"EL ÒMNIBUS" PARTE 1

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"EL ÓMNIBUS"

- ¡Ya le tocaba! – se escuchó una voz... - y el eco la repitió tres veces, cada una más distante que la anterior; y esto le retumbó la cabeza...

Estaba de pie, estacionado en una esquina de la calle cualquiera, después de haber desobedecido a su interior que le pedía no estar ahí. Nunca prestaba atención a los presagios, y esta vez no fue la excepción, a pesar que una desazón inexplicable lo sacudió camino a la parada.

Una gota de agua salada resbaló por su sien. El sol era sofocante. El entrecierre de sus ojos por la luz, hacía ver su contextura más agraciada de lo común. La paciencia se le empezaba a agotar en el momento preciso que aparecía a lo lejos el número del bus esperado. Estaba todavía un poco distante, por lo que decidió esperar cercanía para levantar la mano. Un reflejo brillante que pasó con un auto, le lastimó los azules ojos. El panorama no arrojaba nada extraordinario, hasta que de un momento a otro, sin proponérselo, concibió un enorme peso en su espalda y una terrible soledad interior que le suplicaba ver a su familia; y como consecuencia de este deseo vino un sinnúmero de recuerdos, pero con una claridad pavorosa. Veía a su hijita de cinco años jugueteando por los ángulos de la casa, llamándolo con su carita redonda y hermosa junto a su muñeca, una muñeca rara que él no recordaba haberle comprado, al fondo su esposa, despampanante como siempre, inigualable, única, y su madre cerca de ésta, con una sonrisa de esperanza que nunca se apartaba de ella. A todas las amaba sobremanera, de eso estaba convencido, lo que desconocía era la procedencia de ese peso maléfico en su fuero interno, parecido a un enorme cargo de conciencia, que se descolgaba de su cerebro como multiplicante hierba mala y se posaba incontenible en su corazón. Cuando volvió en sí, la escalera del bus estaba ante sus pies, subió y después de pagar lo correspondiente al chofer barbado más raro del mundo, pasó directo a sentarse al único y solitario asiento que encontró disponible muy próximo al conductor, - ese que construyen en muchos buses como para alguien que desea ir sin acompañante-. Luego tomó una posición cómoda y en lo que miraba sin mirar los edificios, los automóviles y a uno que otro transeúnte, se dijo para sí:

"Esto debe ser una de esas famosas corazonadas de la que siempre habla mamá, será acaso que alguien cercano a mí está en problemas, o le sucedió alguna desgracia; tal y como suelen decir en estos casos, ¡no! ... me resisto a creerlo, de seguro es una tontería mía "

Cerró los ojos como acostumbraba, mientras esperaba el tedioso trayecto de un viaje que duraba todos los días, aproximadamente una hora, y se dedicó a pensar que tenía que bajarse frente a un árbol de almendros que estaba justo en frente de su casa. Un pinchazo en su cerebro le llamó la atención. La distracción de adentrarse en sí mismo no lo había dejado advertir lo que sucedía. No era posible la vasta comodidad que lo abrigaba en todos los aspectos dentro de un autobús popular y menos con el bochorno sofocante que afuera hacía. Dentro, era todo tan ventilado, cuan fresco, pero no se percibía aire provenir de ninguna parte, ni indicio de algún ventilador, no lo entendía, también distinguió lo holgado y placentero de los asientos; y que curiosamente en la entrada no se veía ningún sensor o torniquete. No obstante, todo esto no lo sobresaltó en la medida que lo hizo, el hecho de que los rayos solares que atravesaban por las asombrosas ventanas no le afectara en lo mínimo la piel. Por otro lado, aparte de lo externo, notó para su sorpresa, que en su interior también se había dado un cambio, sin fijarse, esa pesadez que lo abrumaba antes de subir se había esfumado y en su lugar sentía livianés imperiosa, lo que si no se apartaba de su mente, era ese desasosiego de ver a su familia. Se puso de pie disimuladamente, para no levantar sospecha de su temor y regresó la mirada hacia los pasajeros, con el afán de comprobar en los ojos de estos lo que creía haber descubierto, sin embargo, al ver de lo más normal sus acciones, recuperó de inmediato la confianza. Pensó, burlándose de sí mismo, que los años lo estaban volviendo un cobarde y ruin sensible, tanto; que unos segundos atrás creía que lo que sucedía formaba parte de aquella burda corazonada que sintió antes de salir del trabajo.

Se afirmó para sí rápidamente, que los famosos cambios que notó en el bus eran posibles porque éste era nuevo; y lo de la ventana que evitaba que afecten los rayos solares, lo podría explicar fácilmente una nueva tecnología implantada en el mismo.

Se volvió a sentar y miró por la ventana con el ánimo de enterarse qué lugar atravesaban, y supo para su tranquilidad total, luego de reconocer el sector, que lo separaban pocas cuadras de su amada vivienda.

Ya era tiempo de levantarse. Agradeció al chofer que parara, y éste lo hizo exactamente frente a su casa. Ya en pie, al girarse de medio lado para salir y dirigirse a la puerta, se percató de soslayo que todos o gran mayoría de los pasajeros lo miraron con un aire de congoja, mas nuevamente en el acto se repuso, al idear que aquello era tan solo otra de las rarezas que le habían ocurrido desde dos horas antes. Bajó el primer escalón asumiendo que al darse cuenta el chofer de su acción, de inmediato abriría la puerta, pero al no recibir una maniobra de contestación, inconforme regresó la mirada; y encontró para su admiración a éste, con los codos puestos en el volante y con la mirada fija al horizonte.

-Señor – le dijo un poco exasperado- tenga la bondad de abrir la puerta que voy a bajar.

Esperó unos segundos, y al ver al chofer sin mover un solo músculo y al sentir la mirada de todos los que venían atrás clavándose como sanguijuelas, se exacerbó.

-¡Oiga!.. Es que usted no escucha – le expuso – abra la maldita puerta que aquí me quedo.

Se preparaba para una violenta reacción como a menudo sucede en la ciudad, pero no recibió más que los cuchicheos del fondo y el silencio del agredido. Esto lo enfureció aún más, y empezó a dar golpes en la puerta, se dispuso a utilizar un fierro que encontró a su derecha, cuando una tremenda voz lo paralizó:

-¡Acaso aún no te has dado cuenta!

Esta expresión retumbó de tal manera, que ningún espacio dentro del bus quedó sin temblar, incluso los pasajeros cambiaron la apariencia de su rostro.

- ¡Darme cuenta!... Darme cuenta ¿de qué?

Un miedo terrible se atravesó en el pecho del desesperado pasajero y sin proponérselo el hierro se le cayó de las manos.

-¿Quién eres tú?- Continuó mirándolo directamente a los ojos, y asumiendo lo peor, aclaró – ¡un secuestrador!, y ¡ellos tus cómplices!... ¡ya dilo! ¿Cuánto quieres para dejarme ir?.. Tengo efectivo...

El chofer, luego de mirarlo con gesto de tristeza, le contestó esta vez con voz sutil:

-Tal vez tengas razón en eso de que soy un secuestrador. Pero no esa clase de secuestrador que piensas, sino uno muy diferente...

­-¿Diferente, cómo?.... Por favor, sigo sin entender...

-Lo único que debes entender,- replicó el barbado chofer- es que tú ya no eres de los vivos. CONTINUARÁ.....

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"EL ÓMNIBUS"Where stories live. Discover now