Pens

Honey

Youngjae deja escapar un largo y cansado suspiro, se deja caer en su silla y coloca sus cosas en su escritorio. Era viernes, gracias a dios. Solo un día más y estaría en casa libre durante el fin de semana. Estaba absolutamente agotado, el trabajo escolar era una pesada carga sobre sus hombros. Parecía como si todos los maestros hubieran salido a buscar a sus alumnos, lo cual era extremadamente innecesario, especialmente en un momento tan crucial como su tercer año en el que todos estaban ocupados intentando buscar buenas universidades para postularse. Youngjae tenía los ojos puestos en algunas, pero no hizo ningún movimiento para hacer algo al respecto. Solo quería que el sábado llegara para finalmente poder dormir un poco.

Los dedos del chico rasgaban distraídamente los espirales de su cuaderno de color amarillo, el delgado plástico vibraba suavemente bajo las yemas de sus dedos. Estaba llegando temprano a la escuela hoy para ponerse al día con más trabajo antes de que el día actual comenzara. Aunque tal tarea podría hacerse en casa, él estaría demasiado distraído por el desayuno o por el canto constante de su hermano mientras corría en su trotadora en las primeras horas de la mañana. La razón de por qué lo hace, Youngjae no lo sabía, ni se molestó en cuestionarlo. Su hermano era, bueno, su hermano, y porque era más joven que él, Youngjae tendría que lidiar con eso de una forma u otra.

Después de un último agarre a las espirales de su cuaderno, el chico finalmente lo abrió, recorriendo las páginas en busca de los últimos apuntes. En medio de su volteo, un objeto desconocido cayó de entre las hojas de su cuaderno, sorprendiendo al niño mientras caía silenciosamente sobre su escritorio. Youngjae observó con curiosidad el objeto asentado delante de él; un pedazo de papel bien doblado con una única palabra garabateada sobre el en un tipo de color brillante amarillo limón.

Con dedos tentativos sostuvo la pequeña nota, tocando delicadamente las esquinas mientras miraba cautelosamente alrededor del salón de clases. Justo cuando levantó la vista, su compañera de clase entró, ofreciéndole una sonrisa cortés mientras se dirigía a su asiento. Youngjae la devolvió débilmente antes de volver a mirar la nota extraña. No había otros niños en clase además de él y esa chica. Se preguntó cuánto tiempo había estado escondida esa nota en su cuaderno. ¿Cuándo llegó allí? ¿Cómo llegó allí?

¿Tal vez fue un error?

Youngjae echó otro vistazo cuidadoso a la chica en el aula, revisando para asegurarse de que no planeara volver a hablar con él mientras leía esta carta. La chica pronto sacó su teléfono, y Youngjae lo tomó como una señal de aprobación. Su pulgar alisó la palabra dorada en el frente antes de desplegar cuidadosamente la nota, observando los marcados pliegues. Una vez terminado, alisó el papel sobre su escritorio con manos firmes, mirando el contenido de la carta.

Las cejas de Youngjae se arrugaron mientras luchaba por descifrar las palabras escritas frente a él. Eran del mismo color oro limón que observó anteriormente, pero más difíciles para leer bajo la iluminación del aula. En ciertos ángulos, la luz se reflejaría sobre las letras doradas y se mezclaría con el blanco de la página, para la frustración de Youngjae. El chico frotó su ojo mientras sostenía el papel más cerca, entrecerrando los ojos para leerlo.

Iluminas mi día mejor que el diente de león o las margaritas

Y te encuentro más lindo que un patito de goma

Youngjae parpadeó dos veces, sus orejas gradualmente se pusieron rojas y el rubor recorrió  de su cara a sus mejillas, a su cuello, y a todo su cuerpo. El chico torpemente colocó la nota en su escritorio, mordiéndose el dorso de la mano mientras reprimía el impulso de reírse a carcajadas. Era tan malo- no solo cursi, sino malo. No estaba seguro de si esta nota era para él o para otra persona, pero para quien sea, Youngjae se sintió increíblemente avergonzado por el remitente. Y por el receptor también, pero a cambio eso significaría que se sintió mal por sí mismo. Lo cual hizo, después de leer eso.