[3]. Strokes of dead.

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La enfermedad agraviaba, y no era solo para una persona, era para ambas. Si bien solo una tenía la enfermedad, la otra era también lastimada por esta; pues si una estaba mal, la otra igual lo estaba porque no podía ver a su pareja mal.

Cuando la enfermedad agravió, cuando ya no había vuelta atrás, fue cuando las pinturas se volvieron feroces. Pasaron de ser suaves trazos con pinturas pasteles y delicados detalles; a manchas brutales de pintura oscura, que manchaban su ropa, habitación y lienzo.

Nada podía estar bien, nada estaba bien. Los llantos, la sangre y la pintura era lo que abundaba en un solo departamento. Tanta desesperación, angustia y furia en un pequeño lugar; era indescriptible.

El mal se apoderaba de sus cuerpos y la locura tocaba a la puerta de su mente, pidiendo permiso de entrada para destruirles; aceptaron.

Y así es como el verdadero infierno comenzó. Las peleas eran insoportables, brutas y lastimeras; las discusiones se volvieron cotidianas; y los llantos se volvieron monótonos. No había forma de que hubiese un final feliz.

Y no lo hubo; así es como nos remontamos a un día, un día en el que él cielo estaba más que hermoso, con sus nubes brillantes y el sol resplandeciente; la gente más que feliz, y un cuerpo que yacía en el medio de la carretera, rodeado de sangre. Un auto machucado y otro cuerpo que corría ahogado en llanto.

Una promesa:

—Nunca dejes de dibujarme.— Observó detrás de aquel cuerpo, el dibujo de su rostro.

—Nunca.

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