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Palabras bonitas, no lo conmovían
Eran basura, eran perdición
Rostros hermosos, no lo tentaban
La belleza y la fealdad no tenían distinción

Como primera medida, y para cubrir el enorme hueco que Walters había dejado en la empresa, que nunca había faltado a su trabajo no importando qué día de la semana tuviese que ir, fue escogida una secretaria entre el personal. Jeremy tenía la esperanza de que Robert aceptara a la mujer, que ya tenía experiencia en la empresa y conocía en cierta forma el temperamento de su hermano. La joven pasó su carta de renuncia a las tres semanas.

No aceptaron su renuncia, pero sí que fue movida a otra sección.

Otra mujer fue traída desde otro departamento, y esta vez, Jeremy se ocupó de que se publicara en el periódico que necesitaban un secretario con experiencia. Intuía que ésta no iba a durar mucho, tampoco.

La segunda secretaria duró una semana.

Luego de ella, pasaron por el despacho de Robert una serie de jóvenes, durando, la que más, cinco días, la que menos, cuatro horas. El pasillo de su oficina se había vuelto un atractivo para los que adoraban el chisme y los espectáculos, y el saludo entre los empleados se había convertido en: "¿Cuánto crees que durará esta?".

Por tanto, cada vez más la oficina de Robert era un caos. Sus informes no estaban a tiempo, nunca encontraba un teléfono, se retrasaron entregas, despachos, pagos. Un contrato tuvo que rehacerse al menos cinco veces, y se llegaron a amontonar varias visitas porque fueron mal programadas.

Y los gritos de Robert empezaron a aumentar en volumen cada día más.

—Pero, ¿qué es lo que les haces que todas salen de aquí llorando aterrorizadas? —le preguntó Jeremy luego de que la última joven saliera maldiciendo a los Blackwell.

— ¿Qué les voy a hacer? ¡Las pongo a trabajar!

—No estás siendo cruel con ellas, ¿verdad? No les estás pidiendo imposibles.

—No les pido nada que no puedan hacer.

—Robert, me estás asustando. ¿Acaso las acosas o algo así?

— ¿Crees que, si así fuera, ya no me habrían demandado? Son unas debiluchas, no aguantan el ritmo de trabajo, o tal vez tengo la mala fortuna de que estén siempre ovulando, yo qué sé. No aguantan, y no me sirven.

— ¿Las haces renunciar a propósito?

— ¿Acaso soy idiota? Qué hay de Walters, ¿va a volver?

— ¡No! ¡No va a volver nunca! —se exasperó Jeremy—. Está muy mal, si sigue así, habrá que empezar a hacerle diálisis. Y no va a volver porque, además, ya inicié el trámite para que se jubile.

— ¿Que has hecho qué?

—Tiene la edad para eso, y su salud lo amerita.

— ¿Por qué has hecho eso sin mi consentimiento?

—Porque vi que no tienes ningún interés en su bienestar, así que me ocupé yo.

—Entonces, préstame a tu secretaria. Hablas bien de ella, debe ser buena.

—Ni muerto. Ella es mía.

—Que no te escuche Jennifer.

—Ella lo sabe y lo comprende. Además, la pobre está aterrorizada por la mera idea de que yo la envíe aquí. Así que no te la prestaré ni para llevarte el café.

—Qué mal hermano eres.

—Así que elige ya una secretaria y quédate con ella, ¿quieres? —Robert lo miró ceñudo, apretando sus dientes.

Un ogro en rehabilitaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora