Ya habían pasado meses.
No te olvidé.
Durante ese tiempo estuve lleno cada día al bar donde nos conocimos, y nunca apareciste.
Hasta un día, en el que cuando entré te ví.
Colocando un papel del que diferencié los dígitos de tu número debajo de la taza de café de una joven veinteañera que se había levantado de su mesa para pagar la cuenta.