SOLO SALGO EN FOTOS DE TURISTAS

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Ella. 

Ella no existe.

Yo la estoy soñando.

                                                                                                                                       Aurora, Mateo Salvatierra. 


A y yo no nos conocimos como la mayoría de las personas. A y yo nos padecimos antes de conocernos realmente. 

No sé muy bien cómo explicarlo. 

Tal vez debería comenzar por el día en que me lo dijo. 

Porque ahí fue, ¿no? Sí, ahí fue cuando me di cuenta que por fin la conocía del todo y que desde ahí en adelante solo quedaba esperar. ¿Esperar qué? Nada en particular; esperar el fin. 

Ella me lo había dicho antes, me había dicho que las cosas terminarían. El problema es que siempre la escuché a un nivel muy superficial. Yo lo que hacía más en realidad era mirarla. Todo el día, estuviera ella frente a mí o no. Dirán que por eso le sacaba tantas fotos, para verla aún cuando no la tuviera cerca. Pero no, le sacaba fotos para comprobar si los demás la veían como yo. No, para verla siempre me bastaba con cerrar los ojos. 

La tenía... La tengo tallada en la parte interna de mis párpados. 

Pero todo comenzó a terminar el día que lo dijo frente a la cámara, posando sin posar para mí. Había intentado una sonrisa de esas que me hacían recordar la lluvia de principios de inviernos, esa que trae gotas de agua que te mojan como a destiempo, sin decidirse muy bien a hacerlo. Intentó su sonrisa y justo antes de sacar la foto, abrió un poco más la boca, pensé que para sonreír de verdad. No fue eso. El intento de sonrisa se ahogó en la frase que lo terminaría todo. 

─Yo solo salgo en fotos de turistas.

Bajé la cámara, porque ya no bastaba con verla a través de ella. 

─¿Yo soy un turista entonces?

─Siempre.

Respiré. Y A respiró conmigo. Sincronizados en un suspiro. 

─Lo sé.

─¿Está bien ser un turista?

No, no lo estaba. No siempre lo estaba. Solo cuando ella estaba conmigo lo estaba. 

─Sí, está bien. Pero, ¿por qué solo sales en fotos de turistas?

─Porque solo sirven para una cosa.

Yo sabía la respuesta y aún así lo pregunté. 

─¿Para qué?

─Para comprobar que existo. Que tú de verdad me tuviste al frente. Que no me inventaste. Me iré yo y las fotos van a seguir ahí.

─¿Te vas? ¿A dónde te vas?

El intento de sonrisa volvió y por inercia levanté la cámara para hacer la foto. Ya no era suficiente con verla y que no fuera a través del lente. 

Esa fue la última foto que le tomé. No porque se fuera de inmediato. Pudieron haber sido otros diez meses los que pasamos juntos después de eso, sumando veinte meses en total los que viví con ella. Esa fue la última foto que le tomé porque había descubierto mi secreto, porque ya nos conocíamos todo lo que podríamos habernos conocido. Ella existía o no existía, yo le tomaba fotos para comprobarlo. 

Ella existía o no existía y yo la amaba para entenderlo. 

Se fue en algún momento; no sé muy bien en qué momento. A y yo no nos separamos como la mayoría de la gente. A y yo desaparecimos el uno para el otro antes de separarnos realmente. Dejó las fotografías que le tomé y su imagen tallada en la parte interna de mis párpados. Se fue en algún momento, pero comenzó a irse el día de la última foto. Cuando se fue por completo, alcé la cámara y enfoqué el lugar donde había estado y ya no estaba. Para así demostrarle a la gente que ya no existía.   





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