La mañana en la que nos íbamos a ver me arreglé como cualquier adolescente nerviosa ante lo que podría ser un primer amor.
Cuando te ví, recuerdo que sentí fuegos artificiales en mi estómago y casi me hecho atrás por su intensidad.
Era la adrenalina que se te apodera al debatir interiormente si subes a una montaña rusa o no.