Besos Sin Deseo

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Han pasado algunos años ya desde la última vez que fui amado. Esperen, creo que debo corregir eso: han pasado algunos años desde la última vez que me sentí amado. Sí, así está mejor, ya que han habido otros labios que me han jurado amar, pero simplemente, no lo he sentido así.

Ahora sí, empecemos:

Claudia, la protagonista de está historia, mi musa, mi más grande amor. "Mi pedacito de cielo" le decía, y es que cuando la tuve supe que Dios la había mandado para marcar mi vida, para hacerme más fuerte.

Para los demás ella era un cinco en cuanto a lo físico, pero para mí, ella era un diez en cuerpo y alma; espero entiendan de lo que hablo.

Cuando la vi por primera vez, estábamos en casa de mi mejor amigo, ella era su tía, sí, así como lo leen. Ella tenía 17 años, yo 18. No me pareció atractiva en lo más mínimo, ella era la mujer más tímida que jamás he conocido, de pocas y temblorosas palabras, apenas dijo —buenas tardes— como acto de educación, y huyó.

Mi mejor amigo comenzó a insistir en que "le hiciera entrada" o mejor dicho en otras palabras: que le robara la inocencia de sus labios, y yo después de su insistencia, cedí a hacerlo.

¡Rayos! Recuerdo ese primer beso como si hubiese sido ayer, y confieso que mientras escribo se me han mojado un poco los ojos de solo recordar. En fin.

La llamó y me la presentó.

—Tía Claudia, él es Esteban —dijo Carlos, mi mejor amigo—. Dice que quiere conocerte.

Nos reímos.

—Quédate aquí con él, iré a comprar unas cosas al supermercado —tomó presuroso sus llaves y cerró la puerta.

Sentados uno frente al otro, comencé a hablar y a hacerle preguntas, más que para conocerla, era para convencerla, ella era muy persuasiva, así que todo fue más fácil. Después de tener una conversación de pocas palabras, subimos a la terraza de la casa, la noche comenzaba a caer, y el frío ya estaba haciendo de las suyas con nuestros cuerpos así que la abracé «mientras más pronto salga de esto, mejor» pensé. Levanté su cara y la besé, jamás sentí a alguien temblar tanto, pero les puedo jurar que no era de frío, ella estaba tan nerviosa y me soltó pronto, apenas y pude besarla ese día.

Ella vivía lejos, en un pequeño pueblo, solo estaba de visita por dos semanas, así que no falté ni un solo día de los que ella estuvo, e insisto, ella no me atraía, pero algo me tenía ahí.

Las conversaciones y los besos se fueron extendiendo con el pasar de los días.

Se llegó el último día de su estadía en casa de mi mejor amigo, yo ya había planeado terminar con ella (nunca le pedí que fuéramos novios, pero ella así lo creía), así que la invité al cuarto de mi amigo, él nos dejó solos, nos sentamos en la cama y se lo dije:

—Me gustas, pero he tenido malas experiencias con las relaciones a distancia, y no quiero que eso me pase contigo, por eso, antes de que nos encariñemos más, quiero terminar con esto.

Sus ojos, esos ojitos, se mojaron...

—Está bien —dijo mientras me miraba a los ojos—. Pero quiero pedirte un favor.

—Sí, dime —susurré.

—Dame un último beso —tomó mi mano y la puso sobre la suya.

Qué mejor despedida que un beso, ¿no creen?

Sí, la besé, por supuesto que la besé, una, dos y hasta tres veces. Sentí en sus besos como su corazón se hacía chiquitito.

Me entregó su alma, yo en cambio, le di un beso y un adiós.

Ella se fue y mi tormento empezó, pero, ¿por qué? Si ella no me gustaba ni me atraía en lo más mínimo, bueno, trataré de explicárselos a continuación:

El día siguiente desperté con un sentimiento de culpa que me daba punzadas en el pecho, busqué, de manera estúpida, distraerme en aquellas cosas que ya eran parte de mi rutina: Salir a jugar fútbol, ver televisión, escribir, tocar el piano, revisar mis redes sociales, pero, mientras más me esforzaba por sacarla de mi cabeza, ella más crecía dentro de mí. Dije "de una manera estúpida" porque ese sentimiento de culpa era mucho más fuerte que mi rutina.

La noche cayó, ese día no tuve deseos de ir a visitar a Carlos, el cual vive a cinco minutos de mi casa. Ese maldito sentimiento seguía allí, dentro de mí, robándome la paz y el sueño.

Tenía la manía de esperar a que todos en casa se durmieran para tener mis ratos a solas con la luna y las estrellas, de alguna manera, me sentía conectado con ellas, eran quienes conocían mis deseos, en mis pensamientos siempre les hablaba de ellos, pero, esa noche, no hice más que hablarles de ella, la mujer que no vi venir.

 «¿Será la culpa la que no la saca de mi mente, o es que acaso me estoy enamorando?» pensé.

Volví a la cama, y ese pensamiento no se iba de mí.

«¿Enamorado yo... de ella? Ja ja ja no, es culpa, sí, es eso, culpa, pero bueno, ya se me pasará».

Admito que estaba asustado, me preocupaba cómo se podría estar sintiendo Claudia, porque todo se hace un poco más pesado cuando a uno le rompen el corazón: reír, respirar, comer, cantar, eso y todas las demás cosas que te hacen vivir de verdad. Admito también que llegué a encariñarme con ella, a pesar de que no me atraía, pero su inocencia, su falta de experiencia, el gesto de su cara cuando la besaba, eso y más me atraparon; y al contrario de lo que han pensado hasta ahora, yo no era un "Don Juan" que anduviera por ahí rompiendo corazones, más bien, me defino como un hombre callado, de pocos amigos, tímido y sentimental, de esos que se encariñan rápido y olvidan lento. Mi dilema siempre ha sido "no hacer lo que no me gustaría que me hicieran" así que era muy cuidadoso con esas cosas, y sabía lo que era estar roto.

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⏰ Última actualización: Jan 22, 2018 ⏰

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La mujer que me amóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora