De la inconsciencia al miedo hay una pesadilla de por medio. La casa donde nos resguardamos me brinda poca confianza y seguridad. Aunque se que a la una, se que de la madrugada aunque en el desértico afuera sea plenamente de día, todos estaremos libres y a salvo. No se quien es la gente que me rodea, pero se que tienen terror igual que yo. Guardamos silencio entre camperas y bufandas abrigadas. Estoy inquieta y se que corro con mala suerte. Todo parece tranquilo hasta que la casa se ensombrece. La bestia llego y gateo rápidamente detrás de una columna por debajo de una mesa. Al parecer el pulpo huele el pánico. Y yo lo tengo desde que todo comenzó, aunque se claramente que nada me quitara la vida.
Un tentáculo enorme ingresa por la ventana y atraviesa la habitación hasta mi temblorosa persona. De fondo leves sonidos de inquietud y la voz gruesa de la bestia. Me roba la campera. Y eso es todo. Casi que lloro.
Se da la una (aun no soy consciente de que momento del día es) pero salimos de la familiar casa. Somos muchos, pero en el camino a no se donde, solo quedamos tres o cuatro. El sol ilumina el paisaje desértico (parece Texas) pero no siento su calor. En realidad, no tengo sensación de nada. A un par de metros unos autos viejos y achatarrados están abandonado, giramos en su dirección como sabiendo que allí hay un camino. Sin embargo surgen de detrás de ellos un par de personas. Tres para ser exactos. Zombies para ser mas exactos. Totalmente fuera de si, con sus caras de muertos vivos y ladrillos pesados en sus manos, nos atacan. Si el pulpo nos toca la espalda en eso nos convertiremos. Es como si alguien me daría la información que no poseo. Y ahora el miedo me paraliza y veo venir el ladrillo que el zombie que tengo a no más de tres metros me lanza.