5. Butterflies Shower (SebasCiel)

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A Ciel raramente le llegaba a gustar algo y Sebastian lo sabía muy bien. Porque el cumplir los caprichos que el jovencito quería hacer realidad, le era algo difícil pero a fin de cuentas, sabía que por un pequeño momento, lo hacía feliz.

Quizá fue la sorpresa lo que le recorrió esa misma tarde por todo el cuerpo. Porque ver a un pequeño Ciel sentado en su despacho y mirando el atardecer con las cortinas del ventanal abiertas y observar como los colores anaranjados y rojizos contrastaban con la pálida cara de su joven señor, le hacía ver adorable y gentil.

Dos cosas que para Sebastian eran algo tortuosas de admitir.

Y al acercársele como por milímetros más que anteriormente, pudo observar la escena entera y que la sorpresa le llenase más el estómago.

Porque ver los delgaduchos y blanquecinos dedos del niño sosteniendo mariposas fue algo sumamente espectacular.

—Joven Amo... —le había dicho, y Ciel sólo se dedicó a mirarle— ¿Ya terminó su postre?

Y aunque hubiese querido que Ciel se burlase de él, le chistase la lengua o se avergonzara por verle con las mariposas en las manos, no sucedió nada.

Sólo otra mirada al rojo atardecer y una mordida de labios fue lo que pasó con el niño.

—No tengo hambre. Está ahí en la mesa. Puedes llevártelo.

Y claro que Sebastian se percató de que la vajilla de vidrio seguía teniendo el pedazo de pastel de chocolate con fresas encima. Algo raro en parte porque, joder... ¡A su amo le encantaba ése pastel!

Michaelis se había quedado estoico, esperando al menos la orden que le dijese que se fuera corriendo de ahí o quién sabe. No escuchó otra cosa más que silencio del estrepitoso. La puesta de sol seguía todavía y Ciel no le quitaba la mirada de encima a lo que fuese que estuviese cercano a aquel astro de color entre amarillo, naranja y rojo.

Un confundido Sebastian se giró para ver hacia lo que parecía el bosque más cercano a la Mansión Phantomhive por el gran ventanal que antes estaba a espaldas de Ciel.

Si bien sabía Michaelis que el niño no acostumbraba mucho a ver por la bonita ventana de cortinas sedosas, no entendía el por qué de repente se le hacía algo tan interesante.

O bueno, más interesante que el pastel.

—Se le va a mosquear el pedazo de pastel, Joven Amo.

—No importa. Me lo comeré mañana.

Y quizá fue la intercepte de que algo estaba pasando. Así que, sumido en sus acciones, decidió dejar el plato donde estaba y se posó enseguida de su rey de ajedrez. Cuando se dignó a ver la cara de Ciel, sin duda alguna, recibió una mirada muy bien sostenida de su joven señor, y supo entonces que no se le permitía hacer algún comentario relacionado a lo que fuese que estuviese pensado.

Aunque, siendo Sebastian Michaelis, aquel que vivía para servir y molestar al Perro Guardián de la Reina, ¿Cómo no podría hacer un buen trabajo?

Además... Ciel no decretó ninguna orden de que se callase la boca.

—¿Se encuentra bien, señor? —había preguntado y Ciel sólo había bufado— Mi trabajo es verificar que todo con usted esté en orden. ¿Se siente mal? ¿Es por el postre de ahora en la mañana? ¿No le gustó? Ah, le he fallado como mayordomo de nuevo, ¿cierto?

Y Ciel no hizo nada. No se vio acción, semblante o sonido que le dijese algo a Sebastian de que el niño si quiera siguiese vivo.

—Ya cállate, Sebastian. Además, el postre de ahora estuvo bien, ya deja de hablar por el amor a lo que es azul... —había susurrado— ¿Podrías dejarme un rato solo?

Stupidshitsuji | KuroshitsujiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora