Presentación.

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Corría el mes de Marzo de 2018 y me sentía entusiasmada por comenzar mi primer trabajo como bibliotecaria.

No consistía en ese "gran" puesto en la Biblioteca del Congreso, con el que había soñado siendo estudiante, pero trabajar en una Biblioteca Pública tampoco estaba tan mal. Después de todo, ambos edificios, en mayor o menor magnitud, eran reservorios del saber y la cultura. Y este especialmente era mi propio "universo literario", pues era yo la responsable de mantenerlo y preservarlo.

Con ese pensamiento optimista en mente recorrí el edificio para familiarizarme con este y empecé mi labor en el Depósito de Libros, que se encontraba abarrotado. Allí haría un poco de descarte, a fin de liberar espacio.

Para la tarea, implementé todos aquellos conocimientos que poseía, a fin de expurgar los libros que estaban en mayor estado de obsolescencia.

Ya había embalado algunos cuantos ejemplares viejos, infectados y/o repetidos, en una caja, cuando me topé con un manuscrito extraño que llamó mi atención a sobremanera.

La encuadernación estaba impecable. Era de tapa dura y estaba forrado en cuero negro. La gráfica de la portada consistía en un intrincado diseño tribal en color plateado. Pero aparte de eso, el libro no tenía título, ni autor, o ningún dato bibliográfico relevante, a simple vista.

Decidí abrirlo, para buscar información en su interior, pero por más que intentaba me fue imposible. El texto era hermético, estaba completamente cerrado, como con una especie de seguro "invisible"

Empezaba a sopesar la idea de descartarlo, cuando me percaté de que había una frase escrita al dorso del mismo, grabada en el encuadernado. La noté por el relieve de las letras, pues a simple vista, pasaba desapercibida.

En la misma, se leía: "Para poder entrar, mi nombre en inglés debes adivinar."

—¿Esto es en serio? —dije incrédula, pero eso no me impidió comenzar a formular posibles nombres en mi mente. Claro que sin ninguna pista aparente, esa tarea resultaba imposible.

—No puedo hacerlo sin pistas—refunfuñé en voz alta, hablando conmigo misma.

Entonces, como por arte de magia, un poder sobre natural o casualidades del destino, en mi reproductor de música del celular empezó a sonar un viejo tema de David Bowie: "Underground"

—¿No te llamas "Underground" o sí?— musité nuevamente en voz alta, esta vez mirando la obra.

Ya comenzaba a sentirme una demente que hablaba con un libro, pero lo bueno era que no había nadie a mí alrededor para burlarse o juzgarme, salvo otros libros.

Obviamente mi pregunta no fue respondida y el ejemplar tampoco se abrió.

Puse en pausa el tema musical y me dispuse a deshacerme de una vez del libro, cuando otra canción de Bowie empezó a sonar en el reproductor. Esta vez era: "Magic Dance"

—¡Joder! ¿Qué le pasa a esta cosa?—exclamé, refiriéndome a mi teléfono —.¿También está obsoleta o... poseída —Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y empecé a pasear mis ojos por el espacio.

Nada raro, ni preocupante, excepto un cuarto penumbroso y silencioso, libros viejos y polvorientos, y unas cuantas telarañas, que acompañaban lo escabroso de la escena.

—Bien, si eres el fantasma "amistoso" prisionero en un libro encantado, tratando de comunicarte a través del teléfono para que adivine tu nombre y así ser liberado (sí, yo soy muy imaginativa cuando entro en estado de pánico) te diré que el único nombre factible que se me ocurre con tus maravillosas pistas es "David Bowie"—expresé sarcástica, para mitigar el miedo.

Evidentemente no era el nombre o evidentemente era una tontería todo aquel asunto, pues las tapas del libro seguían inalterables.

Sin embargo, un tercer tema, "Sarah", de Trevor Jones, había comenzado a sonar en el reproductor a todo volumen.

En esta ocasión, ya presa del terror (aunque renuente a soltar el móvil) me levanté de golpe de mí asiento y derramé la taza de café que tenía sobre el escritorio, donde estaba realizando mi trabajo. El líquido amarronado comenzó su travesía por las agrietadas baldosas del suelo de modo vertiginoso.

Estaba por ir a buscar un trapo de piso para limpiar el desastre y de paso salir de allí (corriendo despavorida) cuando me percaté de que la infusión había formado un diseño en el suelo, siguiendo algunas de las estrías del desgastado cerámico.

Increíblemente se trataba del mismo dibujo que estaba impreso en la tapa del libro, aquel que inicialmente me había parecido un tribal. Aunque en ese momento, visto en modo extendido y dado el intrincado trazo, me pareció un completo "laberinto".

Entonces mi cerebro "por fin" hizo la evidente conexión. Tanto la imagen, como los temas de Bowie y Jones hacían alusión a una clásica película de los '80 (Una de mis favoritas, por cierto)

—Dentro del Laberinto —exclamé, en un súbito grito de euforia—.Tu nombre es: "Inside of the labyrinth"

Y dicho esto, el libro finalmente se abrió y yo, fui mágicamente arrastrada a su interior.

Dentro del LaberintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora