2 - Dejar atrás

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Miguel POV

«Yo no soy el legado de Papa Héctor» 
«Mi nombre es Miguel Rivera» 

Esas dos frases giraban cual torbellino en su cabeza como todo su entorno. Gotas de sudor mezcladas con esporádicas lágrimas salían disparadas de la piel de su rostro mientras corría, guitarra al hombro, dejando atrás el escenario donde tanto amaba cantar.

No sabía a dónde se dirigía, pero necesitaba alejarse de allí.   

...

Hacía un largo tiempo desde que la música ya no llenaba su corazón de alegría, gozo y esperanza como solía hacerlo cuando era niño. Le había costado casi la vida -literalmente- conseguir que su familia aceptase su pasión por la música; durante años escondió su talento del mundo por miedo a ser rechazado por su seres queridos, y ahora que por fin podía ser quien siempre había deseado ser... ya no sabía tan bien como soñaba.

Luego de descubrir que Héctor era su tátara-abuelo y además la mente brillante tras su ídolo Ernesto de la Cruz, su vida dio un giro de 360 grados. Limpió su nombre ante toda la comunidad mexicana publicando los diarios que su familiar escribía, y así logró hacer justicia. Hasta consiguió que derribaran la estatua del delincuente en la Plaza del Mariachi para reemplazarla por una de Rivera. 

Pero lo que vino después fue solo divertido por unos años. Después de todo, ¿a qué niño no le gustaría volverse famoso de un día para el otro? Miles de reporteros se paseaban por las calles de Santa Cecilia rastreando a los Rivera en búsqueda de secretos y rumores. Guías turísticos pasaban por su casa con grandes grupos de extranjeros todos los días contando la historia de la tragedia que separó a los Rivera por generaciones como si se tratara de una historia de Hollywood. ¡Hasta la zapatería de su familia se había visto beneficiada, se pusieron de moda y todo el mundo quería calzados Rivera! Mama Elena tuvo una gran oferta para abrir más tiendas en distintas ciudades pero se negó rotundamente, Calzados Rivera era a como dé lugar un negocio familiar. Aún recordaba el dolor de estómago que le había causado la risa incontrolable al verla perseguir con la chancla a los empresarios que tanto le insistían.
En aquel entonces, a Miguel le encantaba que los turistas que lo reconocían le pidieran que toque canciones escritas por Héctor, de hecho era un gran honor hacerlo, pero ahora era diferente. 

Al terminar el bachillerato, y muy al pesar de Mamá Elena, se mudó a la inmensidad de México D.F. para perseguir su sueño de estudiar en el Conservatorio Nacional de Música.
Durante sus últimos años escolares, ayudó en el negocio familiar para juntar algo de dinero y así colaborar con la financiación de su proyecto, pero aún así las desilusiones no tardaron en manifestarse. La prueba de admisión fue su primer gran desencanto, la institución es reconocida por tener uno de los más difíciles exámenes de ingreso; mas al momento de presentarse, Miguel fue notificado de que ya había sido aceptado por ser un Rivera.
Se había convertido en un acomodado y eso influyó de manera directa en la relación inexistente que tuvo con sus compañeros de estudio. 
A pesar de su duro inicio, en los 4 años que duró su carrera demostró su valor como músico y se graduó con honoríficos en la cima de su clase; pero de igual manera la oscura inseguridad fue abriéndose paso en su interior haciéndolo dudar de sus inigualables virtudes.

Aún habiendo recibido múltiples contratos de distintas empresas, con 22 años decidió volver a su ciudad natal para aplicar sus nuevas técnicas en el concurso musical del festival de Día de Muertos que se celebra anualmente en la Plaza del Mariachi. 

«Si no triunfo como músico hasta los 23, deberé volver a trabajar en la zapatería y ver la música como un pasatiempo» La promesa que le había hecho a Mama Elena antes de mudarse a D.F. resonaba más que nunca en su cabeza. Sin dudas, la impresionaría en el festival.

...

Sus piernas estaban a punto de ceder acalambradas por el espontáneo esfuerzo. Cuando llegó al parque que bordeaba el Panteón de Santa Cecilia se paró en seco, apoyando sus temblorosas manos sobre las rodillas para descansar y colmar de aire sus pulmones.
Desde allí, a lo lejos podía observar el gran número de familias que ingresaban al cementerio del pueblo para visitar a sus seres queridos en la primer noche del Día de Muertos. Nacientes recuerdos y arrepentimientos comenzaron a envolverlo, para ser disueltos por un incesante murmullo. Dándole la espalda, sentado a escasos metros de él se hallaba un muchacho escuálido de cabello oscuro y desordenado. Parecía tener la vista fija en el estrellado cielo nocturno y sus manos tensas se aferraban con fuerza al pastizal. «Probablemente tenga tierra bajo sus uñas»

— Antlia, Caelum, Canis Major, Centaurus, Columba, Corona Australis, Corvus, Eridanus, Fornax, Hydra, Lepus, Lupus, Microscopium, Piscis Austrinum, Puppis, Pyxis, Sculptor —susurraba el desconocido, una y otra vez.

  «¿Corona Austra...qué? ¿De qué chingados habla este?» Se cuestionó el moreno, moldeando sus músculos faciales en una mueca de desconcierto. Finalmente su curiosidad le ganó, y decidió observarlo un rato. Enfocar su mente en la locura de otro lo ampararía esta noche.

SerendipiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora