Nacimiento de Slenderman

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Esto es algo que debo hacer. Sé que lo que me va a pasar me lo merezco, es el mejor castigo por los crímenes que cometí. Fueron acciones tan viles, tan abominables que la muerte no sería castigo suficiente. La gente merece saber la verdad. Estoy seguro de que no me queda mucho tiempo, hace tiempo que él me acecha.

Recuerdo el día en el que pensamos en cometer esta abominación. Estos acontecimientos fueron una de las partes más importantes de mi vida, y se quedó grabado en mi mente para el resto de mi existencia.

Cogí un taxi para llegar allí, un viaje de 13 marcos.

Bajé del taxi y contemplé el lugar. Ese no se podría considerar el barrio más bonito de Berlín. Pero allí era la reunión. Yo era un joven científico. Empecé a trabajar para el gobierno hacía 6 años, unos días antes de que Polonia fuera invadida. Yo tenía un laboratorio independiente, pero cuando recibí esta invitación no podría haberme negado. Por fin un presupuesto a la altura de mis ideas.

Toqué tres veces a la puerta, dos golpes rápidos y uno seco. Alguien abrió la mirilla y me pidió que me identificara.

-Hoy hace una tarde calurosa en Moscú.

El gorila me abrió la puerta y pude entrar. El lugar no era más que una tienda abandonada. Los posters viejos y el polvo se acumulaban en las estanterías vacías. Retiré la alfombra que cubría el suelo y abrí la puerta de metal acorazada que quedó al descubierto. Pulsé el botón  y la puerta se abrió con un sonoro chirrido. “Otra vez se les ha olvidado engrasarlo” pensé. Bajé las aparentemente infinitas escaleras y llegué a la planta oculta. Una gran x en un círculo se veía dibujada en la pared. Era el símbolo de esta rama de la organización. Mientras me dirigía a la sala de reunión vi de reojo varias salas en las que se llevaban a cabo experimentos que según nuestro comandante lo que se hiciera allí no era de nuestra incumbencia. Los largos pasillos con paredes de hormigón encerraban grandes misterios. Finalmente llegué a la sala acordada. Dos guardias armados custodiaban la puerta.

Me senté en la mesa y esperé a que llegara el jefe. En la sala de reunión se podía ver el emblema, justo detrás de la gran silla que le correspondía al jefe.  Había otros científicos conmigo, pero no hablé con ellos. Soy de naturaleza solitaria, nunca he tenido demasiados amigos. Sólo hablaba cuando era necesario, y no conocía mucho a la gente con la que me tocaba trabajar, aunque tampoco es que le pusiese mucho empeño.

Cuando llegó el jefe, mis compañeros ya estaban sentados.

-Bien, como seguramente sabrán la guerra no va a nuestro favor. Hemos perdido territorios por todas partes, y aún peor, ya estarán al corriente de que algunos de los mejores científicos que teníamos se han ido con los enemigos. Por lo que sabemos, podrían estar desarrollando armas atómicas.

-¿Y eso dónde nos sitúa?- preguntó un compañero.

-Nos sitúa en que debemos estar protegidos. Ya conocen a estos americanos. Seguramente estarán encantados de volarnos por los aires. Debemos atacar primero.

-¿Y cómo lo haremos? –Pregunté yo- Algunas de las mejores mentes que tenemos se han ido con los otros. ¿Qué sugiere?

-Sugiero, querido amigo, que debemos crear algo aún más poderoso que las bombas atómicas. Pero estamos pensando que una bomba no sería tan buena idea si el territorio enemigo queda vaporizado. Tenemos que tomarlo, no destruirlo.

-¿Y cómo espera conseguir eso?

-La respuesta más apropiada debe ser humana.

-Señor, con todos mis respetos, andamos escasos de hombres. –repuse.

-Pero, ¿y si tuviéramos un hombre que equivaliese a un pelotón?- Preguntó él de forma retórica.

-Perdone señor pero no le entiendo- contesté yo confuso.

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