Al parecer me cuesta reconocer rostros. En una camioneta blanca voy de copiloto. El camino es una ruta angosta y vacía bordeada de bosques frondosos que poca luz dejan pasar. La tranquilidad siempre antecede el caos. Es un abrir y cerrar de ojos de la derecha del camino una persona salta violentamente. Su rostro deformado, sus ropas rasgadas y su peculiar forma de caminar me hace correr un escalofrío por la columna. Ambos aterrorizados aumentamos la velocidad de la camioneta. Debemos salir del siniestro camino. El ser nos persigue pero se queda atrás rápidamente, eso no nos tranquiliza. Ya que un poco mas adelante un grupo de criaturas iguales al anterior se hacen visibles a nosotros. Lo único que recuerdo de ellos es su falta de rostro, la sangre que caía por sus costados, eran calaveras andantes, con cuerpos flacos vestidos con ropajes destruidos. Creí en el miedo real de morir masticada por zombies. Eran mucho. Y quien sabe cuantos mas habría allí adentro. La curva de la carretera nos aleja y como en comunidades aisladas un grupo de hombres y mujeres vestidos de blanco antiguo caminan en sentido contrario a nosotros por el costado del camino. Todos siguen a una mujer con un bebe, como un ritual, como si irían a realizar una ceremonia en torno al recién nacido. No frenamos. Pero mis ojos se abren preocupados al saber a donde se dirigen. A la muerte.