudo acogerla en sus brazos mientras le acariciaba el pelo para apaciguar su llanto. Dándole un hombro donde llorar, ya que no podía obsequiarla con lo que ella quería y lo que él ni se imaginaba que sucedía en el corazón de su tan preciada amiga.
Y ese fue el día en que todo se distanció un poco más, por el bien de ella y por el mal de los demás. No pudo seguir tan cercana con ambos amigos: no podía seguir contemplando lo que sucedía y siendo cómplice de su propia destrucción.
Charlaba alegremente como siempre con todos, pero cuando cualquiera de los dos llegaba, se disculpaba con excusas baratas o llevaba a algún amigo lejos de ahí con cualquier pretexto.
Porque desde ese día quedó claro lo que debía hacer y lo que nunca pasaría: porque junto con el sol, durante aquel anochecer se fue toda esperanza que Mia pudo tener con su desdichado y secreto amor.

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⏰ Última actualización: Jan 14, 2018 ⏰

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