Cazando verdades

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¿Por qué demonios visité la catedral? ¿Por qué diablos presté oídos a aquel varón? Desde que hube abandonado aquel rincón olvidado por los dioses hasta ese momento, recostado en mi lecho nocturno como me encontraba, sus palabras continuaban produciendo inmensos remolinos dentro de mi ser, sembrando dudas donde antes solo existieron seguridades.

– El lobo no morirá, la maldición no desaparecerá; el afilado acero, el consumidor fuego y la rauda madera no le ayudaran a cumplir su objetivo –me advirtió el sacerdote antes de que diese media vuelta y abandonase el lugar a toda prisa-. Mucho me temo, mercenario, que la empresa que usted ha emprendido esta avocada al fracaso.

Toda aquella noche intenté conciliar el sueño, pero a pesar de beber tres botellas del licor más fuerte que pude encontrar no fui capaz de cerrar los parpados un solo instante. ¿Cuál era esa maldad de la que hablaba? ¿Qué tipo de pecado podía ser capaz de enfurecer a los dioses a tal grado de castigar un pueblo entero? El resto de la velada, mientras el insomnio hacía de mí una presa más, mi mente permaneció sumida en tales cuestionamientos, despojada del necesario descanso requerido para hacer frente al reto que el amanecer traería consigo.

Las estrellas, mortecinas y lejanas, aun brillaban en el firmamento cuando decidí emprender la cacería. Estaba preparado para poner fin al reinado de terror de la bestia, armado con los artilugios necesarios para derramar sangre una vez más, tan listo como un veterano que parte a la guerra por centésima vez podría estar; y sin embargo algo dentro de mí me indicaba que quizás, solo quizás, estaba cometiendo un grave error.

De pronto descubrí que temblaba, no de excitación como usualmente lo haría en una situación semejante, sino presa de una inquietud consumidora. Agazapado entre las sombras a la espera de mi presa, intempestivamente las fatalistas palabras del sacerdote, el rostro sonriente de Arfex, el terror en la mirada del tendero y mis propias reflexiones y dudas comenzaron a agolparse en mi cabeza, en mis músculos, estrujando mi garganta e infundiendo en mí ser incertidumbres y extraños temores. Frio sudor fluyo a raudales debajo de mi coraza, y mi corazón se aceleró, a tal grado que por un momento creí que saldría disparado fuera de mi pecho.

Precisamente esa era la razón por la cual evitaba pensar demasiado, puesto que aquel que piensa suele dudar, y en mi oficio el que duda es carne muerta. No obstante, tan pronto la enorme silueta del lobo se reveló ante mí, todos aquellos pensamientos se apartaron como un navío arrastrado por un tifón, sustituidos por la imperativa disciplina y total determinación que todo asesino enarbola al blandir su arma.

Guiado por la costumbre, antes de que las primeras luces de un nuevo día resplandeciesen en el horizonte, el lobo emprendió la marcha hacia su lugar de reposo, y yo le seguí. Pisando con cuidado a una distancia segura, andando con extrema precaución, cauteloso como un ratón que se escabulle al interior de la madriguera de un ofidio, me adentré en el bosque que era su hogar, y arrastrándome sin hacer el menor ruido que pudiese delatarme, le observé girar un par de veces sobre sí mismo para después dejarse caer sobre la tumba sin nombre. Solo entonces, una vez estuve seguro de que la enorme bestia dormía, desenfunde mi espada, y abandonando mi escondedero me dispuse a poner punto final a la maldición que aquejaba a la ciudad.

Aguantando la respiración me aproximé, y mis manos se estremecieron conforme la filosa hoja se erguía como una guillotina sobre su poderoso cuello. Tal como se encontraba mi enemigo, indefenso ante su destino fatal, casi sentí lastima por él. De hecho, ahora que lo observaba de cerca, podía dar fe de la terrible belleza que adornaba su feroz semblante. Jamás había contemplado a un animal tan magnifico, tan hermoso y temible a la vez. Era una pena que tuviese que morir.

Con todas mis fuerzas, cercenando el aire, descargue el cortante acero, mas para mi enorme desespero en el último instante, como alertado por una voz interior, el lobo alcanzó a reaccionar, apartándose veloz como un rayo de la trayectoria asesina.

El mercenario y el loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora