Entonces, de golpe, me di cuenta que por culpa de WhatsApp ya no nos contamos secretos al oído. Ya no está ese apuro ni esa necesidad de encontrar el momento indicado, justo cuando nadie está mirando y susurrar aquello que no quieres que solo tu cómplice sepa. Ahora es fácil traducir ese secreto a un mensaje escrito o a uno de esos audios que pueden quedar para siempre en el celular.
Me di cuenta, mientras todos nuestros compañeros de curso trazan sus influencias de forma muda y distante, ayudados por estos aparatos que caben en la mano y que brillan al menor contacto, que yo no quiero contarte mi secreto, tú secreto en realidad, por medio de un mensaje de WhatsApp. Quiero encontrar el momento justo, cuando creamos que nadie está mirando, y acercarme a ti para deslizar un susurro cerca de tu oído. Así, si alguien quiere espiarnos y saber lo que te estoy diciendo, deberá ser muy rápido y en menos de un segundo ponerse cerca para escucharme. Solo así podrá intentar traducir mis palabras, aunque no entienda de lo que estamos hablando, y apreciar tu reacción aturdida al saberte descubierta por mí. No quedarán rastros de ello en ningún celular, en ningún chat de WhatsApp, ni mi voz perpetuada por un audio que, lo sé, no serás capaz de borrar.
Quiero hacerlo a la antigua porque tú lo hiciste así con tu secreto. No usaste ni celulares ni computadores, solo un montón de hojas de cuaderno que decidiste no llenar con las materias del colegio. Todos lo hacemos tarde o temprano, ¿no? O lo hacíamos, porque parece ser que WhatsApp también nos ha quitado los mensajes escritos en trozos de papel y pasados de forma clandestina cuando el profesor no mira. Quizás tus treinta y dos páginas inspiradas por cada uno de tus compañeros sean en este momento los únicos secretos guardados en hojas de cuaderno y no en mensajes de WhatsApp.
Lo hiciste con esa intención, ¿cierto? Para que cualquiera que se diera cuenta o lo intuyera se acercara a tu puesto cuando creía que no mirabas y se pusiera a leer. No hacía falta ser muy observador, ni siquiera hace falta observarte tan seguido. Mientras la mayoría gasta las clases mirando el aparato luminoso por debajo de la mesa, tú eres de las pocas que escribe como si de verdad pusiera atención a los profesores. Solo que nadie toma apuntes con esa expresión en la cara, como si los ojos le quemaran. No tú al menos. ¿Por qué crees que me acerqué a tu puesto cuando estuve seguro que no me verías y rebusqué entre tus cosas hasta dar con el cuaderno de tapas amarillas en el que te había visto escribir como si tu mano tuviera que correr para alcanzar el lápiz?
Reconozco que ya me esperaba lo que encontré, solo que no me esperaba que mi nombre apareciera entre las letras. Ni el de Camila, ni el de Felipe, ni el de Esteban, ni el de Antonia. No nos esperaba a nosotros, treinta y dos protagonista de lo que escribes. Cuando llegué al último, el de Pedro, me dije que quizás estabas planeando algo con ellos, tal vez ir arrancando hoja a hoja de tu cuaderno, doblarlas como se doblaban antes los mensajes clandestinos en la escuela, y hacerlas correr entre nuestros puestos hasta ir a parar a su destinatario. Luego bien podrías desaparecer para siempre, tus ojos sin quemar ya y tu mano lánguida a un costado con el lápiz escurriéndose de tus dedos.
Antes decían que secretos de dos no son de Dios, pero nunca especificaron a quién pertenecían en realidad. ¿Y si hay un ente intermedio que se hace cargo de los secretos, que se los guarda en la boca y los mastica hasta que son descubiertos? ¿Es ese mismo ente el que mastica eso que tienes en tu cuaderno? ¿Está esperando que yo te descubra o que tú nos descubras a todos?
Si me acerco a ti cuando crea que nadie nos mira y susurro cerca de tu oído que sé lo que escribes cuando estás segura que todos te miramos de reojo, ¿qué hará WhatsApp sin nuestro secreto? Si me acerco a ti y te descubro, ¿qué hará el ente y qué harás tú?
Dedicado a Fantasma, Mica, Didi, Sarelis, Zhu e IA. Ustedes saben por qué :)